La Biblia, atenta a todos los temas que circulan por el cerebro humano, registra en su primera parte, Antiguo Testamento, los nombres de cinco personajes que se disfrazaron en diferentes ocasiones y por distintos motivos.
Cuatro capítulos de esta segunda parte de Don Quijote ocupan las aventuras que tuvieron lugar entre dos caballeros y dos escuderos, los XII, XIII, XIV y XV.
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La noche que siguió al día del encuentro con el carro de la Muerte la pasaron Don Quijote y Sancho sumidos en interesante conversación. Comieron de lo que Sancho llevaba en alforjas cargadas por el rucio y se tumbaron debajo de unos altos y sombrosos árboles.
Tratando de los ocupantes de la carreta Don Quijote dice a su escudero que en la comedia se pueden introducir numerosas figuras, pero en llegando al fin es cuando se acaba la vida, a todos les quita la Muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.
¡Filósofo estaba el caballero!
Son muchos los comentaristas del Quijote que han planteado la misma pregunta: ¿Cómo es que un aldeano sin cultura como era Sancho podía utilizar en ocasiones un vocabulario tan rico, expresarse con tanto entendimiento y juicio? En este capítulo 12 de la novela Sancho lo explica. Dirigiéndose a Don Quijote, aclara: “La conversación de vuestra merced ha sido el estiércol que sobre estéril tierra de mi seco ingenio ha; la cultivación, el tiempo que ha que le sirvo y comunico; y con esto espero de dar frutos de mi que sean de bendición, tales, que no desdigan ni deslicen de los senderos de la buena crianza que vuesa merced ha hecho en el agostado entendimiento mío”.
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Riose Don Quijote de las afectadas razones de Sancho.
En este entretenido parlamento estaban, que se prolonga en capítulos siguientes, cuando Don Quijote, que dormía, despierta sobresaltado al oír a sus espaldas ruido que procedía de dos hombres que llegaban a caballo. El uno, bajando del animal, dice al otro: apéate y quita los frenos a los caballos, que, a mi parecer, este sitio abunda de yerba para ellos, y del silencio y soledad que han de tener mis amorosos pensamientos.
Por el habla conoció Don Quijote que el tal personaje debía ser caballero andante. Despertó a Sancho, que dormía, y le dijo:
¡Hermano Sancho, aventura tenemos!
El caballero del Bosque, que por este nombre le identifica Cervantes, templa el laud que llevaba consigo y canta un soneto dedicado a su señora.
Luego evoca sus amores y su aventura en un largo párrafo:
“–¡Oh la más hermosa y la más ingrata mujer del orbe! ¿Cómo que será posible, serenísima Casildea de Vandalia, que has de consentir que se consuma y acabe en contínuas peregrinaciones y en ásperos y duros trabajos este tu cautivo caballero? ¿No basta ya que he hecho que te confiesen por la más hermosa del mundo todos los caballeros de Navarra, todos los leoneses, todos los andaluces, todos los castellanos y, finalmente, todos los caballeros de la Mancha?”
No es difícil ver a Don Quijote con el rostro encendido y la mano derecha empuñando la lanza. En esta ocasión se contuvo. Se limitó a decir al Caballero del Bosque: “Eso no, que yo soy de la Mancha, y nunca tal he confesado, ni podía ni debía confesar una cosa tan perjudicial a la belleza de mi señora”.
Ambos caballeros se tranquilizan. Pero siguen defendiendo cada uno a su señora.
Entre tanto, el escudero de Don Quijote y el escudero del Caballero del Bosque se unen en una amistosa y prolongada conversación. Sancho se fija en la nariz, sumamente grande, que tenía el escudero de el del Bosque. Este, que iba mejor provisto de alimentos, invita a Sancho a compartirlos con él. No se hace rogar. Come y bebe con gran contento. Terminado el manjar, el escudero de el del Bosque propone a Sancho que toda vez que sus amos habían decidido enfrentarse en un desquiciado duelo, ellos debían imitarles, como se hacía en Andalucía. Con un torrente de argumentos Sancho dice que no, que no tiene espada, en su vida la tuvo. El otro escudero insiste. Utilizarían dos talegos con guijarros dentro y pelearían a talegazos. Sancho continúa sin estar de acuerdo con la pelea entre ellos. Alega que “Dios bendijo la paz y maldijo las riñas”. Rendido, el escudero del Caballero del Bosque replica: “Está bien. Amanecerá Dios y medraremos”.
Quienes persistían en la pelea eran Don Quijote y el Caballero del Bosque. Acuerdan enfrentarse cuando duerma la noche y despierte el día. Preparados ambos a lomo sobre sus cabalgaduras, Don Quijote mira a su oponente, sin llegar a verle el rostro. La celada le cubría la cara, notó que “era hombre membrudo, y no muy alto de cuerpo”. El del Bosque vestía una casuca, de una tela, al parecer, de oro finísimo, “sembradas por ella muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos, que le hacían en grandísima manera galán y vistoso. Todo lo miró y todo lo notó Don Quijote, y juzgó de lo visto y mirado que el ya dicho caballero debía de ser de grandes fuerzas; pero no por eso temió, como Sancho Panza”.
