Es bueno recordar, especialmente en esos momentos en los que podemos observar la crudeza de nuestro propio ser, lo que dice la Biblia sobre el amor de Dios.
Si un grupo de amigos es una representación, a pequeña escala, del aspecto parcial de la sociedad, Sally Potter, conocida sobre todo por Orlando (1992) y The man who cried (2000), recrea esta idea en The party (2017), una película corta, con un reparto de primer nivel y cuyo propósito es escenificar una sátira disparatada de nuestras formas de vida, en general.
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A través de un supuesto grupo de amigos diverso y dispar (tanto que, a veces, resulta difícil de imaginarlo), la directora se enfoca en destacar las contradicciones personales, de manera que cada protagonista se convierta en una voz legítima de un grupo mayor al que representa, y así lanzar una crítica, con un ácido humor, a diferentes propuestas de pensamientos, creencias, ideologías y convicciones establecidas en nuestra sociedad.
Y todo ello pivota alrededor de un lío de faldas entre los propios componentes del grupo, con lo cual Potter parece querer señalar al amor, y en particular a su comprensión como relación, como lo que en realidad resulta más contradictorio y criticable en la sociedad.
[photo_footer]La película de Potter es una sátira contemporánea, exacta en reflejar la decadencia y frivolidad de muchas de nuestras relaciones. / Cartel de la película, Filmin.[/photo_footer]
¿Alguna vez descansamos hasta formarnos una concepción de nuestras ideas, pensamientos y la vida, en general, que irremediablemente nos eleva por encima de los demás? En la película de Potter, es fácil denostar al profesor de universidad que dice ser un materialista ateo y que no oculta el hecho de creerse más inteligente que sus propios amigos. Es poco probable identificarse con él. Todo lo contrario que ocurre con el alegre místico, que se presenta con apariencia sencilla y trascendente, pero que en realidad está tan arraigado a sí mismo como su “intelectual” amigo.
Y es que es fácil limitarse uno mismo. Al final, se acaba observando la sociedad como ese hervidero de ideas, estilos, estéticas y programas, cada uno con sus adeptos y “defensores”, los cuales viven en un batalla constante, ya no por la verdad, sino simplemente por una victoria.
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En este sentido, la película de Potter resulta especialmente dolorosa. No por el hecho de ver desintegrarse un grupo de amigos, sino porque le lleva a uno a preguntarse si realmente lo fueron alguna vez. Si no estaban confundiendo los términos de relación, como partículas que se necesitan las unas a la otras durante un tiempo, pero que al final deben predominar unas sobre las otras y destruirse mutuamente. Un escenario sugerente, y que Potter lleva a los límites de lo improbable, pero realista en cuanto al planteamiento de nuestras relaciones.
La idea del amor, de la relación amorosa, es el componente que desata esta reflexión. Potter lo plantea como algo que no puede vivirse de una forma única, sino que tiene que ser compartido por varios miembros del grupo, al igual que el espacio en el que se encuentran, o que el éxito que celebran y que los ha reunido.
Pero entonces, no solo afloran las diferencias. Unos a otros se exponen como realmente se han considerado siempre: superiores al resto, porque no son como “yo”. El dinero choca con la inteligencia en la misma idea. El misticismo con el amargado realismo. Y el idealismo político con la irracionalidad de todo en su conjunto. Sencillamente no tienen respuestas ni soluciones. Parecen haber sido únicamente reunidos para embestirse mutuamente en una lucha por su propia supervivencia que resulta frívola y decadente. Lo de Potter es un realismo satírico que devasta.
[photo_footer]Potter, en el centro, junto a Mortimer y Murphy durante el rodaje. / Fotograma del rodaje, Pinterest.[/photo_footer]
Una afirmación al final de la película cobra un sentido que podemos hacer más trascendente para nosotros. Es el grito desesperado que lanza la amiga política, a la que da vida Kristin Scott Thomas: “Me dijiste que me amabas”. En el contexto inmediato de la película, tiene relevancia en el sentido en el que se relaciona con el factor de la relación amorosa y el hilo conductor de la trama. Sin embargo (y si el espectador lo encuentra aplicable para sí), esta expresión adquiere una dimensión mayor al pensar, tal y como Potter nos invita a hacer a lo largo de la película, en el conjunto de la sociedad y las relaciones.
Aunque hay muy pocas muestras de amor desinteresado y, como ya se ha dicho, tendemos a planear sobre los demás a la espera de qué teoría, creencia o convicción atacar, para así desmontar a quien la ostenta, nuestros anhelos y deseos más profundos se concentran en el hecho de querer ser amados. Es más, de esperar ser amados, y tal y como somos; unas veces, en nuestras reuniones sociales, polluelos afables, y otras, depredadores rapaces.
Al final, el materialista ateo se vuelve al místico en su desesperación. Y el joven adinerado, trata de encontrar refugio en aquello que no puede comprar con dinero. El idealismo político flaquea, y las amistades y todo, en general, se desmorona, como diría el escritor nigeriano Chinua Achebe.
Es bueno recordar, especialmente en esos momentos en los que podemos observar la crudeza de nuestro propio ser de una forma más evidente (siempre en relación con lo ajeno), lo que dice la Biblia sobre el amor de Dios. El amor de Dios no es una forma de engaño, como nos ocurre a nosotros a veces con el amor, ni planea sobre nosotros con el fin de anularnos. “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). Esto no es una nueva perspectiva de vida, sin más, para exhibirla en competencia contra otras en el conjunto de la sociedad. Es una vida nueva, en sí misma.
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