La Escritura abunda en historias en las que los animales desempeñan importantes funciones pedagógicas.
Los hombres y mujeres de los tiempos bíblicos tuvieron mayor relación con los animales que nosotros hoy. Básicamente porque pertenecieron a sociedades agrícolas y ganaderas que dependían de éstos como modo de subsistencia.
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Además, algunos animales domésticos eran tan importantes para los israelitas porque constituían el medio de alabar a Dios y expresar su fe mediante los sacrificios.
Afortunadamente, Jesucristo abolió también, por medio de su propio sacrificio en la cruz, todos aquellos actos cruentos y el derramamiento de sangre inocente.
En el Génesis se dice que los animales tienen el mismo origen material que el ser humano. Es decir, el polvo de la tierra (Gn. 2:19). Y, desde luego, esto también es cierto desde el punto de vista químico ya que todos los elementos que componen el cuerpo de los seres vivos están presentes en las rocas de la corteza terrestre.
La Escritura abunda en historias en las que los animales desempeñan importantes funciones pedagógicas.
El apesadumbrado Job, por ejemplo, los usa para hacer apologética: “Pero interroga a los animales y ellos te darán una lección; pregunta a las aves del cielo, y ellas te lo contarán; habla con la tierra, y ella te enseñará; con los peces del mar, y te lo harán saber. ¿Quién de todos ellos no sabe que la mano del Señor ha hecho todo esto? (Job 12:7-9, NVI). La doctrina bíblica de una creación diseñada por el Altísimo aflora por toda la Escritura.
Muchos años después, se informa acerca del elevado grado de corrupción que ya en aquella época había alcanzado la raza humana.
Dios decide destruir a todas las criaturas del mundo, menos a Noé y su familia, así como a una muestra significativa de las especies creadas, que serían destinadas a repoblar el nuevo mundo (Gn. 7).
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La justicia divina no tolera la injusticia humana. Ni antes, ni ahora, ni nunca. No obstante, la descripción del castigo que supone el Diluvio pone de manifiesto, entre otras cosas, el gran interés de Dios no sólo por la especie humana sino también por el resto de los seres de la creación.
Podría haber extinguido completamente aquella primigenia biosfera. Sin embargo, manifestó su preocupación por la continuidad de todos los seres vivos.
Semejante actitud hacia las criaturas debería enseñarnos también a nosotros responsabilidad y compasión por los animales y por todos los ecosistemas creados.
La relación de Jesús con los organismos, que se evidencia en sus mensajes y parábolas, constituye también un medio pedagógico para los creyentes ya que nos muestra cómo debemos relacionarnos con la creación.
El evangelio de Mateo se refiere a los camellos, las langostas, las abejas productoras de miel silvestre y también a las víboras. En efecto, Juan el Bautista se vestía con pelo de camello y se alimentaba mediante pequeñas langostas que capturaba en el desierto (no de las exquisitas y costosas langostas marinas sino de sencillos saltamontes), así como de miel de abeja (Mt. 3:4).
Mediante semejante atuendo y peculiar nutrición, parecía estar en perfectas condiciones para llamar “generación de víboras” a muchos de los fariseos y saduceos que pretendían simular su arrepentimiento.
También les predicaba que todo árbol que no da buen fruto sería cortado y echado en el fuego (Mt. 3:10), igual que el trigo y la paja -el primero, guardado en el granero; la segunda, quemada mediante un fuego que nunca se apaga-.
Es inevitable reconocer en todo esto ciertas connotaciones morales atribuidas en la Biblia a los animales y las plantas. La hipocresía de ciertos religiosos es equiparada con la venenosa peligrosidad de algunos reptiles.
Los hebreos conocían bien las numerosas especies de ofidios mortales que abundaban en el desierto. Igualmente ocurre entre los árboles que producen buen fruto y aquellos otros que no sirven más que para combustible, como también entre el trigo y la paja. Las obras, buenas o malas, son una evidencia de lo que mueve verdaderamente el corazón de las personas.
Cuando el Bautista vio cómo Jesús se aproximaba hacia él, en el río Jordán, se opuso a bautizarlo porque se sentía inferior e incapacitado. Sin embargo, el Señor pronto lo convenció al decirle que era conveniente cumplir toda justicia (Mt. 3:15).
Desde luego, el Maestro era sin pecado, a diferencia de todos aquellos a quienes bautizaba Juan, ¿por qué tenía entonces que someterse a dicho acto? “Cumplir toda justicia” es obedecer en todo a Dios y, al ser bautizado, Jesús demostraba que el bautismo de Juan era legítimo y querido por el Padre.
A la vez, cumplía con la voluntad divina, se identificaba con el pueblo judío y se convertía en un ejemplo para todos sus compatriotas.
Mateo hace mención aquí de una teofanía, una manifestación divina en el mundo humano. Los cielos le fueron abiertos, el Espíritu de Dios descendió en forma de paloma y se oyó una voz que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17).
Parece que esta manifestación milagrosa sólo la viera el propio Señor Jesús pues el término “le” se refiere solamente a él. En este sentido, la versión bíblica “La Palabra” transcribe: “En ese momento se abrieron los cielos y Jesús vio que el Espíritu de Dios descendía como una paloma y se posaba sobre él” (Mt. 3:16).
También Esteban vio los cielos abiertos antes de ser apedreado (Hch. 7:56).
Es evidente que este relato evangélico -entre otras cosas- marcará para siempre la manera que tenemos de ver a las palomas, como aves sencillas, mansas, inocentes e inofensivas, alejadas de toda maldad.
Semejante animal era también un símbolo del pueblo de Israel y del Espíritu de Dios que se movía sobre la faz de las aguas primigenias. Al posarse ahora sobre Jesús, en medio de las aguas del Jordán, se le ratifica también como el Hijo amado del Altísimo.
De la misma manera, Jesús actuó en su ministerio con ternura, mansedumbre y humildad de corazón. Estos versículos refutan de manera eficaz antiguas herejías antitrinitarias ya que en ellos aparecen simultáneamente las tres personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En sucesivos artículos, D. M., iremos viendo cómo el Maestro se relacionaba humildemente con los animales, manifestando así también su solidaridad con el resto de la creación.
Dicha relación puede sernos instructiva en la actualidad, frente a los efectos negativos del cambio climático que ya estamos padeciendo, la extinción de especies provocada por la destrucción de hábitats, el maltrato animal generado por la cría masiva e industrialización salvaje, la explotación inmisericorde de los bancos de pesca, la contaminación de ríos y acuíferos, etc., etc.
Frente a todo esto cabría preguntarse, ¿cómo actuaría hoy Jesús?
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