La ONU renovada

Tras los continuos fracasos negociadores de los agentes de la ONU para el entendimiento y la paz entre las naciones, creyeron que lo más sensato era clausurar esta organización de naciones nada unidas.

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Antes de bajar la persiana, eso sí, convocaron a todas las naciones en un congreso mundial con el propósito de buscar la raíz del problema que arrastramos los hombres de todas las generaciones, y por el que vivimos en permanente conflicto.

No faltó nadie a la cita, parece que por fin darían con la respuesta. Participaron no solo políticos y diplomáticos, también artistas, religiosos, científicos, escritores, amas de casa, taxistas, etc.

Yendo a la síntesis del problema, concluyeron que el hombre desde siempre ha arrastrado un único y principal problema y ese problema es con Dios.

Cerraron la organización con ese convencimiento, sin ir más allá.

Pero en la ceremonia de clausura el presidente planteó una duda “¿habría posible solución?”.

Animados de nuevo volvieron a convocar otro congreso mundial bajo esta nueva pregunta: ¿qué soluciones puede haber para el problema que el hombre tiene con Dios?

No faltó nadie a la cita, parece que por fin darían con la respuesta. Participaron no solo políticos y diplomáticos, también artistas, religiosos, científicos, escritores, amas de casa, taxistas, etc.

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Yendo a la síntesis del problema, llegaron a la paradójica conclusión de que la solución no está en manos humanas ni siquiera de religiosos ni de nadie: solo Dios puede solucionar el problema del hombre con Él.

A la vista de estas dos conclusiones y con el panorama más claro, todos los países allí representados creyeron que la ONU debía continuar, pero con una intención nueva en su horizonte: anhelar el encuentro del hombre y de las naciones primeramente con Dios.

No busquemos más, porque aparte de eso no hay nada que encontrar.