El probador probado

Érase una vez un fiel creyente en Cristo Señor Nuestro llamado Néstor que alardeaba de poseer un don especial de discernimiento espiritual.

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Sabedores de ello, los guías de la iglesia le encargaron un trabajillo de acorde a esa habilidad.

Estaban pensando en la posibilidad de asignar un cargo de responsabilidad al creyente Flabio pero querían asegurarse que fuese la persona idónea.

Para ese fin prepararon unos días de convivencia entre Flabio y Néstor en una cabaña junto a un lago, parecía el mejor lugar para el examen.

Un día salieron a pescar y, como quien no quiere la cosa, Néstor balanceó la barca de modo que su compañero se desequilibró y cayó al lago.

Una vez en casa, a la hora de comer, Néstor se preparó un plato abundante de arroz y a Flabio le ofreció una minúscula ración.

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Sin pensarlo dos veces, mientras Flabio se estaba duchando, Néstor apagó el calentador.

En esa misma línea, Néstor le sometió a toda suerte de pruebas, mientras observaba y sopesaba pericialmente sus reacciones por ver si procedían de un buen corazón cristiano.

De vuelta a casa, los guías de la iglesia se entrevistaron con ellos por separado.

— ¿Qué tal te ha parecido Flabio? ¿Sería un buen candidato? — preguntaron a Néstor.

— Parece ser un buen cristiano, ha soportado con resignación todas las dificultades a que le he sometido. Es confiable para el cargo, pueden estar seguros.

Una vez despedido, hicieron entrar a Flabio.

— ¿Qué tal te ha parecido Néstor? — preguntaron a Flabio.

— No sé, me ha tirado al lago, me ha hecho pasar hambre, casi me hace coger una pulmonía, etc. Creo que todavía está en una fase madurativa por la que cree que el fin justifica los medios. Pienso que es prematuro contar con él para cargos de responsabilidad.

— Gracias Flabio por tu inestimable colaboración, y disculpa el perjuicio al que has estado expuesto. Seguiremos buscando otra persona para ese cargo. Y, sobre todo, mantén nuestro secreto de probador probado.