Quizás no crees en Dios ni en nada de lo que la Biblia dice, pero si algo de todo eso es cierto, mejor dejar a un lado todo lo demás, por un momento, y resolver la situación espiritual.
Un fragmento de “Detrás de cada puerta”, de Jaime Fernández Garrido (Clie, 2023). Puede saber más sobre el libro aquí.
Albert Einstein fue considerado la personalidad científica más relevante del pasado siglo XX. Su famosa teoría de la relatividad sigue siendo el fundamento de la mayoría de los avances en el mundo de la investigación física. Einstein vivió en una época donde muchos comenzaron a discutir la existencia de un ser superior, así que sus investigaciones y descubrimientos fueron el campo abonado donde algunos creyeron ver la base de una nueva humanidad que no solo no necesitaba a Dios, sino que incluso podría llegar a afirmar que no existía. Einstein nos sirve de referencia en esa lucha. No vamos a discutir hasta dónde era creyente o no, si era panteísta o si creía en un ser superior; entre otras cosas, porque el famoso físico ya está muerto, así que cualquier tipo de debate debería terminar antes de su comienzo. En un escrito a un amigo, Albert dejó una frase llena de misterio que hasta hoy no se ha podido descifrar del todo: “El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir”.
Aun así, en una entrevista, el famoso físico afirmó:
“Somos como un niño que entra en una biblioteca inmensa, con sus paredes cubiertas de libros escritos en muchas lenguas. Sabe que alguien los ha escrito, pero no sabe ni quién ni cómo. Tampoco comprende los idiomas, pero ve un orden claro en cómo están clasificados, un plan misterioso que no logra comprender. Esa es en mi opinión, la actitud de la mente humana frente a Dios. Incluso la de las personas más inteligentes” (1930).
Es obvio que yo no puedo entrar en las explicaciones científicas y las aplicaciones de las leyes que Einstein descubrió, pero lo que si es cierto es que la discusión todavía no ha finalizado, y cualquier elemento que pueda añadirse puede considerarse vital, porque precisamente de eso se trata, de saber cual es el origen de la vida. Él se sintió defraudado por una concepción del mundo exclusivamente naturalista sin dar pie a que pudiera existir algo o alguien más. El ex-ateo Anthony Flew, relata en su libro Dios existe lo que el escritor Jammer le comentó: Einstein siempre lamentaba que se le considerara ateo (…) en sus propias palabras: “Lo que realmente me enfurece es que los que dicen que Dios no existe, me usen para reforzar sus tesis” (1).
No voy a referirme al famoso físico para argumentar nada a favor o en contra de la existencia de Dios, sino simplemente como un ejemplo del deseo de todo ser humano: conocer el universo y todo lo que le rodea. Llegar a la causa primera y final de todas las situaciones. Saber la razón por la que estamos aquí y cuál es nuestro lugar en ese universo. Ese es el objetivo de todos, incluso el de aquellos que afirman que no les interesa en absoluto. En ese sentido, las palabras de Albert Einstein: El hombre de ciencia es un filósofo mediocre, pueden ayudarnos a comprender lo que está ocurriendo.
Sería muy arrogante por mi parte decir que voy a plantear algo nuevo, o incluso que puedo llegar a convencer a alguien con lo que estoy escribiendo. Además de arrogante sería irreal, porque lo que simplemente pretendo es que puedas pensar mientras lees estas líneas. Ni más, ¡ni menos! Porque si algo es importante en la vida es saber quiénes somos cada uno de nosotros, o al menos intentar asomarnos a comprender quiénes podemos llegar a ser. O nos preocupamos de eso, o nos dejamos llevar sobreviviendo día tras día, mejor o peor según las circunstancias y nuestro estado de ánimo, esperando que llegue no sé qué o simplemente no aguardando nada en absoluto. Muchos de nosotros dedicamos años preparándonos para el trabajo que vamos a tener en el futuro, o para cualquier otra circunstancia de la vida, pero apenas pasamos unos minutos examinando cuidadosamente si existe lo eterno.
La verdad es que la decisión de seguir investigando es de cada uno en particular; si después de leer este libro o de tus propias investigaciones, llegas a la conclusión de que no existe nada más allá de lo que podemos ver o estudiar, todo lo que estás leyendo no tiene mayor importancia. Pero recuerda que si realmente existe una eternidad, ¡nada tiene mayor valor en la vida que encontrarla! Muchos toman más en serio el paso del tiempo que la llegada de la eternidad: lo que sucede en un tiempo limitado es motivo de estudio; lo que podría acontecer en la eternidad no. Desgraciadamente muchos creen que la mejor manera de resolver la cuestión de la eternidad es ignorándola por completo (2).
