Los indicios del verdadero carácter cristiano serán la prueba definitiva para desenmascarar la hipocresía de los falsos maestros.
La actitud y el comportamiento del lobo ha sido desde siempre fuente de inspiración para que el ser humano elabore mitos y leyendas que desgraciadamente han constituido el fermento de su menosprecio y que, hasta el día de hoy, han venido dificultado su conservación.
Antiguamente, las manadas de estos cánidos carnívoros suponían un peligro real para cualquier persona que transitara sola y sin protección por los bosques o territorios en los que dicha especie habitaba.
Sus aullidos nocturnos evidenciaban su presencia a kilómetros de distancia y contribuían a fomentar ese miedo ancestral al lobo.
Todo esto, unido a la necesidad de proteger los rebaños pastoreados por el hombre, provocó la matanza sistemática de estos animales que condujo a su extinción en muchos lugares.
De ahí que hoy se considere como una especie que debe ser protegida porque cumple un importante papel en la biosfera. Cada vez resulta más evidente que la mejor manera de proteger el planeta de todos los males medioambientales que le acosan es restaurar su biodiversidad.
Los lobos son mamíferos inteligentes que suelen vivir en manadas jerarquizadas. Se comunican entre sí mediante señales olfativas, auditivas o visuales y esto les permite desarrollar estrategias para cazar en grupo.
Aunque se desplacen individualmente por separado, cada lobo informa al resto de la manada de sus hallazgos o posibles presas.
Por la ecología sabemos que se trata de un depredador que cumple un importante papel en el ecosistema y cuando ataca a los rebaños de ovejas u otras especies domésticas lo hace porque sus presas naturales escasean o casi han desaparecido.
Esta proverbial inteligencia del lobo que le capacita para fingir, sorprender y capturar a sus presas fue utilizada también como analogía por el Señor Jesús para enseñar a sus discípulos a distinguir los falsos profetas que, mediante una actitud hipócrita, pretendían engañarles:
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego” (Mt. 7:15-19).
Por desgracia, el Maestro sabía muy bien a lo que se refería. Los falsos profetas proliferan desde siempre a lo largo de toda la Escritura (Dt. 13:1-5; Jer. 5:31; 6:14; Ez. 8:1-15) y pretenden desviar al pueblo de los caminos del Dios verdadero o de su auténtica voluntad.
También hoy existen “lobos” dentro de las propias congregaciones o incluso fuera de ellas. Los actuales medios de comunicación constituyen un magnífico altavoz para sus mensajes que esconden un desmesurado afán de lucro.
Generalmente buscan captar adeptos que financien sus proyectos personales y para ello no dudan en recurrir a nuevas revelaciones -que no tienen base bíblica- pero que suelen sorprender precisamente por su novedad.
Sus mensajes son crípticos ya que tienden a mezclar enseñanzas bíblicas verdaderas con otras que no lo son y esto les permite engañar a buena parte de su audiencia.
De ahí que Jesús dijera que parecen ovejas pero por dentro son como lobos rapaces. Se revisten de inocencia y sinceridad pero lo que pretenden es manipular a los creyentes de buena fe para aprovecharse de ellos.
Por eso el Maestro insiste y exhorta a sus discípulos para que fueran conscientes de esta lamentable realidad. Cuando se les envía a evangelizar, les dirá también: “he aquí, yo os envío como ovejas en medio de lobos” (Mt. 10:16).
Sin embargo, los discípulos de Jesucristo no iban a quedar completamente desamparados antes tales lobos feroces, precisamente porque el Hijo del Altísimo seguirá siendo siempre su buen pastor:
“Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas” (Jn. 10:12-15).
Jesús está siempre al lado de sus discípulos y les facilita un método infalible para descubrir a los falsos profetas.
Todo consiste en observar sus frutos. ¿Cómo viven? ¿De qué manera se relacionan con los demás, con su propia familia, con sus hijos, con la esposa o el esposo? ¿Qué frutos espirituales evidencia su vida cristiana?
¿Hay signos de un arrepentimiento sincero? ¿Amor, solidaridad con los demás, gozo, paz, paciencia, mansedumbre, templanza, etc., o quizás aparece el orgullo, la arrogancia, el espiritualismo, el denominacionalismo, el legalismo o la religiosidad?
Es decir, los indicios del verdadero carácter cristiano serán la prueba definitiva para desenmascarar la hipocresía de tales falsos maestros. Con razón dijo el filósofo inglés Thomas Hobbes, en su obra El Leviatán (1651), que el hombre es un lobo para el hombre (en latín, “homo homini lupus”)
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