Llama mucho la atención la labor poética de Aguilar Mora, intercalada como está en el resto de su obra y poco mencionada en los círculos de lectura.
Un dios que siempre huye es nuestro dios,
está siempre en el dónde, donde se deja ver,
está en la precisión, en la última delicia del compás.
Un dios que se vuelve sed en los principios,
que se deja vivir en la insistencia,
un dios todo divino que sucede,
como un fulgor desprendido de otro cuerpo
y que es ese dolor que descubro cuando le hablo.1
J.A.M.
Cuatro libros de poesía publicó Jorge Aguilar Mora (Chihuahua, México, 1946-Maryland, 2024) como parte de una obra que abarcó la novela, el ensayo y la investigación histórica. US Mail Special Delivery (1977), No hay otro cuerpo (1977),Esta tierra sin razón y poderosa (1986) y Stabat Mater (1996). Después de Cadáver lleno de mundo (1971, dedicado a su hermano guerrillero) se doctoró en El Colegio de México con una tesis muy polémica: La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz (1978), y luego publicó Si muero lejos de ti (1979). Participante activo en el movimiento estudiantil de 1968, fue discípulo directo de Roland Barthes en Francia y profesor emérito de la Universidad de Maryland. Escribió también Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la Revolución Mexicana (1990), Los secretos de la aurora (2002), Un día en la vida del general Obregón (2008), El silencio de la revolución y otros ensayos (2011), Sueños de la razón, 1799 y 1800 (2015, Premio Xavier Villaurrutia), Fantasmas de la luz y el caos, 1801 y 1802 (2018) como parte de un enorme interés por la investigación histórica, catalogado por Christopher Domínguez Michael como “hegeliano”. La otra Francia (1986) reúne cuatro entrevistas con autores de ese país (Barthes entre ellos) y en 2010 apareció La sombra del tiempo. Ensayos sobre Octavio Paz y Juan Rulfo.
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La divina pareja lo instaló súbitamente como uno de los críticos más feroces del Premio Nobel mexicano, reconocido incluso por él, tal como lo recordó Domínguez Michael, pues logró ir más allá de “la adulación y con la incuria: los críticos de Paz se conformaban con insultarlo”:
Meses después de la polémica entre Paz y Carlos Monsiváis en el invierno de 1977-1978, La divina pareja se convirtió en el primer libro crítico, serio y profundo que se publicaba frente a ese fenómeno que en mi biografía de Paz llamé “La jefatura espiritual” del poeta. […]
Paz le agradeció en privado el libro (me lo dijo él y me lo confirmó por escrito Aguilar Mora, contándome de su encuentro casual con Paz en la vieja librería francesa de Havre y Reforma) pero La divina pareja fue ignorada. Aquellas “guerras culturales” eran duelos singulares, clandestinos, desdeñosos de una opinión pública recatada y famélica.2
Llama mucho la atención la labor poética de Aguilar Mora, intercalada como está en el resto de su obra y poco mencionada en los círculos de lectura, pues tal como afirma Domínguez Michael, fue “ninguneada por su propia generación” y de la siguiente sólo José María Espinasa apostó por ella, misma idea expresada por Elsa Rodríguez Brondo.Aunque la especialidad de Domínguez Michael no es la poesía, sus juicios pueden servir acaso para abordar sus libros desde un punto de vista mesurado: “Si aquella poesía es autorreferencial y narcisista acaso, los siguientes títulos quizás pecan de retóricos, pero a mí me impresionaron y me estremecieron, precisamente, por ser tan distintos a lo que entonces se escribía en México: Esta tierra sin razón y poderosa (1986) y Stabat Mater (1996), tan cercanos a esa música sacra que fue otra pasión de Aguilar Mora, también gran melómano. Con su poesía, quiso cantar”.3
En efecto, No hay otro cuerpo manifiesta una firme voluntad de aplicar las ideas estructuralistas a la poesía, de hecho, el volumen iba a titularse como una sección del mismo, “Cuando conocí a Roland Barthes”. Los poemas del libro están fechados entre 1965 y 1976, y, en su brevedad despliegan un buen diálogo con la corriente en cuestión: “escribo en la oscuridad / para que se acabe el mar” o “no te veo, escritura, / y algo que es mi propio fin / se desprende de mí / para llamarme”. Y el testimonio directo: “vine a parís a estudiar los sistemas / los odié (como amé a roland barthes) / pero vivo de ello (como he vivido siempre): / escribí cartas para desterrarlos / para hacer a los otros responsables / olvidarlos en la memoria de los lejanos”.
