El pastel de nata

Érase una vez un mundo donde no se conocía el amor.

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Se dice que si algo funciona bien en el nuestro es gracias a él. Pero a la práctica, ese otro mundo también podía desenvolverse sin necesidad de afectos.

No eran necesarios para la procreación porque el sexo es posible sin ellos. Tampoco lo eran para el trabajo, ni para el ocio, el comercio, la cultura, la sanidad, la enseñanza, la religión, etc. etc.

Mirando cada cual por sí mismo, indirectamente todos resultaban beneficiados.

Las guerras no es que fuesen más cruentas que las de nuestro mundo, antes al contrario, padecían menos gracias a carecer todos de sensibilidad y sentimientos. ¿O es que acaso sufren los zombis?

Todo funcionaba así en ese planeta hasta que un niño dio un giro al curso de la historia.

A sus siete años, sin haber recibido ningún calor afectivo de sus padres como sucedía en todos los hogares, soñó despierto que regalaba gozoso a su profesora un pastel de nata gigante.

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Lo comunicó a sus padres.

Los padres notaron que su cuerpo manifestaba un extraño calor antes inexistente: 36,5⁰C. Sin expresar preocupación alguna, supieron que lo que procedía era llevarlo al médico.

— Un virus raro ha atacado a vuestro hijo que le hace soñar cosas y que según parece es altamente contagioso.

Tan contagioso que a las pocas semanas ya estaba extendido por el mundo entero.

El modo de combatir la expansión del virus fue recluir a los infestados en centros residenciales que llamaron “catacumbas”.

A esta alteración crónica se le llamó “la imaginación del A.M.O.R”: anomalía mórbida de origen raro.

Los expertos analizaron la conducta de estos sujetos apartados de la sociedad y vieron que de modo espontáneo se favorecían mutuamente. Antes de mirar cada cual por lo suyo, estaban atentos a la necesidad de los otros: cosa inaudita.

Se formaron expediciones desde la gran ciudad para observar por puro morbo esos comportamientos.

Tal impacto produjo el ejemplo de los infestados en el mundo, que los pueblos quisieron imitarlos en su forma, aunque no en su fondo.

Seguían fríos e insensibles, pero aparentando ser corteses, amables, correctos, prudentes, cordiales, simpáticos, empáticos, tolerantes, y todo ello…. SIN SERLO, al no estar infestados.

Ya en nada se diferenciaba aquel mundo del nuestro.