Enzinas fue capaz de encarnar en su persona el espíritu de la época en que vivió y advirtió que el talante de las dos perspectivas teológicas podía ser armonizable si no se asumía una actitud sectaria, absolutista o separatista.
El hombre cristiano ese señor de todos muy libre, y a ninguno subjecto.
El hombre cristiano es siervo de todos muy obligado, y a todos subjecto.
Estas dos proposiciones, aunque agora al principio parecen entre sí pugnantes y diferentes, cuando claramente hubiéremos probado que en todo confirman y son verdaderas y semejantes, quedarán muy bien y harán mucho al caso para nuestro propósito. Porque todas dos son del apóstol San pablo, el cual escribe a los Corintios: “Siendo libre me hice siervo de todos”; y a los Romanos: A ninguno debáis nada, sino que os améis los unos a los otros”.1
M. Lutero
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El tratado sobre La libertad cristiana de Martín Lutero es el último de los tres grandes documentos publicados por el reformador alemán en 1520. Publicado en diciembre de ese año, en él plasmó lo básico de sus ideas sobre el cambio religioso. Como refiere Jonathan L. Nelson, David Bagchi ha señalado que esta obra “reúne dos características clave: es un tratado ‘pacífico’, y enseña que las buenas obras ocupan un lugar esencial en la vida cristiana”.2 Su gran argumento es en favor de la justificación por la fe, aun cuando su otro polo es que cada creyente es un “señor libre” y, al mismo tiempo, un “siervo de todos muy obligado” por las obras de caridad: “es cristiano en Cristo por la fe y en el próximo por la caridad”.3 La cita completa de este autor reza como sigue: De libertate Christiana es “el más irénico de los tres tratados de Calvino, […] adonde Lutero está respondiendo objeciones a su doctrina de la justificación por la fe sola, y diciendo que las obras ocupan un lugar esencial en la vida cristiana pero no son necesarias para la salvación”.4
Este tratado es considerado “una de las obras más bellas del Reformador. Dejando de lado el ataque frontal expone la doctrina de la justificación de la fe y el papel que le corresponde a las obras. Ahí se encuentran pasajes cuya influencia mística es innegable: la unión con Dios, la conversión y renovación moral de todo cristiano consigue al transformarse en un nuevo hombre, abandonando al viejo y liberándose de todas las ataduras del pecado”.5 Este sabor místico de corte agustino y, más tarde genuinamente luterano, tiene afinidad con algunos tonos señalados en la teología calviniana y que se ubican también, sorpresivamente, en la línea de lo místico, tal como han demostrado autores como Carl-A. Keller: “No, Calvino nunca practicó uno de esos misticismos que los positivistas modernos llaman enfermedad. Nada extraño en sus concepciones, nada bizarro en su estilo, nada más que una poderosa originalidad y sentimientos nobles y grandiosos que acaban en él algo más que un degenerado. No, Calvino no fue un místico católico cuya regla es Credo quia absurdum; no más que a la manera de los panteístas para quienes la revelación sigue siendo una acción mágica de Dios sobre el sentimiento. Calvino no es más un místico supersticioso que un místico agnóstico”.6
Podría decirse que Enzinas encontró gusto y simpatía por las ideas de ambos reformadores y que al hacer suyas esas palabras y ampliarlas para ajustarlas a su propio pensamiento consiguió producir una nueva visión de la fe y la espiritualidad propias de una reforma que, si bien acometió el gran proyecto de transformar las instituciones de la esfera sociopolítica, por encima de todo buscó renovar hasta lo más hondo la vida espiritual de los creyentes de su tiempo. Gracias a ello logró adelantarse a su tiempo y sintetizar, sin ningún afán institucional ni mucho menos confesional, articular las doctrinas luteranas y calvinianas en una etapa que desembocaría en fuertes controversias de matices en las que los defensores de ambas se enfrascaron en interminables debates no libres de sospechas mutuas.