Esta tierra sin razón y poderosa es un potente poemario caracterizado por versos largos, muchos endecasílabos, en los que la voz lírica se desdobla en tres secciones un tanto asimétricas: la principal es “La vida del seducido” y las más breves, “Confesión al seducido; es mediodía. Su amigo vuelve a la tierra” y “Dolor de la dulce arquitectura”. El aliento de estos poemas invita a una respiración bien espaciada para adueñarse del ritmo y la fuerza con que fueron escritos: “Más despacio que el sol, / más amado que el amor buscando espacio, / más despacio que el aire más humilde / detrás de una sonrisa de suicida, / su palabra entre palabras / parecía… la luz mirada por su envidia / y ‘tejiendo las noches y los días’ / exigía la salud del pensamiento, / donde nacer y verse vivo / fuera sed de nacer más solidario / contemplado por la suerte de los cuervos”.
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Pero es en Stabat Mater (“Estaba la madre”), su último poemario publicado, en donde hallamos al rebelde que se asoma al lenguaje místico (el título del libro alude a un poema medieval atribuido a Jacopone da Todi, nacido en 1306, uno de los más famosos autores de loas religiosas de la literatura italiana, que intenta representar el dolor de María al pie de la cruz) mediante la reelaboración de un texto estrictamente religioso.4 Dice la cuarta de forros: “En este poema […] sucede, de algún modo, lo inverso. Lo fijo parece ser esa interpretación musical de una imagen mítica, mientras que los distintos fragmentos del poema se van moviendo en el espacio y en el tiempo, van transfigurando los elementos de la imagen inicial en otras escenas, en otras historias y en otras voces”.
Silvia Herrera tomó la petición de Domínguez Michael de una lectura atenta a este poeta y establece firmemente: “Si el libro sorprende, se debe a que este rebelde se acerca a un tema religioso no retóricamente sino con sinceridad. El poemario comienza como una réplica a la nietzscheana muerte de Dios”.5 Cita a continuación el notable inicio del poema que aquí se completa en la primera sección:
Han venido a tocar a hasta mi puerta,
sin alas, dolorosos,
los ángeles de todas las edades,
jurando por el juicio sin memoria,
pidiendo en mi limosna que les crea.
Latidos en harapos, razón que sólo es,
traen grandes voces, solares, desquiciadas;
con espuma de huérfanos pronuncian:
“Dios ha muerto, mortales, Dios ha muerto”. […]
Junto a ellos, que no atinan a irse,
está de pie este día, erguido como un amo,
exuberante, de carne cenicienta, destacada
en el gusto de criar las cicatrices:
y ya todos repiten, jadeantes, gemebundos,
que Dios fingió su muerte,
que anda por las calles, que anda como ellos,
resuelto, plañidero, mocoso, ensimismado.6
Herrera se explaya al momento de retomar el tema nietzscheano:
Roberto Calasso ha escrito que la relación del hombre moderno con la divinidad está marcada por la indiferencia; para Aguilar Mora esta indiferencia vuelve Dios a Dios: “Te hace Dios como si fueras tierra, / el delirio intocable de una astilla, / o la astilla de pura indiferencia/ en el rostro incandescente, en el incesto”. Pero también, por paradójico que pueda ser, otra imagen de este Dios es el alejamiento. La palabra más repetida a lo largo del poema es “culpa”, sentimiento que, en mi opinión, dio origen al poemario: “qué estribillo tedioso el de la culpa, / exacta culpa, puntual y cariñosa”.
