Las cosas que edificamos sobre anhelos egoístas y con una conciencia carente de sentido, con el tiempo se vuelven banales y molestas. Nos incomodan hasta que desaparecen.
En la edad dorado de los biopic, no ha resultado excesivamente sorprendente que apareciese una película sobre la historia de la familia Gucci (House of Gucci) y su reconocida empresa de lujo. Pero esta no es una reseña que repasa lo que se ha escrito al respecto y lo contrasta con la perspectiva que Ridley Scott plantea en su cinta. Él toma en cuenta los detalles, claro. Si no, no sería un biopic, pero algo que me ha gustado especialmente de su película es la forma en la que utiliza los acontecimientos relacionados con otros para generar una reflexión en el espectador. ¿Cuál? Eso lo decidirá cada uno.
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Por ejemplo, en el relato cinematográfico de Scott, los Gucci aparecen ya como una familia de reconocida fama internacional, y vinculado a ellos un emporio económico basado en la moda y en el lujo. Scott no se detiene a explicar la llegada hasta ese escenario, sino que su película se remite a la acción.
Su dramatismo es el del mismo paso de la vida, notorio incluso en medio de la riqueza y el éxito. Por eso la película resulta trepidante, causando una sensación de constante acción. No obstante, Scott señala bien en la película las ocasiones que permiten al espectador generar una reflexión más profunda y aplicada sobre los hechos que se narran.
La idea de (des)conocerse a uno mismo aparece a lo largo de la película. De hecho, Scott cierra así la historia, con una declaración en los labios de Patrizia Reggiani, a quién interpreta la cantante Lady Gaga. La percepción de todo ello en su conjunto es que los principales son unos grandes desconocidos para sí mismos, y se proyectan en la aceptación de otros para tratar de dar sentido a sus vidas. Es el caso de Paolo con Aldo, de Patrizia con el joven Maurizio Gucci, o del propio Maurizio con los peces gordos del sector financiero con los que se codea.
[photo_footer]En 'House of Gucci', la apariencia suele dar paso al dolor. / Fotograma de la película, Prime Video.[/photo_footer]
La frágil tensión que ha existido siempre entre el hecho de relacionarnos los unos con los otros, y el hecho de vivir para buscar la aceptación de los demás, queda bien plasmada en la película de Scott. Así como el hecho de que no es algo sencillo de vivir, ni genera siempre una reacción homogénea en nosotros.
Muchas veces, como el Paolo Guzzi de la película, buscamos el amor que necesitamos en aquellos que no nos corresponden, como el Aldo que retrata Scott en House of Gucci. O como le pasa a Patrizia con Maurizio. Entonces, ante la realidad de nuestra falta de correspondencia, nos creemos los más desdichados de los seres humanos, pero olvidamos que nosotros, al mismo tiempo, tampoco correspondemos a otros como esperan. Y así ese círculo de desamor que somos, ese desafecto infinito que baña nuestros vínculos y relaciones, y nos mantiene constantemente heridos.
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Invirtiendo el orden que estamos acostumbrados y predispuestos a aplicar en nuestro hacer constante, Juan recuerda que en la relación de cada uno con Dios, el proceder ha sido completamente diferente (1 Juan 4:10). La iniciativa de Dios en Cristo anula cualquier anhelo de correspondencia y sobrepasa toda expectativa. Es en ese amor que podemos proyectarnos con la total seguridad de encontrar el sentido pleno que necesitamos para vivir esta vida.
Al titular esta sección haciendo alusión a la célebre novela de Chinua Achebe (Things fall apart), no puedo dejar de pensar en la cara de Patrizia (Lady Gaga) al ver la magnitud del rechazo que ha causado en Maurizio, hasta el punto que no puede soportar estar físicamente en el mismo lugar que ella. Su dolor es sorpresa, y su sorpresa, de nuevo, es la realidad de la desafección.
[destacate]Muchas veces pensamos que lo tenemos todo, pero solo es un vacío. Una masa de humo condensado, que al dar un manotazo al aire se disipa.[/destacate] Pero al espectador bien puede parecerle que ha hecho méritos para generar esa situación. Igual que el desesperado Okonkwo que protagoniza la historia que crea Achebe. Lo cierto es que ni Patrizia demuestra ser digna del amor que reclama, ni Maurizio poder dar el amor que otros necesitan. Es como si en un instante, todos se diesen cuenta de que la mentira sobre la que han estado viviendo ya no puede considerarse como verdad.
Muchas veces pensamos que lo tenemos todo, pero en realidad solo es un vacío dotado de un sentido que no le corresponde. Como una masa de humo condensado, que al dar un manotazo al aire se disipa. Y es que, las cosas que edificamos sobre anhelos egoístas y con una conciencia carente de sentido, con el tiempo se vuelven banales y molestas. Nos incomodan hasta que desaparecen. O bien ella, o bien nosotros de ellas.
[photo_footer]La falta de correspondencia en general es una gran cuestión que se refleja, de forma indirecta, en 'House of Gucci'. / Fotograma de la película, Prime Video.[/photo_footer]
“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”, decían los laodicenses. A lo que son respondidos: “No sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17). Si Dios da gracia a los humildes y resiste a los soberbios (1 Pedro 5:5), lo que más nos convendría es reconocer que en realidad no tenemos nada fuera de Jesús, aquel que es el fundamento de todo lo que verdaderamente necesitamos. De lo contrario, rodeados de aquello que en su momento nos pueda parecer todo, estamos condenados a despertar en algún momento, sacudidos por la fría sensación de la nada, y atormentados bajo el peso de la falta de correspondencia.
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