Un fragmento de “El Progreso del Peregrino / La Peregrina” (Este volumen de la Biblioteca de Clásicos Cristianos está coeditado entre Abba y Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.
Comienza el sueño del autor:
Cristiano, convencido de pecado,
Huye de la ira venidera, y Evangelista lo dirige a Cristo
Iba yo caminando por el desierto de este mundo, cuando
me encontré en un paraje donde había una cueva. Me recogí
en ella fatigado, y habiéndome quedado dormido, tuve el
siguiente sueño.
Vi a un hombre en pie, cubierto de andrajos, vuelto de espaldas
a su casa, con una pesada carga sobre sus hombros y un libro en sus
manos. Fijando en él mi atención, vi que abría el libro y leía en él, y según
iba leyendo, lloraba y se estremecía; hasta que, no pudiendo contenerse más,
emitió un doloroso lamento y exclamó:
—¿Qué haré?1.
En este estado regresó a su casa, procurando reprimirse todo lo posible
para que su mujer y sus hijos no se percatasen de su dolor. Mas no pudiendo
disimularlo por más tiempo, porque su malestar aumentaba, se descubrió
ante ellos y les dijo:
—Queridísima esposa mía; y vosotros, hijos de mi corazón: yo, vuestro
amante amigo, me veo perdido por razón de esta carga que me abruma.
Además, sé ciertamente que nuestra ciudad va a ser abrasada por el fuego
del Cielo, y todos seremos envueltos en una catástrofe terrible si no hallamos
remedio para escapar, el cual hasta ahora no he encontrado.
Grande fue la sorpresa que estas palabras produjeron en todos sus parientes:
no porque las creyesen verdaderas, sino porque las consideraban resultado
de algún delirio. Y puesto que la noche estaba ya muy próxima, se
apresuraron a llevarlo a la cama, con la esperanza de que el sueño y el reposo
calmarían su cerebro. Pero la noche le resultaba tan molesta como el día: sus
párpados no se cerraron para descansar, y la pasó entre lágrimas y suspiros.
Interrogado por la mañana acerca su estado, respondió:
—Me siento peor, y mi mal crece a cada instante.
Y como empezase a repetir las lamentaciones de la tarde anterior, se endurecieron contra él, en lugar de compadecerle. Intentaron entonces recabar
mediante la aspereza aquello que con la dulzura no habían conseguido: unas
veces se burlaban, otras le reñían, y otras le dejaban completamente abandonado.
No le quedaba, pues, otro recurso que encerrarse en su cuarto para orar y llorar —tanto por ellos como por su propia desventura—; o salirse al
campo y desahogar en su espaciosa soledad la pena que tenía en el corazón.
En una de estas salidas lo vi muy decaído de ánimo y sobremanera desconsolado; leyendo en su libro, según tenía por costumbre. Y mientras leía le oí de nuevo exclamar:
—¿Qué debo hacer para ser salvo?2
Sus miradas inquietas se dirigían a una y otra parte, como buscando un
camino por donde huir; pero permanecía inmóvil, porque no lo hallaba.
Entonces vi venir hacia él a un hombre llamado Evangelista, y escuché el
siguiente diálogo:
Evangelista.— ¿Por qué lloras?
Cristiano.— (Tal era su nombre). Este libro me dice que estoy condenado
a morir; y que después he de ser juzgado3; y yo no quiero morir, ni estoy
preparado para el Juicio.
Evang.— ¿Por qué no has de querer morir, cuando tu vida está plagada de
tantos males?
Crist.— Porque temo que esta carga que llevo sobre mí me ha de hundir
más hondo que el sepulcro, y que he de caer en Tofet4. Y si no estoy preparado
para ir a la cárcel, menos lo estoy para el Juicio, y muchísimo menos para
el tormento. ¿Cómo no quiere que llore y me estremezca?
Evang.— ¿Entonces, por qué no tomas una resolución? Ten, lee.
Crist.— (Recibiendo un rollo de pergamino y leyendo). «Huye de la ira
venidera!»5. ¿Adónde y por dónde debo huir?
Evang.— (Señalando a un campo muy espacioso). ¿Ves esa puerta angosta?6.
Crist.— No.
Evang.— ¿Ves allá, lejos, el resplandor de una luz?7.
Crist.— ¡Ah, sí!
Evang.— No la pierdas de vista: ve derecho hacia ella y encontrarás la
puerta; llama, y allí te dirán lo que debes hacer.
1 Hechos 2:37
2 Hechos 16:30-31
3 Hebreos 9:27
4 Isaías 30:33
5 Mateo 3:7
6 Mateo 7:13-14
7 Salmo 119:105; 2 Pedro 1:19
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