Mateo muestra ser todo un manual de discipulado, ideal para la instrucción de recién convertidos. Con clara intención didáctica, agrupa los discursos y las parábolas de Jesús.
“Evangelio de Mateo”, de la serie “La Biblia y Su Mensaje”, por Bernardo Sánchez (Unión Bíblica, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.
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El evangelio según Mateo parece haber sido el predilecto de los cristianos primitivos, pues es el que más se cita en los escritos patrísticos. Muy poco es lo que, aparte de los relatos evangélicos, se sabe de su autor, el apóstol Mateo-Leví. Clemente de Alejandría dice que “Mateo predicó durante quince años en Palestina, y luego marchó a otro lugar” (Clemente, Paedag., ii, 1). El famoso discípulo del apóstol Juan, Papías, afirma que “Mateo ordenó las sentencias (dichos de Jesús) en lengua hebrea, pero cada uno las tradujo como mejor supo” (Eusebio, H. E., iii, 39, 16). Ireneo, obispo de Lyon, que estuvo en estrecho contacto con los cristianos de Roma y Asia Menor, añade: “Mateo, entre los hebreos, publicó en su misma lengua la Escritura del Evangelio, mientras Pedro y Pablo evangelizaban en Roma” (Ireneo, Adv. Haer., iii, 1). Y puntualiza: “Mateo, que antes había predicado a los hebreos, cuando estaba a punto de marchar hacia otros, entregó por escrito su Evangelio, en su lengua materna, supliendo así por medio de la escritura lo que faltaba a su presencia entre aquellos de quienes se alejaba” (Eusebio, II.E., iii, 24, 6). También es citado Panteno, director de la famosa Escuela de Alejandría (180 d.C.):
“Se dice de Panteno que fue a la India donde es tradición que se encontró con que el Evangelio de Mateo se le había adelantado en su llegada entre algunos habitantes del país que conocían a Cristo: Bartolomé, uno de los apóstoles, les había predicado y les había dejado el escrito de Mateo...” (Eusebio, H. E., v. 10, 3).
En opinión de Eusebio se trataba del evangelio original de Mateo, y así lo entendió Jerónimo, quien aclara que Mateo-Leví escribió en hebreo por causa de los judíos creyentes, y que no estaba claro quién lo había vertido al griego. Añade que una copia del original se conservaba en la biblioteca de Cesarea, fundada por el mártir Pánfilo, contemporáneo de Eusebio.
Con A. Jülicher sostenemos que “en ningún escrito eclesiástico llegado a nuestras manos se ha puesto en duda que el primer Evangelio fue compuesto por el apóstol Mateo” (Einleitung in das Neue Testament, Tubinga). Las referencias biográficas tomadas del Nuevo Testamento nos presentan a Mateo-Leví como judío dedicado al oficio de recaudador de impuestos, residente en Capernaum (Mt. 9:9; Mr. 2:14; Lc. 5:27). Debió de conocer muy de cerca a Jesús. El Señor lo incorporó al grupo de los Doce. Se ignora la fecha en que pudo haber escrito, así como el lugar: pero es evidente que al redactarlo estaba pensando principalmente en el pueblo judío. Todo su libro conserva un notable regusto por lo hebreo. Al situarlo en primer lugar, los lectores primitivos tuvieron en cuenta el carácter y el contenido de la obra. Este Evangelio, más que cualquier otro, enlaza la historia de la salvación consumada por Jesús con las promesas y profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Presenta al Mesías como el rey profetizado. No menos de 65 citas del AT podemos alistar en Mateo. El reino de los cielos es mencionado unas 33 veces. Ningún otro Evangelio lo enfatiza tanto.
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Como relatos exclusivos de Mateo tenemos el de la visión de José (1:20-24), la visita de los magos (2:1-13), la huida a Egipto (2:13-15), el asesinato de los recién nacidos de Belén (2:16), el sueño de la esposa de Pilatos (27:16), el suicidio de Judas (27:3-10), la resurrección de ciertos santos cuando el Señor murió (27:52), el soborno de la guardia romana que custodió el sepulcro de Cristo (28:12-15), la fórmula trinitaria bautismal (28:20). Mateo registra diez parábolas propias (la cizaña, el tesoro escondido, la perla preciosa, la red, el siervo despiadado, los obreros de la viña, los dos hijos, las bodas, las diez vírgenes y los talentos. Milagros contados solo por Mateo hallamos tres: La curación de dos ciegos de Capernaum (9:27-31): la curación del mudo endemoniado (9:32-33), y la moneda en la boca del pez (17:24-27). También Mateo es el único que usa el término ekklesía para designar a la Iglesia en su aspecto universal. Este Evangelio registra la más amplia y completa de las revelaciones escatológicas, como se ve en el cap. 24.
