Mal olor

Entró en el autobús con la altanería de quien merece el transporte privado más que el público, y del que no hubiera hecho uso si no fuera porque sus dos coches coincidieron en revisión de taller. Además, los taxistas hacían huelga aquel día.

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Lo primero que le desagradó fue la masiva carnalidad humana agolpada que no le dejaba ni respirar con cierta dignidad.

Su escrupulosa naturaleza en seguida fue ofendida por un olor de procedencia desconocida.

Uno a uno de los pasajeros fue acribillado por la mirada de esta insigne mujer, a los que atribuía la emisión de aquel desagradable olor.

Su instantánea pregunta fue "¿cómo puede vivir esta gente poco exigente soportando tan desagradable olor?”.

Ese, tiene que ser ese que viste harapos". Pero hubo de descartarlo cuando bajó en una parada y el olor continuaba.

Ese otro, tiene que ser ese mal repeinado". También se bajó en la próxima y el olor persistía.

Y así uno a uno les fue asignando el foco apestoso hasta que quedó ella y el conductor del autobús.

Y la peste… no cesó.

Ahora ya sin disimulo, al no ser observada por nadie, escrutó la suela de sus zapatos.

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[title]Por un año más[/title]

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