El segundo de los diez mandamientos que Jehová dictó a Moisés en al famoso decálogo, dice: “No te harás imagen”.
En su libro El Quijote como juego, ya citado en estas letras, su autor, Gonzalo Torrente Ballester escribe que “desde el principio hasta el fin, la estancia en el castillo es una enorme burla, que suele entenderse como de los duques a Don Quijote y Sancho. Pero si se admite la conciencia que el Caballero mantiene siempre de la realidad y se examina con atención y sin prejuicios la conducta de Sancho, ¿no tiene todo el aire de una burla hecha a los burladores?”.
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Cuando Don Quijote y Sancho se ven en la campaña rasa, libre de los duques y de Altisidora, al caballero le parece que está en su centro y que los espíritus se le renovaban y echa a Sancho un discurso sobre la libertad. A Diego Clemencín el discurso de Don Quijote le parece admirable, “tanto por la sensatez de las ideas que encierran como por el lenguaje noble, propio y majestuoso con que se expresa”.
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en esté castillo que dejamos hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas con ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!”. (El Quijote, segunda parte, capítulo 58).
En estos y otros razonamientos estaban los andantes cuando vieron que en un pradillo estaban comiendo hasta una docena de hombres vestidos de labradores. Junto a ellos tenían una especie de sábanas blancas que cubrían algunas cosas. Don Quijote, pensando siempre en nuevas aventuras se llegó a ellos y preguntó cortésmente qué era lo que aquellos lienzos cubrían. Uno de los doce respondió: “Señor, debajo destos lienzos están unas imágenes de relieve y entabladuras que han de servir en un retablo que hacemos en nuestra aldea; llevámoslas cubiertas porque no se desflorecen y en hombros, porque se quiebren”.
No quedó convencido el siempre curioso Don Quijote y preguntó si podía ver las imágenes. Otro del grupo dijo que sí, desde luego, y dejando de comer se prestó a mostrar a Don Quijote las imágenes.
La primera que enseñó fue la de San Jorge montando a caballo con una figura de serpiente enroscada a los pies y la lanza atravesada por la boca. En viéndola, comentó Don Quijote: “Este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina y fue además defensor de doncellas”.
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La segunda imagen representaba a San Martín puesto a caballo, que partía su capa con un pobre. Cuando la hubo visto, dijo Don Quijote: “Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente”.
Pidió Don Quijote que quitasen otro lienzo, debajo del cual se descubrió la imagen del Patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros. Al verle, dijo Don Quijote: “Este si que es caballero, y de las escuadras de Cristo; éste se llama don Diego Matamoros, uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo”.
Finalmente descubrieron otro y último lienzo que encubría la caída de San Pablo del caballo abajo, con todas las circunstancias que en el retablo de la conversión suelen presentarse. “Cuando le vido tan al vivo, que dijeron que Cristo le hablaba y Pablo respondía. Este, dijo Don Quijote, fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios nuestro Señor en su tiempo, y el mayor defensor suyo que tendrá jamás; caballero andante por la vida, y santo a pie quedó por la muerte, trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de escuela los cielos y de catedrático y maestro que le enseñase al mismo Jesucristo”.
Una vez vistas las cuatro figuras Don Quijote se vuelve a los que las llevaban y les dice: “Por buen agüero he tenido, hermanos, haber visto lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas; sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino, y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, y yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos”.
En el comentario que Diego Clemencín hace al Quijote, publicado por Ediciones Castilla, de Madrid, con motivo del IV Centenario de la aparición de la primera parte de la novela en 1605, éste prestigioso cervantista dice que aquí “Cervantes saca partido para su propósito, no sólo de la circunstancia de haber seguido San Jorge la carrera de las armas sino aún también en la manera común de representarle armado de todas las armas… Matamoros, apellido conocido, y aplicado ingeniosa y oportunamente al apóstol Santiago”.
En Vida de Don Quijote y Sancho Miguel de Unamuno califica la historia de las imágenes de “hondísimo pasaje” y se detiene en el aspecto humano de la narración. Escribe: “Aquí la temporal locura del caballero Don Quijote se derrite en la eterna bondad de la cordura del hidalgo Alonso el Bueno”.
¡Imágenes! El segundo de los diez mandamientos que Jehová dictó a Moisés en al famoso decálogo, dice: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás”. (Éxodo 20: 4-5).
Según Don Quijote, San Martín, Santiago Matamoros, San Jorge y San Pablo fueron santos que ahora habitan en el cielo. Los cuatro entran en la prohibición que Dios impuso a Moisés de hacer imágenes de ellos.
Alberto Colunga, maestro de Sagrada Teología y Consultor de la Pontificia Comisión Bíblica, en el primer tomo de La Biblia comentada, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1967, dice que “el precepto segundo del decálogo se ordena a imponer a los israelitas una concepción inmaterial de Dios, camino para llegar a la sentencia del Salvador: Dios es espíritu, y los que le adoren, en espíritu y en verdad le tienen que adorar”.
En página 494 del tomo al que estoy aludiendo, Alberto Colunga reproduce una sátira del profeta Isaías contra las imágenes o ídolos. Copio de la versión católica de la Biblia realizada por José María Bover y Francisco Cantera, página 935: “Quien trabaja la madera extiende la cuerda de medir, diseña el ídolo con el lápiz, lo corta con las gubias, con el compás lo delínea y lo convierte en una figura de varón, en un hombre hermoso destinado a morar en una casa. Cortóse cedros, tomó un roble o una encina, dejósela crecer fuerte entre los árboles del bosque, plantó una especie de cedro, que la lluvia hizo crecer; y sirven al hombre de madera combustible; tómase de ellas para calentarse, también se enciende de ellos fuego y se cuece pan; además fabrícase de ellos un dios y se posternan, se hace de ello un ídolo y se rodillan ante él”.
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