Personajes como él nos sitúan ante una confusión de proporciones cósmicas, que muchas veces nos aterra afrontar y tratamos de resolverla con simpleza.
Es sabido que las plataformas de contenidos audiovisuales han hecho parte de su “agosto” permanente a base de películas, series y documentales sobre personajes bien diversos de la historia contemporánea. Entre ellos, una sección aparte es la de los conocidos popularmente asesinos en serie. Un fenómeno que no ha dejado nunca de tener ese sabor especialmente estadounidense, aunque también se han hecho algunas producciones sobre figuras de esta índole en otros países. Pienso especialmente en Citizen X, una película para televisión también norteamericana pero que narra la historia de Andrei Chikatilo, que mató a 52 mujeres en la Unión Soviética, a pesar de que las autoridades de aquel país creían que esa clase de sucesos eran una perversión de occidente y solo tenían lugar en Estados Unidos y Europa.
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A Netflix, después de los Richard Ramírez (El acosador nocturno), Ted Bundy (Ted Bundy: durmiendo con el enemigo) o Charles Sobhraj (La serpiente), le ha dado ahora por Jeff Dahmer. La plataforma, en concreto, ha lanzado la serie documental Conversaciones con asesinos: las cintas de Jeffrey Dahmer y la serie dramatizada de Dahmer, que repasa la historia del asesino y recrea algunos de sus crímenes desde sus últimos días, cuando ya se encuentra declarando ante la policía. De él ya se han hecho cuatro películas previamente: Jeffrey Dahmer: the secret life (1993), Dahmer (2002), Raising Jeffrey Dahmer (2006) My friend Dahmer (2017).
Mindhunter puso el nivel muy alto con esta temática y, por lo general, las series y películas que han ido apareciendo son más bien productos que se centran en el morbo de las historias, que enfocan la cuestión del bien y del mal como el clásico dilema infantil del demonio y el ángel sobre los hombros, y que recrean las historias permitiéndose una serie de detalles que incluso resultan grotescos. Fue el caso de la película de Netflix sobre Ted Bundy, que además protagoniza una cara bonita de Hollywood como Zac Efron, y es el caso de Dahmer.
[photo_footer]Además de la serie, Netflix también ha lanzado un documental de varios capítulos en base a las conversaciones registradas con Dahmer. / Cartel del documental, Netflix.[/photo_footer]
Con Dahmer, Netflix no ha venido sino a confirmar lo perniciosa que resulta esa tendencia de crear una serie dramatizada de todo asesino en serie. Cabe preguntarse si la plataforma se ha propuesto ‘historizar el crimen’ o ‘criminalizar la historia’, porque a veces no parece ni siquiera tenerlo claro.
La serie sobre Jeff Dahmer la han catalogado de drama criminal, con elementos cine negro, cine LGTBI o incluso biopic. Lo único en lo que me parece que aciertan es en el calificativo de miniserie, aunque son diez episodios.
Aunque es cierto que se centra en la figura de Dahmer como el gran protagonista de una historia en la que influyen traumas de la infancia y decepciones de la juventud, se presenta un retrato que se recrea en detalles sórdidos y que pierde de vista cuestiones trascendentales.
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Su tratamiento de Dahmer parece igualar su figura a un proceso de casualidades y coincidencias que van formando al personaje, pero olvida toda su concepción antropológica, lo cual es clave para sus decisiones, como las de cualquiera. De hecho, el subtítulo de la serie contiene la palabra Monstruo, lo cual resulta paradójico cuando uno observa que tratan de pintarlo más bien como un pobre neurótico traumado desde la infancia que simplemente parece ser más oscuro que el resto.
Y todo ello a pesar de que juegan bazas clave, como una conversación del personaje de Dahmer con su abuela acerca de Jesucristo y de creer en Dios, o el proceso de enamoramiento del joven Tony Hughes. Simplemente son partes de otro capítulo más que, según entienden los productores de la serie, debe conducir obligatoriamente a lo macabro.
Esta clase de series son una tendencia que me parece, en cierto sentido, perniciosa. En parte, porque parecen querer redimir al resto de la audiencia por el hecho de no ser como el malvado y oscuro personaje que las protagoniza. Pero también hay una deshumanización camuflada en la incomprensión que genera el hecho de que alguien pueda asesinar a otra persona. Como es imposible llegar a entenderlo, podemos concluir que aquello que tenemos delante es simplemente un monstruo, no ya un humano con el que compararnos y ante el que sentir una profunda humillación por el devastador efecto del mal en esta vida.
[photo_footer]Historias como las de Dahmer deben impedir que seamos simplistas en nuestro tratamiento del problema del mal. / Fotograma de la serie, Netflix.[/photo_footer]
Proyectos y sueños frustrados por un asesino. Alguien que descarga en los demás el efecto de su soledad y su incomprensión. Una reacción extrema ante la desafección. Son conclusiones que muchos extraen de la historia tan de moda ahora sobre Dahmer, y las escriben. Pero hay cierta superficialidad en todas ellas.
En realidad, personajes como él nos sitúan ante una confusión de proporciones cósmicas, que muchas veces nos aterra afrontar y tratamos de resolverla con simpleza. ¿Para qué convivir con una pregunta toda la vida cuando podemos concluir en una serie de diez episodios que la respuesta a todos los interrogantes es que simplemente era un asesino?
Pero, como todas nuestras violencias, nos encontramos ante un spin off del episodio de Caín y Abel. Génesis 4:19-24 habla de un personaje miserable llamado Lamec que se regodea en su crimen, tan solo siete generaciones después de que Caín acabase con la vida de su hermano. La idea, según algunos comentaristas, es la de la sofisticación del mal, su construcción cada vez más compleja. Una realidad que nos expone y nos humilla, quedando muchas veces indolentes ante preguntas que no podemos responder de forma absoluta. Lo que sí podemos afirmar ante ese terrible efecto del mal es lo que leemos en Hechos 2:31-32: “[…] su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos”. Jesús venció la realidad más amarga y dolorosa del mal y del pecado, el retrato más abrumador, como es la muerte. La esperanza que se deriva de ello para nosotros es que nuestras vidas no son ya un círculo de desesperación enfocado a caer en un caso destructivo, sino que son renovadas por el Dios creador del universo, desde la cruz y la resurrección del Hijo, y mediante la obra del Espíritu Santo.
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