Un breve texto de Octavio Paz, con el que desarrolla una interpretación tan audaz como inquietante de los dogmas cristianos.
Un breve texto de Octavio Paz (El lirio y el clavel, 1980, a sus 66 años), casi escondido entre sus obras completas, citado por la profesora argentina Verónica Parselis[1], recuerda una copla popular de tema navideño (“En un portal de Belén / nació un clavel encarnado / que por redimir al mundo / se volvió lirio morado”) que leyó de niño y que no olvidó en toda su vida. Allí, el poeta autor de Piedra de sol desarrolla una interpretación tan audaz como inquietante de los dogmas cristianos mediante trazos ágiles y, sin embargo, efusivos y aun críticos:
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En esos cuatro versos está todo el cristianismo, su historia y sus misterios. Más exactamente, sus dos grandes misterios, que son también los de cada uno de nosotros: el nacimiento y la muerte. Sólo que el nacimiento de Jesús y su muerte encierran otro misterio mayor. La copla nos lo explica, no en el lenguaje de la teología sino en el de la poesía, a través de imágenes y ritmo (énfasis agregado).[2]
A continuación, pasa a comentar el contenido de la copla con singular atingencia:
El clavel es el niño Jesús, encarnado en una flor popular, que es imagen de la encarnación del espíritu en la carne de los hombres y las mujeres. El lirio es una flor espiritual. Y el morado es un color entre el rojo y carmín, mezclado con el azul celeste: es el color por excelencia de la transfiguración de la sangre en el sacrificio. El simbolismo de los colores, la transformación del rojo en morado y el cambio del clavel en lirio nos revelan el secreto de la vida de Jesús: su nacimiento fue una encarnación y su muerte no fue muerte sino transfiguración: el clavel se volvió lirio.
Y remata con un tino admirable en su concisión y profundidad, al mismo tiempo: “El secreto de esta transfiguración es un secreto a voces. Quiero decir, es un secreto que todos los hombres compartimos y en el que todos participamos: la redención del mundo”. Cierra diciendo que leyó muchos poemas sobre la Navidad (de Sor Juana, Valdivia, Lope y Góngora), hermosos ciertamente, pero ninguno de ellos, afirma, con “la economía poética y la sencillez de la copla del lirio y del clavel. Es un ejemplo del dicho de Blake: una gota de agua en la que cabe un mundo”.
La lectura personal de Parselis apunta más hacia la recuperación de los valores humanos que, entre otras cosas, esta temporada es capaz de rescatar. Sin ánimo de moralizar, actitud lejana a su carácter de docente de filosofía y artista visual (ver aquí), abunda por su cuenta en lo que las breves palabras pacianas le produjeron:
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Aunque el origen histórico de la Navidad pueda relacionarse con los ritos de renovación del solsticio de invierno y las fiestas Saturnales de Roma, la celebración cristiana aporta un significado nuevo. Es la revelación de la luz, del logos, de la verdad. Se celebra la llegada de Dios hecho hombre, del Mesías, que anuncia mucho más que el fin del invierno: es el fin de toda maldad, injusticia y falsedad. Frente al misterio de la encarnación se descubre una nueva consideración de la vida de cada persona y de toda la humanidad: la eternidad y el tiempo se encuentran en nosotros, en nuestro mundo, en nuestra historia (énfasis agregado).[3]
Más adelante, cita a Edith Stein y concluye su magnífica aportación. Luego de leer ambos textos, de charlar con el poeta y crítico Evodio Escalante, profundo conocedor de la obra de Paz (quien días después recomendó otro texto interesante de acercamiento al mismo ensayo[4]), y de dialogar internamente con la resonancia de algunas de las ideas tan bien expresadas en ambos textos, la inquietud poética gestó los versos con que concluye esta colaboración, surgidos ante la cercanía de la festividad que celebra la venida de Dios al mundo para unirse a él, irreversiblemente. Los presiden otras coplas antiguas originarias de Nueva España, de un autor considerado uno de los primeros poetas de estas tierras.
El mal se destierra,
ya vino el consuelo:
Dios está en la tierra,
ya la tierra es cielo.
Fernán González de Eslava, Siglo XVI
El cobijo de Dios en un pesebre
fue la estrella que anunció la Aurora
la infinitesimal venida del cielo
a emparentar con la historia /
para siempre /
Ese cobijo eterno abraza / retiene
todo lo creado en la gracia
desplegada sin condiciones
sobre toda carne y vida /
de manera imperturbable
Lejos de leyes y consignas baratas
se expande como un bálsamo perfecto
para sanar heridas y conflictos /
acumulados en tiempos desgarrados
idos y presentes
Ese pesebre es centro y fin /
camino y ruta compartida
con peregrinos cansados / marginados /
migrantes cuyo sol no llega nunca
en el horizonte
El cobijo divino asoma en utopías
albas y tranquilas / rudas y feroces /
como acceso al calor celestial
que nutre todo de vida y compasión
inmerecidas pero reales
El cobijo divino trasciende poderes
reclamos / orgullos
se instala en el mundo haciéndose
vida / fragor / desafío
para fes insumisas
Suspende las guerras / acaba con ellas
desde su razón más honda / y sí:
deja huella en la tierra
y sus alrededores
como amor rebelde
Envuelve a su cosmos con un tenue hilo
visible al contacto / tenaz / persistente
pues prueba que un reino /
que está en el futuro / extiende su mano
cada día que pasa
Notas
[1] V. Parselis, “La Navidad y los valores que nos humanizan”, en La Nación, Buenos Aires, 6 de diciembre de 2022.
[2] O. Paz, “El lirio y el clavel”, en Al paso. México-Barcelona, Seix Barral, 1992, p. 9. Fue recogido en el tomo 3 de las Obras completas (Barcelona, Círculo de Lectores, 1991).
[3] V. Parcelis, op. cit.
[4] Cf. Rosario Herrera Guido, “Octavio Paz y el gran tema de la redención”, en Revolución 3.0, 23 de marzo de 2016.
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