Pueblo castellano

Aquel pueblo castellano, como tantos otros de la España franquista, vivía bajo la autoridad del alcalde, el cura y el boticario.

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De un modo inesperado para todos, apareció por allí un misionero protestante inglés que trajo a aquellas gentes el Evangelio de la Gracia. Tuvieron mucho éxito sus reuniones que fueron muy concurridas. Jamás habían sospechado aquellos lugareños que Dios estuviese a favor de ellos de modo tan incondicional.

No tardó en saltar la autoridad religiosa del pueblo. El cura cuestionó Biblia en mano la teología del misionero evangélico, pero con tan poco éxito que hubo de retirarse humillado.

El goteo constante de católicos convertidos a Jesús era cada vez más preocupante para el cura, de modo que él mismo decidió asistir a las predicaciones del misionero.

Como consecuencia también experimentó una renovación espiritual que le transportó a su juventud cuando su piedad iba acompañada de verdadera pasión. Su conversión fue profunda y significativa para el resto de fieles católicos que también acabaron decantándose por la fe evangélica.

Un día el misionero abandonó el pueblo para continuar con su labor evangelística, dejando el pastoreo de la nueva asamblea a manos del cura reformado. Éste cumplió su labor pastoral fielmente, sin apartarse de los principios de la reforma. Lo hizo con tanto celo que no sólo defendió el Evangelio, sino que acabó imponiéndolo.

De nuevo la Gracia se iba convirtiendo en ley y los conversos evangélicos resucitaron penitencias en forma de asistencia obligada a las reuniones, normas en el vestir, prohibiciones morales, imposición del velo, restricciones sociales, obligaciones en la práctica piadosa y diversas formas de legalismo.

Preocupado por el gasto que suponía el alquiler del local para el culto protestante, el cura reformado tuvo la brillante idea de abrir la iglesia católica que aún permanecía vacía y ocuparla con la membresía evangélica. A todos pareció bien. Incluso las autoridades católicas lo aceptaron de buen grado, siempre y cuando no tocasen las imágenes.

Un día apareció el cura reformado en el culto vestido con sotana explicando que los anglicanos, que también son reformados, la llevan habitualmente. Se volvió al bautismo infantil, argumentando el cura convertido que también es una práctica de algunos reformados.

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Cuando volvió el misionero protestante para ver el estado de los convertidos de aquel pueblo, preguntó alegremente a un vecino, “¿dónde está la iglesia evangélica?”