Algunas reflexiones personales sobre esa relación tan peculiar, como la que une a hijos y padres, a raíz de algunas referencias a ello en la gran pantalla.
¿Hay, ahora, una nueva fiebre, un redescubrimiento de la relación entre padres e hijos en la gran pantalla? ¿La ha dejado de haber en algún momento? En muchas series y películas, uno tiene la sensación de que la forma en la que se tratan o se relacionan los padres y los hijos es, a menudo, uno de los elementos esenciales de la trama, que da forma al carácter de los personajes.
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Conociendo dichas relaciones, parece más fácil justificar ciertas situaciones en los personajes de nuestras historias. O, al revés, resulta más comprensible esa figura del padre o la madre cargados y apesadumbrados ante la vida. Así que, no parece que esto sea nada nuevo en la gran pantalla.
Quizá la novedad la aportan las circunstancias y los contextos, estos sí de carácter cambiante. Así, de Kramer vs. Kramer(1979) y la oleada de divorcios en una sociedad que comenzaba a abrirse a nuevos modelos familiares, ahora pasamos a historias como las de Beautiful Boy (2018), con la presencia del elemento de la drogadicción (que ya también se ve en Réquiem por un sueño), o El Hijo (2022), que en cierto sentido alude a la cuestión actual del estado de la salud mental de los adolescentes y los jóvenes en el marco del llamado “nuevo modelo de familias”.
Pero, ¿por qué siempre hablamos y pensamos en las relaciones con nuestros padres y con nuestros hijos? Al pensar en ello, es inevitable intentar poner palabras a mi propia experiencia.
Por paradójico que resulte, mi hijo Caleb nació once meses después de que mi padre falleciese repentinamente. Esto no es algo que dé forma a la paternidad de uno mismo, porque insisto que las personas no somos simplemente un reducto de nuestras propias circunstancias, pero es algo que, cuanto menos, ocupa la mente con preguntas y pensamientos. Y no podemos ser ingenuos y negar que, en algunos casos, en función de la persona, las situaciones sí que llevan al colapso, al hecho en sí de verse sobrepasados.
Es la idea de El hijo, la película de Florian Zeller, donde el joven Nicholas no parece superar nunca una situación de divorcio y todo lo que ello genera. Del mismo Zeller es también la reconocida El Padre, que le valió a Anthony Hopkins el Óscar en 2021, y que explora la tensión a la que somete una enfermedad la relación entre un padre y su hija. ¿Cómo se transforman nuestras relaciones con el paso del tiempo? ¿Cómo sobreponer semejante vínculo como el de padres e hijos ante tales situaciones?
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Caleb, mientras trabajo en un artículo te escucho jugar en la otra habitación con tu madre. Ahora has aprendido a hacer cosquillas y os reís. ¡Es tan divertido oírlo! Pero, de pronto, no puedo evitar que me invada una tristeza inesperada ante la idea del paso del tiempo, las circunstancias que van cambiando y la incertidumbre ante todo ello. Ahora es fácil comprenderte como alguien completamente dependiente en todo, pero no puedo evitar preguntarme qué es lo que hace fuerte nuestra relación, sobre qué está cimentada para tener la certeza que de aquí a 30 años seguirás llamándome “papá” y yo a ti “hijo mío”.
A veces, cuando te mezo para que te duermas por la noche, no puedo evitar repetirte: “Eres una bendición” (esto es también lo que le dice el personaje de Ames a su hijo en la novela de Robinson, ‘Gilead’). He amado a tu madre de forma única, pero me estoy dando cuenta de que el amor que me despiertas tú también es único en sus particularidades, y hay cosas que hasta ahora, sin ti, no había sentido. ¿Es en eso en lo que se ve cimentada nuestra relación?
Mi oración habitual es que tu madre y yo podamos amarte siempre reflejando el amor de Cristo, que es el verdadero amor. Si alguna cosa me ofrece esperanza ante esos posibles futuros tan inciertos ahora es precisamente eso. Que el amor de Dios nunca se agota, nunca se cansa, ni falla tampoco en su propósito al amar. Es completamente perfecto. Así que cuanto más me enfoque en ello, mejor te amaré. Espero que algún día tú también lo comprendas así.