No está de más decir que es nuestra vida la que está en juego. Lo que estamos intentando descubrir no es si debemos creer que un alimento adelgaza o si un determinado equipo deportivo es mejor que otro, o incluso si las decisiones del gobierno influyen en la situación económica mundial, por muy importante que eso sea, ¡de lo que se trata es de nuestra vida! Quizás no crees en Dios ni en nada de lo que la Biblia dice, pero si algo de todo eso es cierto, mejor dejar a un lado todo lo demás, por un momento, y resolver la situación espiritual, porque no hay nada más importante que conocerle. Tenemos la necesidad ineludible de meternos de lleno en esa investigación.
Uno de los mayores problemas al tratar el tema espiritual es la gran cantidad de personas que han llegado a una postura ideológica no por investigación propia, sino simplemente por haberse abandonado. Muchos no creen en Dios, no por las conclusiones a las que han llegado, sino porque simplemente viven como si Dios no existiera. No les preocupa, no se lo han planteado, ni, ¡mucho menos!, creen que sea algo importante. Esa sería una postura existencial correcta si no existiera nada fuera de nosotros mismos, pero el problema es que, si Dios realmente existe, entonces no se puede pensar en ningún otro tema antes de resolver ese.
Pero eso no es todo, en esta vida nos encontramos también a muchos que sí creen, pero no les importa argumentar. Piensan que no es necesario usar la razón; defienden una postura falsamente llamada de fe creyendo que de esa manera está todo arreglado sin darse cuenta de que, si tenemos una mente para pensar, es también para acercarnos con ella al Creador.
¿Hasta dónde podemos llegar con nuestra razón? Es cierto que no podemos demostrar la existencia de Dios de una manera exclusivamente racional, no tanto porque no sea posible, sino porque tenemos que implicar todo nuestro ser: si Dios es un ser espiritual (que vive en una dimensión más allá de los límites de nuestra razón, para que nos entendamos), necesitamos esa misma espiritualidad para poder llegar a Él. No se trata de que la razón sea inútil, ¡todo lo contrario! ¡Cualquier conclusión a la que lleguemos por medio de elementos racionales nos ayudará muchísimo! El problema es que tenemos que dar pasos más allá, en todo el sentido de la frase.
En cierto modo, y salvando las distancias, nos encontramos en la misma situación que cuando nuestro médico nos dice que un problema en el aparato digestivo no viene directamente de una mala alimentación, sino de una alteración de nuestro sistema nervioso. Puede que, al principio nos parezca imposible que una preocupación (algo que no es material ni está localizado en un lugar concreto de nuestro cuerpo), nos lleve a generar una úlcera estomacal, pero cuando comprobamos que es así, seguimos investigando más allá de lo que podemos ver, tocar y sentir para poder resolver el problema. Usamos nuestra razón, pero tenemos que adentrarnos en un campo dónde otros elementos son mucho más importantes: elementos que no podemos medir de una manera racional (nadie puede llegar a calibrar qué porcentaje de su sistema nervioso o de sus emociones está alterado); aunque también es cierto que la razón nos ayuda a comprender esas influencias y las interacciones de lo emocional con lo material. Nadie tildaría de loco a su médico por decirle que una preocupación que no puede medir ni sabe dónde ubicarla, está alterando de una manera orgánica a su cuerpo material.
Este ejemplo tan simple nos ayuda a entender que no podemos dejar de usar nuestra razón, ni mucho menos abandonar la investigación, simplemente porque nos encontremos con problemas aparentemente irresolubles. Muchas personas se debaten entre dos imposibilidades: la de demostrar la existencia de Dios de una manera racional. y la de quitar a Dios de su razón. Incluso llegan a vivir obsesionados con Él. Muchos autores (¡La gran mayoría de los que defienden el ateísmo!) no pueden dejar de escribir sobre Dios, ni de intentar encontrar razones en su contra, convenciendo a todos de que no existe. Parecería que no pueden vivir sin Él. […]
(1) Flew, Antony, Dios existe, Trotta, Madrid 2012; página 94.
(2) También he visto que muchas personas que viven bien, económicamente hablando, creen que ya no necesitan a Dios. Piensan satisfacer su espíritu con pequeños trofeos comerciales, con logros personales, o con relaciones que les satisfagan por completo; de tal manera que no les interesa nada más.
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