Sin cargarse hacia un lado o hacia otro, Enzinas fue capaz de encarnar en su persona el espíritu de la época en que vivió y advirtió que el talante de las dos perspectivas teológicas podía ser armonizable si no se asumía una actitud sectaria, absolutista o separatista. Después de todo, entre Lutero y Calvino estuvo siempre en medio Felipe Melanchthon quien se granjeó la amistad de los dos e influyó de manera determinante en el literato y traductor español, quien aprendió a tratar con una enorme variedad de posturas reformistas como bien da testimonio su gran epistolario, expuesto y comentado con detenimiento por Jorge Bergua Cavero y antes recopilado por Ignacio J. García Pinilla.7
Nelson recuerda que “Lutero condenaba (LC párr. 65) a aquellos que se aprovechaban de la doctrina de sola fide para hacer lo que les antojaba, ‘olvidándose de las obras verdaderas y necesarias para la verdadera religión’”. Y agrega para redondear el perfil un tanto ambiguo de esta obra crucial de la Reforma: “En cierta medida, pues el Tratado de la libertad cristiana era eminentemente conservador, como lo era su autor, aun cuando su premisa de la justificación parecía radical”.8 Y aunque Enzinas solo menciona una vez el Tratado en el prólogo, éste “transmite el espíritu de Lutero, haciendo eco de la espiritualidad calurosa, algo mística, del reformador sajón en el lenguaje de la unión del alma con Dios”.9
Para finalizar, se incluye una muestra de la manera en que, al igual que con el texto del Catecismo de Calvino, Enzinas agregó líneas de su elaboración propia que el editor ha destacado con otro tipo de letra:
Pero entretanto, hemos de considerar que toda la Escriptura de Dios, cuan grande es, se parte en dos partes, que son: preceptos y promisiones. Los preceptos nos enseñan cosas muy buenas y muy excelentes, pero no por eso se cumple ni se pone por obra lo que en ellos se contiene, porque nos demuestran y señalan qué es lo que debemos de hacer, pero no nos dan virtud y fuerzas para hacerlo como la Escriptura lo demanda y ha de ser hecho. Y son principalmente ordenados para que trayan al hombre en conocimiento de sí mismo y para que, puestos delante de los ojos así como un espejo, el hombre se vea en ellos y conozca todo lo que en él hay, y su impotencia y flaqueza y mala inclinación para toda cosa buena; y para que, viéndose así tal y tan lejos de poder cumplir aquello que Dios le manda en sus preceptos, desespere de todo punto de sus fuerzas y espere el ayuda y cumplimiento d’esto que él debe y no puede pagar de otra parte, como adelante diremos. Por la cual causa, esta parte de la Escriptura es también llamada el viejo testamento. Y para que mejor conozcamos ser verdad lo que digo, veamos por la experiencia y tomemos ejemplo en este mandamiento. “No desearás”, que es un precepto con el cual todos nosotros somos convencidos y declarados por pecadores; porque es cosa cierta que ninguno fue ni es ni será, que no haya deseado o desee alguna cosa contra este mandamiento.10
Complementos, aclaraciones, explicaciones adicionales: todo ello y más son estos agregados que exhiben la pasión teológica de Enzinas, empeñado como estuvo en trasladar las verdades bíblicas enunciadas por los reformadores al terreno de la fe y la práctica. En ello se aplicó, enormemente comprometido, como un humanista de cepa, pero también como cristiano piadoso, para servir a sus contemporáneos mediante la difusión de las ideas de cambio del momento. Se ubicó, entonces, como uno de los grandes promotores de la transformación religiosa e ideológica en lengua hispana.
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Notas
1 M. Lutero, Tractado de la libertad cristiana, en F. de Enzinas, Breve y compendiosa institución de la religión cristiana (1542). Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2008 (Ediciones críticas, 8), p. 240.
2 D. Bagchi, en el programa de Melvyn Bragg, “The Diet of Worms”, In Our Time, BBC Radio 4, 12 de octubre de 2006, cit. por J.L. Nelson, “Introducción”, en F. de Enzinas, op. cit., p. 43.
3 Ídem.
4 Ídem, nota 64.
5 Humberto Martínez, “Prólogo” a M. Lutero, Escritos reformistas de 1920. México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), p. 24.
6 Carl-A. Keller, Calvin mystique. Au coeur de la pensée du Réformateur. Ginebra, Labor et Fides, 2001, p. 21. Versión propia.
7 Cf. J. Bergua Cavero, Francisco de Enzinas: un humanista reformado en la Europa de Carlos V. Madrid, Trotta, 2006y F. de Enzinas, Epistolario. I.J. García Pinilla, ed. Ginebra, Librairie Droz, 1995.
8 J.L. Nelson, op. cit., p. 43
9 Ibid., p. 44.
10 M. Lutero, op. cit., pp. 251-252.
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