Pasaremos por diferentes etapas y circunstancias, claro. No siempre serás el bebé que eres ahora. Tengo memoria de cómo fui viviendo de formas distintas la relación con mi padre a medida que iban pasando los años. Ahora vienes gateando hasta la habitación, te asomas y me ríes. Siento curiosidad por saber cómo te acercarás a mí en unos años. ¿De qué maneras seré capaz de expresarte mi amor? ¿Con qué decisiones te haré daño? Me estremece pensar en ello, pero no quiero presentarme ante ti con ningún ápice de triunfalismo. Espero que podamos compartir el suficiente tiempo como para que reconozcas mis errores y me ames también en ello. Soy el padre que has tenido, y seré el padre que tendrás. ¡Eres una bendición!
La paternidad y la filiación son elementos realmente esenciales en nuestras vidas. Cómo se desarrollan y los vivimos son cuestiones tan importantes que acaban moldeando buena parte de nuestro carácter. Así, los personajes de los tres hijos en This is us, confeccionan toda una serie de referencias a lo largo de su vida que apuntan al hecho de su padre ausente por la muerte y el duelo. Del mismo modo que ellos, no puedo evitar preguntarme qué aspectos de mí ha transformado la pérdida de mi padre, o lo hará, incluso sin ser del todo consciente de ello.
Pero también hay duelos invertidos. En Beautiful Boy es el personaje del padre el que vive experimentando la tensión permanente de la posible muerte por sobredosis de su hijo. Esta tensión se hace todavía más evidente en El hijo, con el personaje que interpreta Hugh Jackman viéndose reducido a una constante agonía interior.
Es extraño pensar en aquello que hace tan fuerte ese vínculos entre padres e hijos, y cómo aun así hay casos realmente parecen reducirlo todo a un simple montón de cenizas. Pienso, por ejemplo, en Jean-Claude Romand, El adversario de Carrère.
Pero hay un caso que tiene el poder de remover las conciencias de todos los padres e hijos, y eso último al final lo somos todos. Pienso en Jesús en la cruz. Aquel que había mostrado cómo es el Padre mostrándose él mismo (Juan 14:9), completamente inocente y entregado al lugar que nos correspondía a cada uno de nosotros, hijos y padres, por nuestro propio pecado. Si el personaje ‘Jack’, de Robinson, se muestra fascinado por un árbol que suena como el océano, en la novela En casa, el amor de Cristo nos resulta como un estruendo incluso mayor que el de todos los océanos juntos.
Hijo, no puedo evitar pensar en las cosas que te provocarán sufrimiento. Quizá de forma algo egoísta, porque vaya a ser un sufrimiento compartido. Caleb, yo sí puedo decir que tus sufrimientos son y serán también míos. Pero no puedo decirlo de cualquiera. Y eso me hace injusto. Pienso en Jesús, ocupando mi lugar en la cruz, el tuyo, el de la persona que te hará sufrir en algo, y me siento pequeño. Me hago tan minúsculo que comprendo desde otra óptica lo que decía Juan con aquello de que “es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). Entiendo que lo mejor que puedo hacer por ti es menguar para que sea Jesús más evidente en mi vida para ti.
Entiendo mi debilidad. No hace mucho caminábamos por la montaña y yo te llevaba encima mío, en una mochila. Qué forma tan bonita de representar el común llevar de tus cargas. Ojalá siempre pudiese hacerlo con el mismo vigor, la misma seguridad y la misma claridad.
En casa miras la foto de tu abuelo. La última vez que le vi fue en una estación de tren, y nunca imaginé que sería la última. Un abrazo, un beso y un hasta luego. Caleb, esta vida me parece tan frágil que me obliga a pensar en la detestable posibilidad de no poder acompañarte mucho. Lo que quisiera. Pero, ¿cuánto es lo que quisiera? ¿Cien años? ¿Una fracción de eternidad? Si algo merece la pena es afrontar el hecho de vivir esta patente fragilidad con la esperanza de la renovación que Dios ha prometido, y que de hecho ya está en cierto sentido efectuando. Y me consuela pensar que la esperanza nace del amor, el perfecto amor de Dios. Así que lo más esperanzador que puedo darte es mi amor, sabiendo que imperfecto y frágil, puede apuntar al otro, completamente sublime y excelso. ¡Cuánto quisiera yo que lo experimentases también en tu vida!
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