Sea como sea, siempre encontramos la manera de descargar en los demás la responsabilidad de nuestros errores y la causa de nuestras situaciones. La Biblia, en cambio, nos habla de alguien que nos acoge.
Discurso posmoderno, ecologismo de paisajes y un buen retrato del inflado ego del siglo XXI. Nine Perfect Strangers es una extraña combinación de relaciones sociales y amorosas en un marco al que no estamos acostumbrados en la gran pantalla, más que por historias del estilo Come, reza, ama. Su planteamiento de un humanismo místico, sin renunciar a selectas notas de humor, hacen de la serie de Hulu una apuesta, cuanto menos, llamativa.
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Ideada como miniserie en un principio, la plataforma luego decidió convertirla en una serie normal, con una primera temporada de nueve episodios y un acuerdo de renovación encima de la mesa para una segunda temporada.
Difundida en España a través de Prime Video, y con un reparto en el que aparecen nombres como los de Nicole Kidman, Luke Evans o Bobby Cannavale, en seguida ha llamado la atención. No obstante, pretende rehuir de la superficialidad que en muchas ocasiones envuelve a este tipo de producciones y que básicamente responden a la competencia despiadada entre plataformas de contenidos en streaming.
[photo_footer]Nicole Kidman es el rostro visible del cartel. / Fotograma de la serie, Prime Video.[/photo_footer]
El argumento de la serie, a simple vista, no es algo completamente innovador. Un grupo de extraños que son seleccionados o aceptados para una especie de experimento psicosocial y espiritual en una finca que evoca todo lo que la naturaleza puede representar en su máximo florecimiento, y que acuden a la cita solos, en pareja o en familia, cada uno con una carga que sanar y de la que librarse.
De entrada es una metáfora de la sociedad occidental, y de elementos tan característicos como la gestión del estrés, las familias rotas por tantos factores y la dificultad de mantener un amor que, no obstante, parece surgir casi de inmediato entre extraños que se atraen físicamente. Sin embargo, a medida que avanzan los capítulos, el carácter de la serie se va volviendo más complejo con la evolución de los distintos personajes.
Pasan de ser vistos como tópicos cada uno en su propio ámbito, a personalidades reales con problemas serios. Una vez se ha rota esa capa (¿intencional?) de superficialidad inicial, la serie traslada al espectador a una convulsa mezcla de emociones y descubrimientos que mantienen alerta la atención.
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La idea es la de que todos tenemos algo, al final. Algo con lo que cargar y, por lo tanto, algo que sanar. Y esa sanidad llega a través de la intensidad con la que uno se entrega al cóctel formado por las relaciones con otros, con la naturaleza (elevada casi al estatus de una divinidad inmanente) y, especialmente, con el ego personal.
Kidman, en su papel de gurú propietaria del centro en el que se reúne la pequeña comitiva, evoca a aquellas personalidades que destacan por su carisma y hacia quienes muchos dirigen su confianza de una forma cuasi religiosa. ¡Incluso (o especialmente) en nuestro contexto posmoderno! Basta con tener elocuencia, un buen aspecto físico y una experiencia de superación dramática, que llame la atención.
Todo lo contrario que la figura de Jesús en el texto del evangelio. Aparece como alguien constantemente rechazado y menospreciado. Alguien que parece no estar en la posición de prometer ni de ofrecer nada. Y, sin embargo, es el único de acuerdo a la Palabra que puede decir: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
[photo_footer]En la serie, cada personaje resulta ser una extraño para sí mismo. / Fotograma de la serie, Prime Video.[/photo_footer]
La serie también utiliza la idea de ser extraños. En realidad es algo de nuestra condición que no incomoda. Siempre temiendo situaciones como la de vernos rodeados de una multitud, en un contexto desconocido, y solos, sin reconocer a nadie. Sin embargo, la extrañeza que parece invitar a considerar Nine Perfect Strangers es mayor que la de un grupo de desconocidos que se reúnen en una villa de lujo para convivir durante un tiempo. Al final, cada personaje resulta ser también un extraño para sí mismo, y es trasladado a situaciones que difícilmente imaginaba vivir al llegar a la finca.
Lo curioso es que nadie parece satisfecho a la hora de descubrir los problemas que cada uno tiene, y la culpa se traslada el exterior: unas circunstancias específicas y unas personas concretas. Esto, en realidad, agrava el sentido de extrañeza personal, ya que cada uno es incapaz de reconocer en sí mismo el mínimo ápice de su sentimiento de pérdida, sino que al atribuirlo a un contexto o a otros humanos, da la sensación de que somos incapaces de hacer nada para evitar ciertas cosas y todos los sentimientos que conllevan (múltiples relaciones rotas, una infidelidad, una carrera profesional truncada, etc.)
Sea como sea, siempre encontramos la manera de descargar en los demás la responsabilidad de nuestros errores y la causa de nuestras situaciones. La Biblia es realista porque nos dice que todos nacemos como siendo “extraños y advenedizos” ante Dios. En cambio, también nos habla de ese Dios que nos acoge en su familia (Efesios 2:19). De manera que ya no tenemos la necesidad de vagar errantes, como extraños en este mundo, tratando de depositar en los demás la culpa que no podemos cargar, sino que podemos identificarnos con Dios y su familia por la justicia del Hijo, que ha pagado el precio de nuestro pecado.
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