El Señor Jesús se refiere a las zorras para enseñar que éstas tienen su guarida pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza.
Y fue Sansón y cazó trescientas zorras,
y tomó teas, y juntó cola con cola,
y puso una tea entre cada dos colas.
Después, encendiendo las teas,
soltó las zorras en los sembrados de los filisteos,
y quemó las mieses amontonadas y en pie,
viñas y olivares. (Jue. 15:4-5)
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La palabra hebrea shual, שׁוּעָל, significa “zorra” o “chacal”, mamíferos terrestres que escarban en el suelo para construir sus guaridas o madrigueras.
Fue traducida al griego de la versión Septuaginta por alópex, ἀλώπηξ y al latín de la Vulgata por vulpes, siendo estos dos últimos términos los que aparecen en las distintas versiones del Nuevo Testamento.
Es famoso el episodio del libro de Jueces en el que Sansón capturó 300 zorras y las usó como aliadas contra sus enemigos filisteos, quemando sus mieses y vengándose así del hecho de que su pretendida hubiera sido dada a otro hombre (Jue. 15:1-6).
Lo cual indica, entre otras cosas, cuán numerosos debían ser estos cánidos en aquel tiempo. Al ser animales omnívoros abundantes, no sólo consumían pequeños mamíferos, reptiles, anfibios, peces e invertebrados sino que también comían frutas y bayas, destrozando así las viñas de los agricultores (Cnt. 2:15).
No obstante, algunos autores creen que podría tratarse también de los chacales (iyyim, אִיִּים) ya que todas estas características coinciden con ellos y además eran muy ubicuos en Filistea en aquel tiempo. Solían vivir en manadas que se refugiaban en cuevas y eran, por tanto, relativamente fáciles de atrapar.
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Los zorros y chacales en la Biblia suelen relacionarse habitualmente con los desiertos y lugares desolados, ambientes hostiles para el ser humano ya que eran considerados como la morada de los malos espíritus y los poderes del mal (Lm. 5:18; Ez. 13:4; Job 30:3; Sal. 74:14; Mt. 4:1; Mc. 1:13; Lc. 8:29; He. 3:8; Ap. 17:3).
Sin embargo, el Señor Jesús se refiere a las zorras para enseñar que éstas tienen su guarida pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza (Mt. 8:20; Lc. 9:58).
Aunque livianos de peso, son animales muy astutos, silenciosos y precavidos, que incluso se comparan con los profetas de Israel y con otras personas (Neh. 4:3; Ez. 13:4; Lc. 13:32).
El zorro común o zorro rojo (Vulpes vulpes) es un mamífero de la familia de los cánidos de distribución holártica, es decir, que habita básicamente en el hemisferio norte (Eurasia, norte de África y Norteamérica hasta el norte de México), aunque en el siglo XIX fue introducido también en Australia con los consiguientes perjuicios para la fauna autóctona que duran hasta el presente.
Se trata de un animal nocturno muy cauteloso que durante el día permanece oculto entre los matorrales o en sus madrigueras. El color del pelo suele ser pardo rojizo, aunque existen razas casi negras, grises o amarillentas ya que se conocen unas 45 subespecies distintas.
Su cola es más larga que la del chacal o el lobo. Es un mamífero que se adapta bien a cualquier ecosistema: bosques caducifolios, estepas, praderas, tundra, taiga e incluso puede habitar zonas humanizadas muy pobladas. El ser humano lo ha relacionado desde siempre con la inteligencia y la astucia.
Habitualmente el zorro común suele pesar entre 4 y 8 kg, aunque esto depende, según la regla de Bergmann, de la latitud donde habite. Los zorros que viven más al norte, en climas fríos, son mayores que los del sur, de climas más cálidos.
Los ejemplares más grandes pueden alcanzar más de 14 kg de peso y los machos son un 15% más grandes que las hembras. Sus principales depredadores suelen ser las águilas reales, los lobos y los osos.
En Israel se conocen actualmente tres especies del género Vulpes: el zorro común (V. vulpes), el zorro de arena o de Rüppell (V. rueppellii) y el zorro estepario o de Blanford (V. cana).
Las dos especies que citaba el naturalista Tristram en el siglo XIX (V. niloticus y V. flavescens) se consideran hoy como subespecies del zorro común (V. vulpes).
Es frecuente en Tierra Santa que los zorros comunes coincidan en el mismo territorio que los chacales dorados (Canis aureus) y, cuando esto ocurre, suelen competir ya que sus dietas son idénticas.
Los zorros no respetan las marcas olorosas que dejan los chacales en el territorio pero procuran evitar la proximidad de éstos. Los estudios han demostrado que en las regiones donde hay muchos chacales, desciende significativamente la población de zorros.[1]
La historia de Sansón, relatada en el libro de Jueces, se inscribe en las caprichosas y desafortunadas relaciones sentimentales de un hebreo impetuoso que no terminaron bien y que, a pesar de todo, Dios usó para sus propósitos eternos.
El poder físico con el que el Altísimo le había dotado no siempre fue usado con cordura. Al contrario, su orgullo le llevó a matar a treinta filisteos de Ascalón (Jue. 14:19) y esto era algo que violaba su vocación de nazareo ya que no podía entrar en contacto con cadáveres (Nm. 6:6-12).
Posteriormente, tras enterarse que la mujer con quien pretendía casarse había sido entregada en matrimonio a un filisteo, se enfureció tanto que quiso vengarse de todo el pueblo quemando el trigo, las viñas y los olivares que éstos estaban cosechando (Jue. 15:4-5).
Y lo hizo por medio del insólito pero eficaz método de las 300 zorras portadoras de teas ardientes. Ya hemos comentado que tales zorras podrían haber sido también chacales de aquellas tierras filisteas, más numerosos y fáciles de cazar. El término hebreo permite dicha traducción.
Sea como fuere, aquellos cultivos arderían rápidamente ya que era la época más seca y cálida del año, con lo que la ruina de los filisteos estuvo garantizada. Como la violencia empleada por Sansón tuvo motivaciones egoístas y vengativas, pronto produjo también más violencia por la otra parte.
La mujer pretendida y su padre fueron quemados vivos por su propio pueblo y ardieron igual que los cultivos vegetales. Esta represalia cruel de los filisteos generará otro ciclo de violencia y así sucesivamente.
Tal es la rueda incesante de la venganza personal que continúa rodando hasta que una de las dos partes descubre que existe el perdón, lo pone en práctica y deshace el círculo vicioso.
El deseo sexual fue el tobogán que deslizó a Sansón hacia la venganza y sus nefastas consecuencias. Sin embargo, el apóstol Pablo aconseja a los cristianos en el Nuevo Testamento otra cosa diferente: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” (Ro. 12:19). El creyente debe practicar el perdón, no la venganza.
[1] Scheinin, S. et. al., 2006, “Behavioural responses of red foxes to an increase in the presence of golden jackals: a field experiment “, Animal Behaviour, Tel Aviv, 71, 577–584 .
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