Todos anhelamos ver cambios significativos ante esas realidades que nos incomodan, pero nos frustramos ante nuestras limitaciones. La Biblia, en cambio, habla de una fuerza que transforma por completo el ser.
La idea del infiltrado es una de las grandes obsesiones de la gran pantalla. Una fantasía permanente que recorre el cine y la televisión, con historias realmente memorables, y otras para el olvido. Uno de los actores de moda en la escena británica, Stephen Graham, conocido por películas como Hierve y por series como The Virtues, también se suma a la lista.
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En concreto lo hace con The Walk-In, del director y guionista Paul Andrew Williams. Una serie que aborda la problemática de la creciente ultraderecha neonazi en Reino Unido. En la trama, Graham interpreta a Matthew Collins, un antiguo miembro de una organización de extrema derecha que luego acaba trabajando para un grupo de activistas especializado en el tema, ‘Hope not Hate’, con el que publica información sobre el movimiento e imparte conferencias en universidades.
Los sucesos que recogen la historia recrean el crecimiento de la organización Acción Nacional, considerada como terrorista por el gobierno británico, en un ambiente de tensión creciente en el que se produce también el asesinato de la diputada laborista Jo Cox, en 2016. La trama evoluciona hasta el enjuiciamiento de la cúpula de Acción Nacional, después de que los activistas de ‘Hope not Hate’ protegieran a Robbie Mullen, un miembro de la organización que decide delatar a sus compañeros y testificar contra ellos cuando planeaban el asesinato de la también diputada laborista Rosie Cooper.
[photo_footer]La trama de la serie recoge los hechos relacionados con Acción Nacional y su cúpula, la organización neonazi prohibida por el gobierno británico. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]
La serie retrata el fenómeno de los extremismos. Especialmente, en el caso de la ultraderecha, se genera un morbo mediático específico por toda su puesta en escena, con la esvásticas, la indumentaria (por lo general de negro) y la apariencia intimidatoria. Todavía recuerdo cuánto llamó la atención la irrupción del grupo neonazi Amanecer Dorado en Grecia, sobre todo después de que su líder se presentase a una rueda de prensa con un guardaespaldas que obligaba a los periodistas a levantarse a su paso, en señal de respeto.
Los extremismos son una especia de incontinencia violenta mezclada con una serie de expectativas y aspiraciones de cambio que no se corresponden con la realidad. Sentimientos de frustración desatendidos junto a una sensación de desencaje con el entorno. Son el parásito permanente de la civilización que, aunque se ha ido sofisticando en lo estético, siempre ha estado ahí. Solo es necesario corroborar la historia desde el punto de vista de los genocidios.
En la serie, los actores que interpretan a la cúpula de Acción Nacional (entre ellos Dean-Charles Chapman, que hace de Tommen en Juego de Tronos) transmiten esa frustración obstinada y cegada que solamente encuentra una escapatoria viable en el extremismo. La ideología queda reducida por unas historias personales llenas de traumas y problemas, y se plantea como la única alternativa a los aires de grandeza de querer ser algo en esta vida.
El personaje de Jack Renshar (Dean-Charles Chapman), como el ideólogo de la organización que es al mismo tiempo un pedófilo, capta bien este tipo de perfiles solitarios y que parecen no encajar en ninguna parte. Aunque la serie se enfoca en la cuestión política, lo valioso es ver la progresión de los personajes. En el caso de Renshaw, pasa de ser un orador capaz de convencer a decenas de que el holocausto judío es un mito, a verse reducido y apocado en una celda de prisión, con el gesto serio.
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Pero si hay un personaje que protagoniza un proceso en la serie es el de Robbie Mullen, el segundo en protagonismo después de Collins (Graham).
[photo_footer]El proceso de Robbie Mullen centra la atención de la trama. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]
Mullen es ese joven aislado, que parece incapaz de nada, y tan crédulo como para vincular la muerte de su padre por cáncer a la explicación que le dan de que los judíos tienen la cura pero la esconden. Su odio no es un odio que parta de lo ideológico, sino de lo circunstancial. No es un odio violento, sino que transmite en lo incómodo por causa del desconocimiento y de una serie de teorías asumidas sin mayor sentido ni preocupación.
En su interacción con Collins es donde más puede percibirse el proceso de Mullen. El que fuera neonazi e infiltrado trata de “discipular” al que puede ser su mayor activo contra Acción Nacional. Uno trata de ridiculizar constantemente la ideología del otro, y el otro le dice que, por el momento, es lo que piensa.
La belleza es el proceso, no simplemente es el cambio en sí. De hecho, la serie es bastante cautelosa en eso. Hay muchas historias de grandes cambios dramáticos en la vida de personas pero lo más destacado es la vivencia que experimentan hasta llegar ahí. Y es que, todos anhelamos ver cambios significativos ante esas realidades que nos incomodan, pero nos frustramos ante nuestras limitaciones. La Biblia, en cambio, habla de una fuerza que transforma por completo el ser.
“Os daré corazón nuevo”, dice Dios a su pueblo (Ezequiel 36:26). Si hay algún cambio que sea completamente imposible para nosotros es precisamente este, el que tiene que ver con nuestras motivaciones y deseos más arraigados, más básicos. El texto bíblico nos recuerda que solamente el Dios que transforma la “piedra” en “carne” vivificada puede hacerlo por medio de su Espíritu en nosotros. Esa es la única esperanza que puede librarnos verdaderamente de toda esta cultura del odio.
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