La crueldad de los carnívoros

Cuando vemos cómo cazan los leones y abaten a las presas, aferrándoles sus fuertes mandíbulas al cuello hasta que éstas dejan de respirar, es lógico que experimentemos sentimientos de repulsa ante semejante crueldad mortal.

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Aunque sea algo natural y necesario para el buen funcionamiento de los ecosistemas, aunque entendamos que se trata del modo de vida habitual de los carnívoros que deben nutrirse y alimentar a sus crías, aunque sepamos que las matan de la forma más rápida y menos dolorosa, hay algo dentro de nosotros que nos dice que eso no está bien.

¿Por qué tiene que ser así? ¿No habría podido Dios hacer las cosas de otra manera, en vez de permitir esta cruel realidad y tanto sufrimiento en el reino animal?

El filósofo ateo Bertrand Russell (1872-1970), en una de sus críticas al evolucionismo teísta que profesan tantos creyentes, desde la obra del jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin, escribió estas lógicas palabras:

“Parece que durante esas edades (…) cuando los animales se torturaban entre sí con feroces cuernos y aguijones mortales, el Omnipotente estaba esperando con tranquilidad la final aparición del hombre con más exquisitos poderes de tortura y crueldad más ampliamente difundida. Por qué el Creador hubo de preferir alcanzar su meta por un proceso, en vez de ir directamente a él”. [1]

Desde luego, si Dios creó por medio del proceso evolutivo con la finalidad última de hacer al ser humano, Russell tiene razón.

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No obstante, que el hombre descienda del simio es algo que todavía está por ver. A pesar de la insistencia paleoantropológica, los fósiles no lo demuestran en absoluto ya que existe una profunda laguna sistemática entre unos y otros, similar a las que hay entre los grandes grupos de clasificación.

El Homo habilis pierde credibilidad por todas partes porque los propios investigadores lo consideran como una especie de cajón de sastre donde se guardan fósiles pertenecientes a varias especies distintas.

El género Homo es perfectamente distinguible de los demás fósiles antropoides y el hecho de que casi todos los seres vivos tengan ADN en sus células, tampoco es una demostración concluyente de un proceso evolutivo gradual porque el Creador pudo haber usado tal macromolécula para hacer diversos seres vivos de manera discontinua, tal como usó unos mismos átomos para crear toda la materia del universo.

Sin embargo, Russell se equivoca, si es que el Omnipotente hizo al humano de manera especial y diferenciada, a su imagen y semejanza.

Es verdad que en una creación como la actual, en la que imperan las leyes de la termodinámica, la gravedad, el electromagnetismo y las fuerzas nucleares fuertes y débiles, los herbívoros requieren de la depredación de los carnívoros para mantener sus poblaciones en perfecto estado genético y saludable, así como para minimizar la enfermedad, la superpoblación, el sufrimiento y la muerte.

Si no hubiera carnívoros, los animales herbívoros sucumbirían de hambre y de enfermedades diversas. La presión de selección que realizan los carnívoros sobre los herbívoros elimina sobre todo a los enfermos, débiles, torpes o viejos y esto contribuye a mantener sus poblaciones en óptimo estado.

Gracias a los carnívoros, el tamaño de las poblaciones de herbívoros se mantiene en el nivel adecuado para sustentarse de la vegetación disponible.

Quizás la muerte del herbívoro parezca cruel desde la ética humana pero es adecuada desde la dinámica de las poblaciones y el buen funcionamiento de los ecosistemas.

En general, los depredadores son hábiles matarifes que acaban rápida y eficazmente con la vida de sus víctimas. No se regodean cruelmente en hacerlas sufrir sino todo lo contrario.

Además, ¿cómo evaluar el grado de sufrimiento que experimenta cada especie? Si bien se puede considerar que los animales superiores sufren, es poco probable que los inferiores lo hagan en la misma medida que las personas.

Si el dolor y el sufrimiento dependen de la complejidad cerebral, la inmensa mayoría de los animales, los llamados inferiores, no sufren prácticamente nada al ser devorados por sus depredadores.

A pesar de que el mundo actual es un mundo caído, las leyes naturales han sido optimizadas por el Creador para compatibilizar el mal con la libertad humana. Todavía es posible que el ser humano experimente el amor desde el libre albedrío.

Según la Escritura, cuando sea erradicado el mal, Dios llevará a todos los redimidos a una nueva creación donde no existirán las leyes de la termodinámica actual, ni la gravedad, el electromagnetismo o las fuerzas nucleares.

Un mundo inimaginable en el que “morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará” (Is. 11:6).

En tal creación no existirá la decadencia, la enfermedad, el sufrimiento, ni tampoco la muerte. ¿Una utopía fantástica o una revelación verdadera del Altísimo? Prefiero creer en esto último.

Cuando el ser humano juega a ser juez de Dios o a creer que él habría hecho las cosas mejor, se está enfocando sólo en detalles particulares, en lugar de contemplar toda la realidad desde la perspectiva histórica global, tal como hace el Creador.

Es lo que reflejan las palabras de Zofar en el libro de Job: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso?” (Job 11:7). Si no conocemos los propósitos del Altísimo al crear el universo, es imposible que entendamos plenamente sus decisiones.

No obstante, el ser humano piensa que sabe mucho, gracias a sus descubrimientos científicos, y esto le hace creerse con derecho a juzgar y cuestionar la obra divina.

Pero son tantas las cosas del cosmos y de la vida que desconocemos que deberíamos aprender a ser más humildes. Es posible que el Señor nos observe como los padres miran a sus hijos adolescentes.

Al haber crecido éstos en poco tiempo y adquirido cierta madurez, a veces se atreven a juzgar a sus padres de manera un tanto injusta. Sin embargo, cuando pasan los años, se vuelven adultos y reflexionan, entonces muchos reconocen el error que cometieron en la adolescencia.

Según la Biblia, Dios permite el mal en el mundo con el fin de que las personas puedan ser realmente libres y responsables.

Sin embargo, lo hace con una condición: la de ofrecernos también una vida eterna feliz después de la muerte natural. Y esto se hizo posible gracias a Jesucristo.

El mal de la naturaleza -que reflejan tan bien los animales carnívoros- sigue siendo malo pero es menos malo y más comprensible desde la teodicea de Jesús.