El ejército de liberación sanitaria fue atrayendo y arrastrando a enfermos de todo tipo.
Una revolución similar a la francesa del siglo XVIII se inició en la España de nuestros días, pero no contra el poder monárquico sino contra el poder sanitario que es peor.
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Un fenómeno que no tardaron en secundar otros países de nuestro occidente civilizado.
Unos agentes de paisano a modo de flautistas de Hamelín, autodenominados Ejército de liberación sanitaria, fueron atrayendo y arrastrando a enfermos de todo tipo, procedentes de ambulatorios, hospitales, sociosanitarios, psiquiátricos, etc.
El mensaje que les transmitían era tan chocante como desconocido.
“Las enfermedades las autoriza vuestro cuerpo engañado por potentes mentiras externas”. “Vuestras enfermedades son inventadas”.
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“No vais al médico porque os encontráis mal, os encontráis mal cuando se acerca la fecha de vuestro control”.
“Trabajáis para una industria de la salud cuya materia prima son vuestros cuerpos”.
“Vuestros cuerpos no son sanos o enfermos, son amables”.
“Las pruebas y tratamientos a que os someten, se sabrá con el tiempo que no eran otra cosa que ganas de fastidiar a la gente”.
“Os hacen creer que la salud no es de vuestro cuerpo, al que consideran adverso, sino que depende de una estructura científico-médica externa”.
“Os infunden temor con mil advertencias paralizantes”.
“Os quieren hacer creer en una medicina de la eternidad del cuerpo, difuminando la realidad de nuestra mortalidad”.
“Solo vosotros dañáis vuestro cuerpo, la enfermedad no existe”.
“El ejercicio sanitario no es otra cosa que una herramienta más de control en manos del poder velador de su permanencia”.
Arengados con mensajes como estos, huyeron todos abandonando los circuitos sanitarios, uniéndose a ellos innumerables profesionales sanitarios que trabajaban como infiltrados en el sistema, y se refugiaron como forajidos en los montes.
Allí formaron comunidades del cuidado, todos se empoderaron en poco tiempo y los que traían dependencias como ancianos y discapacitados, fueron los primeros en organizar toda aquella convivencia.
Pero no contaban con algo.
En los sótanos, debajo del aparcamiento de los hospitales y de innumerables centros sanitarios, había almacenado todo un arsenal bélico del que nadie era consciente.
Tanques, aviones de guerra, submarinos, portaaviones, bazucas, cañones, granadas de mano, ametralladoras, tirachinas, etc.
Toda aquella maquinaria bélica pesada, comandada por celosos profesionales sanitarios alineados con el sistema que no pudieron tolerar aquella anarquía, fue a la caza de las recién formadas comunidades del cuidado.
Los alcanzaron y en poco tiempo los hicieron desaparecer del mapa. Sí, se sospechaba que todo aquel tinglado se soportaba por la fuerza, pero no hasta esos extremos.
Aquella y todas las revoluciones fueron abortadas, aunque desde entonces desapareció la inocencia de las gentes y comenzaron a ir a los hospitales solo para morir, como siempre había sido.
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