Carmen Hernando expresa que “la trágica andadura del siglo XX no se entendería sin la vida y la obra de intelectuales como Simone Weil Y Albert Camus”.
En París se ha publicado recientemente una nueva edición de Espera de Dios, libro que, con El conocimiento sobrenatural, constituyen dos obras de carácter teológico escritas por Simone Weil entre 1950 y 1951. En ellas la autora explica cómo tuvo lugar su evolución religiosa, sin renunciar a sus constantes denuncias del capitalismo.
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Simone Weil nació en París el 3 de febrero de 1909 y murió en Londres el 24 de agosto de 1943, a los 34 años. A pesar de una existencia tan breve tuvo una vida muy intensa. Pertenecía a una familia muy rica de origen judío que le impartió una primera educación completamente agnóstica. Según Kant, la mujer inteligente es superior al hombre, porque la suya es una inteligencia bella. Desde niña Simone Weil dio muestras de poseer una inteligencia extraordinaria. En el liceo Víctor Duruy, de la capital francesa, fue una estudiante aventajada. Después de seguir cursos de filosofía siendo adolescente pasó al instituto Henry IV, donde durante tres años tuvo profesores brillantes. En 1928 fue admitida en la prestigiosa Escuela Normal Superior de París. Tres años más tarde, con sólo 22, la vemos como profesora auxiliar de filosofía en la misma institución.
Por aquellos años la joven se apasiona por el pensamiento griego, estudia a Carlos Marx y se involucra en el sindicalismo revolucionario. Sus simpatías van hacia Trotsky, los anarcos-sindicalistas y los militantes de la revolución proletaria.
Sus ideas políticas iban de la mano con su interés por la clase trabajadora. Al ser nombrada profesora de filosofía en Auxerre, municipio de Francia a orillas del río Yonne, fundó un círculo de estudios al que cedió todo su sueldo, reservándose para vivir cinco francos diarios, que era el subsidio asignado a los obreros sin trabajo de la ciudad. Desde su adolescencia Simone sentía que la miseria sólo puede conocerse de verdad a través de una experiencia, de una participación que afecte a la vida eterna.
Durante el tercer año de su carrera de profesora en Roanne, departamento del Loira, tomó la decisión de sujetarse al trabajo de una fábrica como una prueba voluntaria de apuntalar su acción de militante revolucionaria. Siguiendo esta convicción, durante año y medio, diciembre de 1934 hasta agosto de 1935 la joven Weil trabajó en la fábrica Renault en una labor penosa manejando prensas y taladradoras. Abandonó la fábrica muy afectada de salud, pero aquella experiencia la llevó a escribir el libro La condición obrera.
Declarada la guerra civil española, en agosto de 1936 Simone Weil se dirige a Barcelona para alistarse en las filas de los anarquistas. Un accidente del que no se tienen noticias concretas la obliga a regresar a Francia dos meses después. Pero su breve contacto con la guerra le bastó para comprobar con espanto que la oposición entre dictadura y democracia tiende a borrarse. En todos los campos ideológicos el hombre moderno es aplastado por la máquina social y política.
A partir de ese momento da comienzo la evolución religiosa de Simone Weil. Todo se inicia en un viaje a la ciudad de Asís, en la Umbría italiana, donde según la historia católica San Francisco fundó en 1208 la orden de los franciscanos. Dicen sus biógrafos que “por primera vez en su vida Simone cayó de rodillas ante un crucifijo”. Esto ocurría en 1937. Un año después, durante la semana santa en Solesmes, municipio francés a orillas del Sarthe, por entonces con sólo unos 1.000 habitantes, confirmó aquél encuentro brutal con Dios. “Cristo en persona descendió y me tomó”, anota la antigua agnóstica. Como dijera el periodista francés André Frossard en 1969, ex–comunista y ex–ateo en un libro que revolucionó muchas conciencias, Dios existe porque yo lo encontré, semejante afirmación salió de los labios de la joven judía. Los Evangelios se convierten en sus libros de cabecera. Ya no lee a Marx, ahora lee a Georges Bernanos, autor católico. Se siente identificada con dos obras de este autor, Los grandes cementerios bajo la luna y Diálogos de carmelitas.
A partir de esas lecturas Simone Weil se dedica a una frenética escritura religiosa. De este género se conocen nueve de sus libros: El conocimiento sobrenatural, Atención de Dios, Carta a un religioso, Pensamientos desordenados concernientes al amor de Dios, La torpeza y la gracia, Institución pre-cristiana, Oposición y libertad y La espera de Dios.
Ella, siempre en busca de Dios, no dio el paso del bautismo porque no podía aceptar ni los dogmas de la Iglesia católica ni su pretensión de tener la verdad en exclusiva. Este rechazo del catolicismo quedó expuesto en Carta a un religioso.
El 17 de mayo de 1942, en plena guerra mundial, embarca hacia Estados Unidos, solicitada para ofrecer conferencias en varias ciudades. Allí prosigue su meditación espiritual, que recrea en el libro El conocimiento sobrenatural. Meses más tarde, en noviembre, regresa a Europa. No quiere entrar a Francia. Se instala en Londres, su salud, ya quebrantada, se agrava a causa de las restricciones voluntarias que sigue imponiéndose con creciente rigor. En abril de 1943 la ingresan en el Hospital Middesex y muere algunos meses más tarde en el sanatorio de Ashford. Triste muerte de esta gran mujer cuando su pensamiento se hallaba aun en plena evolución.
Uno de los grandes intelectuales admiradores de Simone Weil fue el Premio Nobel de Literatura Alberto Camus, de quien tengo escritas muchas páginas. Poco antes de ir a Suecia para recibir el Nobel pasó una tarde en casa de los padres de Simone Weil, a quienes rogó que le permitiesen estar un tiempo en la habitación de la filósofa, como quien acude a una capilla religiosa a meditar. Camus calificó la obra de Weil como “tratado de la civilización”, porque halló en ella “un pensamiento volcado en rescatar de su derrumbamiento a la civilización europea”.
Su profunda admiración por la joven filósofa le llevó a editar varias obras suyas en la colección Espair, de la Editorial Gallimard.
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Carmen Hernando escribe que “Simone Weil, radical y contradictoria, no parecía estar llamada a brillar con luz propia en el firmamento intelectual del siglo XX. Pero un grande, Albert Camus vio en ella un diamante en bruto, la tuteló y, al publicarla en su prestigiosa colección, permitió que el mundo la conociera y llegara hasta nosotros…. La trágica andadura del siglo XX no se entendería sin la vida y la obra de intelectuales como Simone Weil Y Albert Camus. La historia de la humanidad unida al árbol de la cruz”.
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