El sentido religioso de la poetisa prohijó en su creación un vínculo profundo con la tierra y con el ser humano.
¿Poeta o poetisa? Prefiero el segundo término.
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Gabriela Mistral nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña, en el norte de Chile, y desnació en Nueva York el 10 de enero de 1957, víctima de un cáncer de páncreas. Su auténtico nombre era Lucía Godoy. “Gabriela” lo adoptó en recuerdo del escritor italiano Gabriele D’Anuncio, a quién admiraba. En el segundo seudónimo quiso recordar al filólogo y poeta francés Fréderic Mistral, cuya obra ella leía con frecuencia, traducida al castellano. Otros de sus autores preferidos fueron el nicaragüense Rubén Darío, el colombiano Vargas Vila y el hindú Rabindranath Tagore.
Hija de un maestro de escuela, el padre abandonó el hogar cuando la niña tenía tres años. Gabriela tuvo una niñez difícil, realizando los estudios primarios en diferentes escuelas rurales en uno de los parajes más desolados de Chile. A los 15 años empezó a estudiar para maestra, obteniendo el título en Santiago el año 1910. En la misma capital llegó a dirigir un centro de estudios secundarios. Durante varios años ejerció como maestra rural en varias escuelas del país.
Dieciocho años tenía cuando se enamora de Rogelio Ureta, funcionario de ferrocarril. Dos años después Ureta se suicida. Destrozada, se recoge en sí misma y murmura:
“Padre nuestro que estás en los cielos, ¿por qué te has olvidado de mí?”.
Desde muy temprana edad Gabriela Mistral se dedica a componer versos, que publican varios medios de prensa. La consagración le llega en 1904, con ocasión de los Juegos Florales celebrados en Santiago. Ella participa con un poema titulado Sonetos de la muerte, inspirado en la muerte del hombre que amó, y obtiene el primer premio.
El gobierno mexicano la llama en 1922 para que reorganice la enseñanza en el país azteca. A partir de ahí desarrolla actividades diplomáticas. Representante consular en Madrid, Lisboa, Brasil, Los Ángeles y Naciones Unidas.
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Le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1945. Chile es el único país de la América hispana que cuenta con dos Premios Nobel entre sus escritores: Gabriela Mistral y Pablo Neruda.
El 10 de enero de 1957, como queda escrito, tres meses antes de cumplir los 68 años, esta escritora única moría en Nueva York víctima de un cáncer de páncreas.
Uno de los autores que más supo penetrar en la dimensión religiosa de la chilena fue el norteamericano Martín C. Taglor en su libro Sensibilidad religiosa de Gabriela Mistral.
El sentido religioso de la poetisa prohijó en su creación un vínculo profundo con la tierra y con el ser humano. Canta con versos henchidos de lirismo trascendente el sentido de la existencia humana integrado en lo divino. Gran mayoría de las imágenes que evoca articulan metáforas o símbolos de su vocación religiosa bajo la huella bíblica de lo eterno: “Tanto su poesía como su visión de la vida reflejan una dimensión contemplativa y espiritual del mundo”, afirma Bruno Rosario Candela.
Juan Irrazabal escribe que en la poesía de Gabriela Mistral “Dios está por doquier, como contrapunto a la dureza de la vida, pero también como respuesta última de la belleza y dulzura que encuentra en la naturaleza”. En uno de sus versos dice sentir “el viento de Dios, que pasa hendiéndome el gajo de las carnes”.
Estos y otros versos entrañables exaltan el amor a Dios en un sentimiento que confirman sensibilidad trascendente, como lo deja claro en su libro Toda culpa es un misterio, antología mística y religiosa de Gabriela Mistral.
En Cristo y el sufrimiento, la galardonada poetisa destaca el sentimiento de dolor de Cristo como un drama propio y se detiene en la destrucción física del cuerpo: “la sangre, el sudor, las uñas, la carne rasgada”.
De un largo poema sobre Cristo cito estas tres estrofas:
Ahora, Cristo, bájame los párpados,
pon en la boca escarcha,
que están de sobra ya todas las horas
y fueron dichas todas las palabras.
Me miró, nos miramos en silencio
mucho tiempo, clavadas,
como en la muerte, las pupilas. Todo
el estupor que blanquea las caras
en la agonía, albeaba nuestros rostros.
¡Tras de ese instante, ya no resta nada!
Me habló convulsamente;
le hablé, rotas, cortadas
de plenitud, tribulación y angustia,
las confusas palabras.
Le hablé de su destino y mi destino,
amasijo fatal de sangre y lágrimas.
Al borde de la locura, desesperada, se agarra a religiones orientales. Estudia y practica hinduismo, budismo, yoga, teosofía, masonería. De su peregrinación por estas religiones le queda viva la idea de la reencarnación. En carta a Eugenio Labarca escribe: "algo quedó en mí de ese período —bastante largo—; quedó la idea de la reencarnación, la cual hasta hoy no puedo o no se eliminar".
De regreso a sus raíces se identifica con la doctrina de Cristo. En abril de 1925, en una entrevista a la Revista de Educación Argentina, afirma: “Soy cristiana, de democracia cabal. Creo que el cristianismo con profundo sentido social puede salvar a los pueblos”.
En esta etapa de su vida se enfrasca en la lectura de la Biblia, a la que dedica versos sublimes.
El volumen Desolación recoge una conferencia titulada Mis libros, dictada por Gabriela Mistral en la Biblioteca Mexicana. La tercera estrofa del poema reza así:
“¡Biblia, mi noble Biblia, panorama estupendo,
en donde se quedaron mis ojos largamente,
tienes sobre los Salmos las lavas más ardientes
y en su río de fuego mi corazón enciendo!”
El texto más conocido de la escritora en torno a las excelencias del Libro Sagrado es el largo poema en prosa que Luís Vargas Saavedra recoge en su libro Prosa religiosa de Gabriela Mistral. De su amplio contenido reproduzco aquí el segundo párrafo. Después de una breve relación de nombres bíblicos, la poetisa agrega:
“¿Cuántas veces me habéis confortado? Tantas como estuve con la cara en la tierra. ¿Cuándo acudí a ti en vano, libro de los hombres, único libro de los hombres? Por David amé el canto mecedor de la amargura humana. En el Eclesiastés hallé mi viejo gemido de la vanidad de la vida, y tan mío ha llegado a ser vuestro acento, que ya no sé cuándo digo mi queja y cuándo repito solamente la de vuestros varones de dolor y arrepentimiento. Nunca me fatigaste, como los poemas de los hombres. Siempre me eres fresco, recién conocido, como la hierba de julio, y tu sinceridad es la única en que no hallo cualquier día pliegue, mancha disimulada de mentira. Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos, y yo te amo todo, desde el nardo de la parábola hasta el adjetivo crudo de los números".
La poesía de Gabriela Mistral ha sido traducida a los idiomas más leídos. Su obra ha influido notablemente en escritores de primera fila tales como Pablo Neruda, Octavio Paz y otros.
Con el crítico literario Teodoro Fernández, colaborador del tomo Diccionario de Literatura Española e Hispanoamericana, cierro este artículo; dice: “La poesía de Gabriela Mistral conjugó los sentimientos humanitarios con la voluntad de entrar en comunión con el universo y con Dios, en una búsqueda constante de solidaridad universal”.
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