Resumimos: Mateo, escrito por el apóstol en la década de los 60 d.C., muestra ser todo un manual de discipulado, ideal para la instrucción de recién convertidos. Con clara intención didáctica, agrupa los discursos y las parábolas de Jesús. Puede fácilmente bosquejarse su contenido en cuatro partes: 1) La vida oculta de Jesús, caps. 1 y 2: II) La vida pública de Jesús, caps. 3 al 25: III) La vida dolorosa, caps. 26, 27: y IV) La vida gloriosa de Cristo, cap. 28.
Hemos dividido nuestro estudio en 123 partes que analizamos exegéticamente y a las que acompañamos Cuestionarios de Repaso y Reflexión. Nuestro enfoque ha sido principalmente práctico y pastoral, atendiendo al enriquecimiento espiritual de nuestros lectores, sin enredarnos excesivamente en cuestiones de crítica textual, y acudiendo preferentemente a los mejores analistas del campo conservador. En todo caso hemos tenido muy a mano el original griego y las mejores versiones castellanas, catalanas, inglesas y francesas. Intencionadamente y por amor al espacio hemos renunciado a exponer posturas dogmáticas de diverso género. Este trabajo sigue la línea maestra señalada por el Plan de Lecturas Bíblicas diarias de la Unión Bíblica en España, entrando solo en las cuestiones propias de la exégesis bíblica. Reconocemos que algunos pasajes admiten y merecen un análisis más detallado, que hemos abordado un tanto de refilón cuestiones muy importantes. No podía ser de otra manera viéndonos limitados al espacio de que hemos dispuesto. Confiamos en no haber orillado lo esencial, en haber conectado con la médula del pensamiento y de la enseñanza del Señor Jesús. A nuestros lectores recomendamos empapar la lectura y la meditación del texto bíblico en oración detenida; a realizar su propio trabajo de investigación y reflexión. El tiempo dedicado a escudriñar los tesoros de revelación contenidos en Mateo ha sido todo un deleite que ha enriquecido nuestra fe.
Quiera el autor principal, el Espíritu Santo que inspiró a Mateo el apóstol, iluminar con su palabra a cuantos en ella se zambullen y en sus entrañas bucean.
(Mateo 1:1-17). La genealogía de Jesucristo
Con esta genealogía como pórtico de gloria de su evangelio inicia el apóstol Mateo su relato. Ignoramos las fuentes de información a las que tuvo acceso. Fue necesario enmarcar la vida y obra del Mesías así. Los lectores inmediatos, los cristianos de origen judío, habían tenido que sufrir el dolor de oír infamias que insinuaban que los orígenes de Jesús inspiraban sospecha. Se requería pertenecer a la estirpe israelita rastreable hasta Abraham, patriarca de toda la raza, y a la parentela real de David. María, la madre de Jesús, era descendiente de David (Ro. 1:3); pero el uso genealógico antiguo entre los judíos desconocía la línea femenina. Por esto da Mateo la de José, padre legal a través del cual se establecía jurídicamente la descendencia davídica de Jesús. Es así cómo se certifica su estirpe israelita, y los lectores judíos veían así al Señor entroncado con Abraham.
Los registros genealógicos eran muy importantes en Israel. Los sacerdotes y los reyes debían poder demostrar la pureza de su origen para ser reconocidos. El Mesías profetizado debía ser vástago de la casa real de Judá. Lucas ofrece un árbol genealógico ascendente, y Mateo uno descendente. De manera muy intencionada señala que Jesucristo es hijo de David, hijo de Abraham. Cristo es el equivalente del hebreo Mesías, y significa ungido. Los sacerdotes y los reyes judíos eran solemnemente ungidos. La unción del Mesías, de rango infinitamente superior, se predice en Isaías 61:1. Jesús recibió la unción como Profeta (Dt. 18:15; Hch. 3:22): como Sacerdote (Sal. 110:4; He. 10:12, 14) y como rey eterno (Sal. 2:6; Mt. 21:5, 28:8).
Nótese que la genealogía consta de tres grupos de 14 nombres cada uno. El primero es la lista patriarcal, origen de la Casa de David (vv. 2-6); el segundo, la lista real (vv. 6-11), y el tercero es la lista del ocaso (vv. 12-16). “En David la casa de Abraham llega a la realeza; en la cautividad babilónica la pierde; en Jesucristo es restaurada en el sentido más glorioso”. El árbol genealógico empieza con un nacimiento sobrenatural el de Isaac, y acaba con un nacimiento aún más sobrenatural, el de Jesucristo. […]
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