Los gallos cantan antes del amanecer para marcar su territorio y atraer a las hembras.
Jesús le dijo al impetuoso Pedro: “de cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces” (Mt. 26:34).
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Sin embargo, el evangelista Marcos escribe: “antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces” (Mc. 14:30). ¿Contradicción entre evangelios, como piensan algunos escépticos? Nada de eso.
Se trata de diferentes maneras de expresar lo mismo. Jesús quería decir que antes de la aurora Pedro le negaría tres veces. El hecho de que cada escritor lo explique a su manera refuerza la veracidad del texto
Es sorprendente la sinceridad que evidencian los escritos del Nuevo Testamento. Si tales textos hubieran sido un invento de los cristianos primitivos, jamás se habría relatado esta vergonzosa historia de la triple negación de Pedro.
Es muy probable incluso que fuera el propio apóstol quien publicitara su testimonio personal en sus predicaciones evangelísticas. De manera que conocemos dicha historia porque el propio Pedro la contaba para resaltar la gran misericordia que Jesús tiene hacia el pecador arrepentido.
Tanto los judíos como los romanos repartían la noche en cuatro vigilias. La primera, iba desde las 6 de la tarde a las 9 de la noche; la segunda, de las 9 a las 12 de la noche; la tercera, desde medianoche hasta las 3 de la madrugada y la cuarta, de las 3 a las 6 de la mañana.
Los gallos solían cantar al alba, entre las 3 y las 6 de la madrugada. Esa última vigilia fue precisamente la más oscura en la vida del impulsivo apóstol.
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Cuando una criada del sumo sacerdote le dijo: “tú también estabas con Jesús el nazareno” (Mc. 14:67), él lo negó rotundamente diciendo que no lo conocía. Inmediatamente el galló cantó.
Ante la insistencia de aquella mujer, Pedro volvió a negarlo por segunda vez. Por último, los que estaban en aquel patio volvieron a acusarle porque su acento galileo le delataba.
Ese deje hebreo típico de los nativos de Galilea era tan menospreciado por los de Judea que éstos llegaron incluso a impedir a los galileos que pronunciaran la bendición tradicional en la sinagoga.
Al verse Pedro acusado por aquel grupo de personas, perdió el control y empezó a maldecir y a jurar que no conocía a Jesús. Mientras tanto, a lo lejos, se oyó de nuevo el canto de un gallo que le refrescó la memoria y le hizo derramar lágrimas de amargura.
¿Por qué cantan los gallos antes del amanecer? Desde luego, no lo hacen para despertar a los humanos sino para marcar su territorio y atraer a las hembras.
La ciencia ha descubierto que estas aves poseen un reloj biológico interno, por lo que no necesitan la luz del sol para despertarse sino que dependen de ciertos biorritmos fisiológicos.[1]
Con el canto, el gallo indica a las gallinas su ubicación y hacia dónde pueden dirigirse para encontrar alimento. También les comunica que está sexualmente activo para el apareamiento, que es el jefe del gallinero y puede luchar con cualquier otro gallo que pretenda quitarle el puesto.
El sonido del canto se propaga mejor en el aire matinal ya que las bajas temperaturas y la elevada humedad le favorecen. De ahí que, aunque los gallos puedan cantar en diferentes momentos del día, es durante esas primeras horas en las que el cacareo resulta más estridente.
Ciertos eruditos judíos negaron la veracidad de esta historia con la excusa de que en la época de Jesús no había gallos en Jerusalén. A parecer, el picoteo continuo del suelo que practican estas aves les confería inmundicia ceremonial y, por tanto, estaba prohibida su crianza para los judíos.
Otros creen que se trataba del “gallinicium” romano, un toque de trompeta que emitían los soldados invasores al finalizar la tercera vigilia de la noche. Dicho sonido lo realizaban desde las escalinatas de la Fortaleza Antonia de Jerusalén.
En este sentido, el teólogo protestante William Barclay escribe también: “El nombre latino para el toque de trompeta era gallicinium, que quiere decir el canto del gallo. Es por lo menos posible que precisamente en el momento que Pedro hizo su tercera negación la trompeta de las almenas de la torre Antonia tocó el gallicinium sobre la ciudad dormida; y Pedro se acordó, y salió y derramó su corazón en llanto”.[2]
No obstante, otras referencias del Talmud judío indican que sí se criaban gallos y gallinas en Jerusalén durante los días en que vivió Jesucristo.[3]
Además, el Maestro puso ejemplos en otras ocasiones sobre la gallina que reúne y protege a sus polluelos bajo sus alas. Es sabido que Jesús creaba siempre analogías comunes de la vida cotidiana para que los oyentes pudieran entender bien sus palabras.
Hay que tener en cuenta que en Jerusalén no sólo vivían judíos sino también romanos y otros extranjeros de diversas religiones que sí criaban y consumían gallinas.
Por tanto, no parece que haya suficientes razones de peso para rechazar o negar el sentido literal de esta historia, tal como aparece en los evangelios.
Tampoco debemos precipitarnos en condenar a Pedro. Es verdad que negó repetidamente a su Maestro. Algo de lo que probablemente se arrepintió toda la vida. Sin embargo, fue el más valiente y decidido de los apóstoles.
Conviene recordar que los demás discípulos huyeron acobardados pero sólo él fue capaz de meterse en la misma boca del lobo. En vez de salir corriendo como sus compañeros, entró en el patio que había en el centro de la casa del sumo sacerdote. De ahí que las criadas de éste pudieron reconocerle y, desde luego, tal comportamiento requiere arrojo y valor.
¿Cuántos de nosotros hubiéramos tenido suficiente valentía para actuar como lo hizo Pedro? ¿Cuántas veces negamos al Señor cada día?
Es cierto que el miedo le condujo a la triple negación pero también es verdad que el amor a su Señor fue lo que le permitió permanecer en aquel peligroso lugar.
Y ese mismo amor le llevó al arrepentimiento sincero y a llorar amargamente. Nosotros también necesitamos gallos que nos despierten continuamente y nos hagan llorar.
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