El Caballero del Bosque, también llamado de los Espejos, montaba un caballo que no era ni mejor ni más veloz que el Rocinante de Don Quijote. Antes de empuñar las espadas y echar mano de las lanzas Don Quijote pidió a su contrincante que alzara un poco su visera para saber con quién peleaba. El otro respondió que tiempo tenía para verle el rostro, resultara vencedor o vencido.
No se habló más.
Los caballos uno frente
al otro.
Los caballeros
montados sobre ellos
prestos a la batalla.
El del Bosque detiene el tiempo para recordar a Don Quijote las condiciones de la pelea. Dice: “Advertir, señor caballero, que la condición de nuestra batalla es que el vencido, como otra vez he dicho, ha de quedar a discreción del vencedor”.
–“Ya la sé –respondió Don Quijote–; con tal que lo que se le impusiere y mandare al vencido han de ser cosas que no salgan de los límites de la caballería”.
Cuerpos rectos sobre las monturas. Lanzas preparadas.
Espadas en alto.
Estudio del terreno.
Una, dos, tres, comienza el espectáculo.
El del Bosque tomó del campo lo que creyó necesario y emprendió carrera, que sólo era un medio trote. Aún así, el caballo se plantó a mitad del camino. La espada se deslizó. “En esta buena sazón y coyuntura halló Don Quijote a su contrario embarazado con su caballo y ocupado con su lanza, que nunca, o no acertó, o no tuvo lugar de ponerla en ristre. Don Quijote, que no miraba en estos inconvenientes, a salvamano y sin peligro alguno encontró al de los Espejos, con tanta fuerza, que mal de su agrado le hizo venir al suelo por las ancas del caballo, dando tal caída, que, sin mover pie ni mano, dio señales de que estaba muerto”.
Don Quijote se apea de Rocinante. Al alzar la visera del caballero tendido, casi se le para el corazón. El derrotado era el bachiller Sansón Carrasco, uno de los personajes esencial en la segunda parte de la novela, a quien algunos críticos consideran novio de la sobrina de Don Quijote.Sin pretender matarlo, quiere vencerlo para que Don Quijote, bajo promesa, vuelva a su pueblo, con los suyos. No acertó en las intenciones.
Sancho Panza, olvidando lo que había dicho en el capítulo anterior sobre la inutilidad de la venganza, dice a su amo: “Por sí o por no, vuesa merced hinque y meta la espada por la boca a éste que parece el bachiller Sansón Carrasco”.
En esto estaban cuando llega corriendo y gritando el escudero del Caballero de los Espejos. “Mire vuesa merced lo que hace, señor Don Quijote; que ese que tiene a los pies es el bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero”.
Sancho ve al escudero sin la fealdad primera que le hacía la máscara de nariz, y quien grita ahora es él:
“–¡Santa María, y valme! ¿Éste no es Tomás Cecial, mi vecino y mi compadre?
–Y ¡Como si lo soy! Respondió él ya desnarigado escudero”.
Vencedor Don Quijote, impone al de los Espejos que vaya al Toboso y se presente ante Dulcinea. Al mismo tiempo, que confiese que el supuesto caballero que decía haber vencido no era Don Quijote de la Mancha, sino otro que se le parecía.
Todo prometió cumplir Sansón Carrasco. En unión de su escudero buscaron un lugar donde éste pudiera entablarle las costillas, en tanto que Don Quijote y Sancho prosiguieron su camino a Zaragoza.
De disfraces va el tema.
Se disfrazó Sansón Carrasco con la intención de vencer a Don Quijote y hacerle volver al pueblo del que había salido.
Se disfrazó Tomé Cecial para servir de escudero al Caballero del Bosque o de los Espejos.
Disfraz es el artificio que suele usarse para cambiar o disimular la forma natural o el aspecto de una persona para que no sea reconocida. Hay disfraces que no disfrazan, sino que revelan el mismo ser de la persona. El escritor francés La Rochefocauld dice en su libro Maximes que “estamos tan acostumbrados a disfrazarnos a los ojos de los demás, que finalmente nos disfrazamos a los nuestros”.
La Biblia, atenta a todos los temas que circulan por el cerebro humano, registra en su primera parte, Antiguo Testamento, los nombres de cinco personajes que se disfrazaron en diferentes ocasiones y por distintos motivos. El rey Saúl (1ªSamuel 28:8). Un profeta (1º de Reyes 20:38). El rey de Israel (1º de Reyes 22:30). El rey Josías (2º Crónicas 35:22). La mujer de Jeroboam (1º de Reyes 14:2).
El cura, el barbero, el ama, la sobrina, el propio Sansón Carrasco tenían a Don Quijote por loco. No lo era. Sin embargo, locura e indignidad eran las del bachiller al esconderse tras un disfraz para desafiar a duelo a Don Quijote. El caballero de la alegre figura tenía su corazón en la aventura, el tal Sansón la maldad oculta tras una mascarada.
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