Se le ofreció a la vista “un real y suntuoso palacio o alcázar, cuyos muros y paredes parecían de trasparente y claro cristal”.
Instalados Basilio y Quiteria en su lugar, Don Quijote y Sancho permanecieron con ellos tres días, “donde fueron regalados y servidos como cuerpos de rey”. Recuérdese que Don Quijote había tomado parte por Basilio en su enfrentamiento con Camacho. “No se pueden ni deben llamar a engaños los que ponen la mira en virtuosos fines”, sentenció Don Quijote aludiendo al fingido suicidio de Basilio. Antes de partir pidió a Basilio una guía que le encaminase a la cueva de Montesinos, cueva de la Mancha, próxima a las lagunas de Ruidera.
Todo lo referido a la aventura de la que participó Don Quijote en la cueva de Montesinos se cuenta en los capítulos XXII, XXIII y XXIV de la segunda parte de la novela, pero ya en el XVIII Don Quijote expresa su deseo “de entrar en la cueva de Montesinos, de quien tantas y tan admirables cosas en aquellos contornos se contaban, sabiendo e inquiriendo asimismo el nacimiento y verdaderos manantiales de las siete lagunas llamadas comunmente de Ruidera”.
A este propósito dice Vicente de los Ríos en su Análisis hablando de esta aventura, citado por Salvador Gijón en el libro Es Don Quijote quien guía: “Si se considera la delicada unión de lo extraordinario, lo ridículo y lo sobrenatural de esta aventura (en la cueva de Montesinos) se verá de modo más patente el ingenio, el arte y la fecundidad prodigiosa de su autor”.
En el capítulo XXII, segunda parte de la novela, Cervantes introduce un personaje algo chiflado, el Primo, especie de Don Quijote de la erudición. No se le da nombre propio, se le denomina simplemente el Primo, sin especificar primo de quién. Lo positivo de este personaje es que no cree que Don Quijote esté loco. Cree a pies juntillas todo lo que él dice.
Ahora es tiempo de que acompañemos a Don Quijote y a Sancho Panza en su andadura por los caminos de la Mancha, llegar al destino propuesto y entrar con Don Quijote en la cueva de las maravillas.
Camino de la cueva Don Quijote pregunta al Primo cuál era su profesión: responde que su profesión era humanista y escribir libros “de gran provecho y no menos entretenimiento para la república”.
Los tres cabalgan todo un día. A la noche albergan en una aldea dos leguas antes de la cueva. Compraron casi cien brazos de soga. Al siguiente día de aquella noche llegan a la cueva. Entre Sancho Panza y el Primo atan fortísimamente a Don Quijote. Sancho Panza le advierte: “Mire vuestra merced lo que hace; no se quiera sepultar en vida. Ata y calla, responde Don Quijote; que tal empresa como aquésta, para mi estaba guardada”.
Por si o por no, Don Quijote se encomienda a su señora, Dulcinea del Toboso. Al pie de la cueva le manda mentalmente este mensaje: “Yo voy a despeñarme, a empozarme y a hundirme en el abismo que aquí se representa, sólo porque conozca el mundo que si tu me favoreces, no habrá imposible a quien yo no acometa y acabe”.
Los de arriba sueltan cuerda y Don Quijote inicia el descenso a la nunca explorada cueva de Montesinos. El caballero pide a gritos que le den más cuerda.
Llega a lo profundo de la cueva. Allí está un hombre hermoso, valeroso, Don Quijote, sin miedo, el caballero de la alegre figura. (Sé que en la novela se le llama el de la triste figura, pero en este trabajo yo he querido transformar para él la tristeza en alegría).
Comienza el ascenso. Primo y escudero vieron distinto a Don Quijote. Sancho dio voces diciendo: “Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta”.
Sigue un texto extraño. A las palabras de Sancho nada respondía el caballero. Escribe Cervantes:
“Sacándole del todo vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en si, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara. Y mirando a una y otra parte, como espantado, dijo: Dios os lo perdone, amigos; que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto: Ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, o se marchitan como la flor del campo”.
Aquí Don Quijote cita el Salmo 90, mi favorito entre los 150 que acoge la Biblia.
Una vez en la superficie, Sancho y el Primo piden a Don Quijote les cuente lo que había visto en la cueva.
