Desde la loma

Una vez entendió el hijo pródigo que su hermano mayor estaba en una situación más precaria que la suya, aun habiendo llevado una vida ordenada según el deseo del padre, se propuso mostrarle el afecto que sentía.

Una mañana temprano lo despertó azorado.

— ¡Despierta, despierta! he soñado que hay un tesoro escondido en un lugar bien concreto y deseo que me acompañes para que lo compartamos.

—Estás loco, ¿cómo vas a hacer caso de un sueño?

— Que no, que sé perfectamente el lugar, y es en la loma cercana a nuestra casa.

— Bah, te haré caso, pero te pediré una compensación por haberme molestado. Y el tesoro te lo puedes quedar solo para ti.

A pesar de estar convencido que no había nada que descubrir subieron los dos, el hijo pródigo con buen ánimo y el hermano muy cansado.

Desde lo alto se contemplaba a la perfección la casa del padre y se sentaron a descansar.

— Ves, esta hacienda del padre un día u otro será nuestra, aunque es más justo que te pertenezca a ti.

Entonces fue cuando el hijo pródigo se sinceró con él. Le contó su error de vida, el pensar que la herencia del padre iba a ser mejor que el padre mismo.

Le contó que los valores en su vida habían cambiado, los bienes materiales de antes o de ahora en casa no son comparables con el amor que ha descubierto en su padre. Ese amor que en su torpeza no supo ver, y que ahora ha visto.

El hermano no estaba para discursos y fue al grano.

— ¿Me traes aquí para sermonearme o para encontrar el tesoro de tus sueños?

— Te he traído aquí a la vista de la hacienda del padre para que descubras otra hacienda mejor, el tesoro de su corazón.

— ¿Y por qué dices que está escondido?

— Porque aún está escondido de ti como lo estuvo para mí y que solo el cielo te lo puede revelar. Serás tan feliz como yo cuando lo descubras. Es superior a toda herencia material, justa o injusta. Padre tiene algo mejor para ti.

El final del relato es el que cada cual le quiera dar. Todos somos un hermano u otro sin distinción, tengamos vidas ordenadas o desordenadas, pero siempre con la venturosa oportunidad de descubrir el corazón amante del Padre Eterno.