Para el filósofo alemán Theodor Adorno, el hombre de nuestro tiempo dejó de creer en dios y comenzó a creer en cualquier cosa; en este sentido, considero que el esfuerzo de Jorge Aguilar Mora se acerca a lo que cinematográficamente hicieron Martin Scorsese en The Last Temptation of Christ y Jean-Luc Godard en Je vous salue, Marie. Si como señaló David Huerta, Dios es una cuestión de retórica, el trabajo de estos artistas ha llenado la palabra con otros contenidos.
No le fue ajeno este tema teológico a Aguilar Mora: en la antología El salmo fugitivo se cita un ensayo en donde explica la relación de los poetas hispanoamericanos con él:
Ante la sospecha de que el Dios cristiano sólo fuera una hipótesis, de que la historia ya no estuviera siguiendo los senderos de la providencia, de que los principios morales del catolicismo fueran relativos y sólo relativos… estos poetas vivieron un doble fracaso: la ficción que les daba terror se volvía más ficticia con su propio miedo y la vida verdadera a la que aspiraban terminaba en otra ficción, en la posición desesperada de renunciar a la vida… en vida, llamándola un sueño, doble tragedia de la ficción: la vida como enfermedad y como herida.7
La traducción poética de estas ideas forma el cuerpo de este singular poema extenso que serpentea, se podría decir, al asumir una perspectiva existencial de origen religioso, pero que, con el flujo desatado del lenguaje, es capaz de ir más allá de la temática original. Las citas pueden multiplicarse indefinidamente para advertir cómo la alquimia poética hace del asunto una nueva realidad estética y discursiva:
Llega la luz por los costados,
desciende de la cruz el mundo a ciegas,
y encuentra en mi mano
el número, la duda, la pátina sin bordes,
y el dado intacto y la buena conciencia (como siempre). […]
¿Qué murió con él que con él murió el principio del mundo?
Cayó desnudo en los brazos de su madre,
no había nadie, si no era el cansancio
de verdugos e incrédulos testigos,
y testigos de tierra, y de cómplices de ayuno;
no había nadie. Mientras
los fieles buscaban a los dioses en el vientre de los peces,
los demás volvían a ver la indiferencia en su costado,
y estaban en paz con la única cara de su tiempo.
Y no había nadie cuando cayó en los brazos de su madre. […]
Haznos humanos de tu cruz, del árbol que sufrió
encontrando su raíz en tu vía crucis:
haznos de ese árbol, haznos con la palabra de ése árbol,
déjanos ser ahorcados de su culpa,
déjanos vivirlo con la miel de tu apogeo,
déjanos amar el amor del árbol,
sus remedios en el alma de una espiga,
su sabor definitivo a risa eterna. […]
Y al pie de la cruz, estaba la madre.
Estaba la muerte al pie de la huida. […]
Tanta eternidad para ser
apenas un instante del azar,
y estar como un nuevo nacimiento
en la luz hecha polvo de tu máscara. […]
Es así que el poema merodea por todas partes el texto original y, tal como lo señala el final de la cuarta de forros: “El tono de intensidad decantada del libro —un lamento totalizador y vertiginoso— produce monólogos, oraciones y reflejos donde se desdobla, se multiplica y se aniquila la imagen inicial, volviéndola intocable e irreconocible, pero irremediablemente ubicua. Esta transfiguración del dolor, transparente y lúcida y musical, que espejea entre la vida y la muerte, hace de este Stabat Mater un libro difícil de olvidar”.
Notas
2 C. Domínguez Michael, “Una sinfonía para Jorge Aguilar Mora”, en Letras Libres, 6 de enero de 2024.
4 Cf. “‘Stabat Mater’. Un poema del Beato Jacopone de Todi”, en Liturgia con Espíritu, 15 de septiembre de 2007.
7 J. Aguilar Mora, “La muerte de Dios”, en Biblioteca de México, núm. 54, noviembre-diciembre de 1999, pp. 4-5. Cf. Ídem, “Huérfano, el sol (La muerte de Dios en el siglo XIX)”, en Hispamérica, año 36, núm. 106, abril de 2007, pp. 3-21; y “Sueños de la razón. ‘Bienvenido siglo XIX”, en La Razón, 3 de octubre de 2015.
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