¿Cómo consiguen los salmones vivir tanto en las aguas saladas del mar como en las dulces de los ríos? El secreto es su capacidad de osmorregulación.
Los salmones son peces que pueden vivir tanto en las aguas saladas del mar como en las dulces de los ríos.
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Existen dos grandes géneros: el salmón del Atlántico o europeo (Salmo sp.) del que se conocen más de 40 especies distintas y el salmón del Pacífico (Oncorhynchus sp.) con 17 especies bien establecidas.
A los peces capaces de vivir en aguas con una diferencia de salinidad tan grande, y sin que se vea amenazado su metabolismo, se les llama “eurihalinos”, término que significa “amplia tolerancia a la sal”.
No obstante, la mayoría de los peces no soportan tales cambios. Las sardinas, por ejemplo, no pueden vivir en los ríos, ni las carpas en el mar, de ahí que se les denomine “estenohalinos”.
¿Cómo consiguen los salmones realizar semejante proeza? El secreto reside en su capacidad de osmorregulación.
Para entender bien dicha capacidad es menester comprender primero los conceptos de “ósmosis” y de “presión osmótica”.
Se llama ósmosis a la difusión pasiva que experimenta el agua al pasar, a través de una membrana semipermeable como es la membrana de las células, desde una solución más diluida a otra más concentrada.
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Mientras que la presión osmótica es la que resulta necesaria para detener dicho flujo de agua. Las células de los peces y demás seres vivos deben permanecer en equilibrio osmótico, es decir a la misma presión osmótica, que los líquidos que las envuelven.
Pues bien, los salmones tienen que controlar muy bien la presión osmótica de sus células, así como de los fluidos corporales y los iones, cada vez que viajan desde el agua dulce a la salada y viceversa. Esto requiere un cierto tiempo de aclimatación antes de emprender las migraciones.
Los jóvenes salmones empiezan primero bebiendo mucha agua dulce del río. Después, sus riñones reducen bruscamente la producción de orina y, en tercer lugar, las bombas moleculares de iones sodio (Na+) de las membranas de las células branquiales se invierten, bombeando sodio hacia afuera, en vez de hacia adentro.
Todo esto volverá a cambiar cuando el pez sea adulto en el mar y deba remontar el río para aparearse y desovar.
Antiguamente, cuando se desconocían todos estos cambios fisiológicos que experimentan los salmones y se pretendía criarlos en cautividad para el consumo humano, se producían grandes mortalidades en las piscifactorías.
Hoy se ejerce un control estricto de la transición del agua y se va cambiando paulatinamente desde dulce a salada y al revés en el momento oportuno para adecuarla a las necesidades de los animales.
Lo más interesante de tales cambios metabólicos es que dependen de una minúscula máquina molecular que debió funcionar bien desde el principio para que los salmones pudieran sobrevivir. La osmorregulación de estos peces constituye otro ejemplo de diseño irreductiblemente complejo.
En efecto, sus branquias contienen unas células modificadas, cuyas membranas poseen numerosas de estas máquinas liliputienses, llamadas “bombas sodio-potasio” que son enzimas ATPasa.
Estas estructuras bombean iones de potasio (K+) hacia adentro de la célula y a la vez bombean iones de sodio (Na+) hacia afuera, con lo cual se mantienen las necesarias diferencias de concentración y de voltaje eléctrico a través de la membrana.
La mayoría de las células animales gastan una quinta parte de su energía en hacer funcionar estas bombas.
Como el agua dulce es baja en sodio, los salmones -cuando son jóvenes y nadan río abajo en dirección al mar- necesitan bombearlo activamente hacia el interior de sus células.
Sin embargo, al llegar al océano, se encuentran con un agua muy rica en sodio, lo que requiere que lo bombeen en sentido contrario, hacia el exterior celular. De manera que estas bombas son tan sofisticadas que pueden invertir el sentido de su funcionamiento.
Cada bomba mueve en un solo ciclo tres iones de sodio por dos de potasio, en contra de un gradiente de concentración, y en dicho transvase gasta una molécula de ATP.
Los detalles, las moléculas y las células implicadas son por supuesto mucho más complejos de lo explicado aquí pero lo cierto es que todas estas máquinas funcionan en el salmón a una extraordinaria velocidad y de forma coordinada.
Además de esta complejidad, los peces deben poseer de antemano el instinto necesario para comportarse de manera adecuada y no viajar al mar antes de tiempo o ascender prematuramente por los ríos ya que los fluidos corporales y las concentraciones de iones tienen que ser precisas en cada momento para permitir que músculos, nervios, sentidos y todos los demás sistemas funcionen a la perfección.
Si a esto se añaden las características de su ciclo biológico, su sentido de la orientación, su olfato, etc., resulta que la fuerte impresión de diseño de los salmones se manifiesta de manera notable.
Y aquellas vetustas palabras de Job me vienen a la mente de forma recurrente:
Pregunta ahora a las bestias, y ellas te enseñarán;
a las aves de los cielos, y ellas te lo mostrarán;
o habla a la tierra, y ella te enseñará;
los peces del mar te lo declararán también.
¿Qué cosa de todas estas no entiende
que la mano de Jehová la hizo? (Job 12:7-9).
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