Las oraciones no son para doblegar la voluntad divina a la nuestra y el hecho de persistir en ellas es más bien para nuestro propio beneficio.
Mateo pone también en labios de Jesús estas palabras: “¿Qué hombre hay de vosotros que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mt. 7: 9-11).
El contexto de tales frases, que es la práctica de la oración, refleja la gran importancia que el Maestro daba a esta actividad de los creyentes. El razonamiento que usa es un silogismo que posee dos premisas y una conclusión.
Es evidente que los seres humanos, a pesar de tener una tendencia innata al mal, sabemos dar generalmente buenas cosas a nuestros hijos porque los amamos.
También era bien aceptado, por parte de sus oyentes, que Dios es absolutamente misericordioso y bondadoso con la humanidad. Así pues, ¿cómo es posible que el Padre celestial no dé buenas cosas a quienes se las demandan con corazón sincero?
Pero entonces, si esto es así, ¿por qué Dios no contesta algunas oraciones o simplemente no concede lo que se le pide? Esta pregunta ha venido rondando por la mente tanto de creyentes como de agnósticos hasta el día de hoy.
Quizás sea porque el Altísimo sabe mucho mejor que nosotros lo que realmente nos conviene.
Las personas tenemos una visión reducida de las cosas, de los tiempos y de las vicisitudes de la historia, pero el creador del tiempo, el espacio, la materia y la vida conoce muchísimo mejor que nosotros todo esto y sabe lo que acaecerá en el futuro.
Muchas veces, quizás con la mejor intención, le pedimos algo que va contra nuestros propios intereses materiales o espirituales. En ocasiones, responde con un rotundo “no”, igual que nosotros hacemos con nuestros hijos pequeños, cuando sabemos que lo que demandan es peligroso para ellos.
Es posible también que ante otras peticiones simplemente deje pasar el tiempo para que seamos nosotros mismos quienes descubramos la sinrazón de las mismas.
Por regla general, cuando Dios responde positivamente a nuestra petición y concede esas “buenas cosas” es porque éstas se ajustan a la plenitud y voluntad del Espíritu Santo (Lc. 11:13).
Dios sabe y concede siempre aquello que más nos conviene en cada momento de nuestra vida. Por tanto, las oraciones no son para doblegar la voluntad divina a la nuestra y el hecho de persistir en ellas es más bien para nuestro propio beneficio.
Orar sin cesar nos enseña a depender del creador y nos prepara para recibir con agradecimiento sus “buenas cosas”. Tampoco debe olvidarse que la oración no consiste sólo en pedir sino que también es adoración, arrepentimiento, confesión, reconciliación, gratitud, etc.
Las comparaciones que hace Jesús en este texto de Mateo se realizan entre cosas radicalmente opuestas. Ofrecer una piedra a un hijo que te pide pan porque tiene hambre es tan monstruoso y paradójico que sólo un padre degenerado o demente podría hacer.
El pan facilita la vida, mientras que las piedras servían en aquella sociedad hebrea para matar o lapidar a los reos, tal como hicieron con Esteban.
¿Acaso el Hijo del Altísimo, que afirmó ser el verdadero “pan de vida” y murió en la cruz por redimir a la humanidad proporcionándonos vida eterna, podría jamás ofrecernos piedras como alimento?
¿Es que no sabe Dios de qué cosas tenemos necesidad, antes incluso de que se las pidamos? Él no necesita información sino que desea nuestra devoción sincera.
De la misma manera, la comparación entre el pescado y la serpiente equivale a la vida frente a la muerte. El alimento nutritivo y saludable procedente del mar de Galilea o del Mediterráneo ante un peligroso ofidio del desierto, portador de veneno mortal.
¿Quién querría comer algo así? Aquí la analogía es todavía más cruel y dramática. Cualquier padre que actuara de esta manera sería condenado de inmediato por todos los oyentes del Maestro.
Finalmente, la conclusión resulta clara como el agua: si todos nosotros siendo malos actuamos con amor hacia nuestros hijos, ¿cómo no lo hará también Dios, que es la fuente de la vida y el amor?
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