Siervos inútiles

Era temido por sus extravagancias y salidas de tono. Si se le toleraba que hablase a la iglesia desde el púlpito era por tener en su haber tres carreras universitarias y por pertenecer a una distinguida familia de feligreses.

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Pero en aquella ocasión se excedió en grado sumo.

— Son todos ustedes un hatajo de inútiles — dijo en tono enfático una feliz mañana dominical a los creyentes bien aseados y vestidos.

Aquello cayó como una piedra en las conciencias límpidas de los presentes.

Dicho esto, bajó del estrado para dirigirse a la puerta de salida con paso firme y seguro.

Allí le esperaba el fiel acomodador que al instante sacó la porra y lo redujo con dos llaves de judo. Inmovilizado y atado lo dejó en el cuarto de los niños que fue desalojado previamente.

Así quedó a la espera de la primera comparecencia ante la autoridad eclesial.

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— ¿Qué locura acaba de cometer usted? —le preguntó el anciano de días.

— Me he ajustado a la revelación bíblica antes de abrir mi boca.

— ¿Insultar a los dignos hijos de Dios es ajustarse a la Biblia? ¿Es usted consciente del daño que ocasiona?

—No digo más de lo que dijo el Maestro de ustedes, y debieran recibirlo como un elogio.

— ¿Quiere decir que nos llamó inútiles?

— Ni más ni menos.

—¿Dónde?

— En Lucas 17:10 “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.”

No se supo cómo acabó aquella entrevista, pero el caso es que a este sujeto se le ha visto como merodeador de locales cúlticos sin que todavía se le haya podido echar el guante, y del que se espera cualquier imprevisto.