Si fuéramos piezas de un puzle

“La gente necesita problemas; un poco de frustración para agudizar el espíritu, y endurecerlo”. (William Faulkner)

El último y estupendo trabajo de Alexander Payne es un relato de frustraciones que iremos descubriendo. Los vértices del triángulo protagonista son un profesor a quien ni sus alumnos ni sus compañeros soportan, un alumno al que podemos considerar rebelde con causa y una cocinera. Los tres se ven obligados a permanecer en el colegio en las vacaciones de navidad. La convivencia no va a ser sencilla; los tres tendrán que poner de su parte, pero esos días cambiarán la vida de cada uno de ellos. 

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Alexander Payne no ha hecho una película que recuerde a las de los años 70; más bien, Los que sé que quedan es una película de esa década. Se ha rodado teniendo en cuenta cómo se hacía entonces en todos los aspectos técnicos. Payne es uno de los pocos directores que aún practica el estilo invisible, el de los clásicos norteamericanos. Una manera de rodar que intenta pasar desapercibida para el espectador; el montaje solo se utiliza de manera necesaria, no como recurso, y en el plano, los que realmente tienen el control de lo que ocurre son los actores. Payne los mima, y éstos, a cambio, suelen ofrecer trabajos sobresalientes. En esta ocasión es asombroso e inolvidable el trabajo de Paul Giamatti.

Es inevitable preguntarse al ver la película cómo es posible que el profesor, un hombre que posee una gran cultura, un muy buen puesto de trabajo y que aparentemente enseña por vocación, pueda tener un carácter tan agrio, intransigente e insociable. En su caso, iremos descubriendo una frustración que lleva arrastrando décadas, una frustración que nace de sí mismo y le consume. En cuanto al joven, lo fácil es pensar que su comportamiento es puro egoísmo, que hay maldad y es tan solo una manera de llamar la atención. Descubriremos que, en su caso, la frustración que le hace sentir impotente ante la vida se la han impuesto; él no es ni mucho menos el único responsable. La cocinera vive ausente, lo que se ha frustrado drásticamente es el mayor vínculo que alguien puede llegar a tener emocionalmente. Una pérdida, o pérdidas en su caso, de las que humanamente hablando es muy difícil reponerse. 

Si fuésemos piezas de un puzle, la mayoría tendríamos problemas para encajar perfectamente con cualquier otra. Las muescas y heridas que las diversas frustraciones nos van dejando nos empujan al silencio, la soledad y a aislarnos para sobrellevar lo que consideramos que solo nos pasa a nosotros. El vernos obligados a convivir y compartir permitirá que asome la empatía, y ese, en muchos casos, es el principio del cambio. 

Los personajes de Los que se quedan tan solo cuentan con sus propias fuerzas. Los cristianos debemos tenerlo tan claro como el salmista: “La frustración es una indicación de falta de fe y confianza en el Señor”. (Salmo 119:165). 

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Pero lo que hace realmente diferente y a contracorriente esta enorme película es la decisión que toma el profesor con respecto a su alumno, ahora amigo, que tanto recuerda las palabras de Juan 15:13: “Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos”. 

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[title]Por un año más[/title]

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