El caballero responde que muchos hechos misteriosos. “Primero fue un ameno y deleitoso prado, el más bello prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imaginación humana”. Al verlo Don Quijote se limpió los ojos, se tentó la cabeza y los pechos “para certificarme si era yo mismo el que allí estaba o alguna fantasma vana o contrahecha” … Los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron “que yo era allí entonces el que soy aquí ahora”.
Luego se le ofreció a la vista “un real y suntuoso palacio o alcázar, cuyos muros y paredes parecían de trasparente y claro cristal”.
En esto estaba cuando Don Quijote ve que se acercaba “un venerable anciano vestido con un capuz de bayeta morada que por el suelo le arrastraba… Llegóse a mi y lo primero que hizo fue abrazarme estrechamente, y después decirme: Luengos tiempos ha, valeroso caballero Don Quijote de la Mancha, que los que estamos en estas soledades encantados esperamos verte”. Era el mismo Montesinos, señor de la cueva. Entretiene a Don Quijote con historias de encantamientos, entre otras las del sabio Merlín, “aquel francés encantador que dicen que fue hijo del diablo”, a lo que comenta Don Quijote: “Lo que yo creo es que no fue hijo del diablo, sino que supo, como dicen, un punto más que el diablo”.
Las historias contadas por Don Quijote tras salir de la cueva siguen diciendo que oyó “profundos gemidos y angustiados sollozos; volví la cabeza, y vi por las paredes de cristal que por otra sala pasaba una procesión de dos hileras de hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto, con turbantes blancos sobre la cabeza, al modo turquesco”.
Montesinos le explicó que en la cueva también estaba la señora de Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días a la semana hacían aquella procesión y cantaban. En esto estaba cuando Montesinos tuvo la ocurrencia de comparar a la señora Belerma con Dulcinea. No pudo contenerse Don Quijote y dijo: “No hay por qué comparar a nadie con nadie. La sin par Dulcinea del Toboso es quien es, y la señora Belerma es quién es, y quien ha sido, y quédese aquí”.
Sancho Panza, que todo lo escuchaba sin abrir la boca, cosa desacostumbrada en él, al oír el nombre de Dulcinea interrumpió a su señor diciendo: “Me maravillo yo de cómo vuestra merced no se subió sobre el vejote, y le molió a coces todos los huesos, y le peló las barbas, sin dejarle pelos en ellas”.
También intervino el Primo: “Yo no se, señor Don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo, haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto”. Al añadir el Primo que sólo había estado en la cueva “poco más de una hora”, reaccionó Don Quijote: “Eso no puede ser, porque allá me anocheció, y tornó a anochecer y a amanecer tres veces; de modo que a mi cuenta, tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista vuestras”.
Ni el Primo ni Sancho admiten que la estancia de Don Quijote en la cueva fuera realmente un sueño hipnótico. Sancho llega a decir que el sueño no existe. Sin embargo, la Biblia afirma que este tipo de sueño existe. Jacob vio en sueños una escalera que unía el cielo con la tierra (Génesis 28). Dios habló a Labán en sueños (Génesis 31:24). José contó a sus hermanos el sueño que había tenido sobre gavillas (Génesis 37). El mismo José interpretó el sueño que había tenido el Faraón de turno (Génesis 41). Famosos fueron también los sueños de Nabucodonosor interpretados por Daniel (Daniel 4). En el Nuevo Testamento, segunda parte de la Biblia, destaca el sueño de José, esposo de María (Mateo 1:20 y 2:3).
En la Biblia, este tipo de sueños hipnóticos se encuentran ampliamente difundidos como manifestación de la voluntad divina, sin intervención de la voluntad humana. Por otro lado, el australiano William Groote, pastor evangélico, en su libro Citando a Don Quijote, cree ver en “el más bello, ameno y deleitoso prado que puede crear la naturaleza ni imaginar la más discreta imaginación humana”, que Don Quijote divisó en la cueva, una referencia al Edén del Génesis. Y los muros de transparente cristal que se le ofreció a la vista se le antojan inspirados en la nueva Jerusalén que cita Juan en el capítulo 21 de Apocalipsis. Aquí dejo las interpretaciones del referido pastor australiano.
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