El paraíso de la Navidad

Si Tracio dio importancia a algo en vida fue la Navidad, la fecha del año más esperada. Supo al dedillo cuál era su verdadero significado y respetó como nadie las tradiciones en torno a ella.

Cava, turrón, regalos, villancicos, pesebres, reyes, papá Noel, lotería, etc.

Según reza algún credo religioso, lo que nos encontramos en el más allá es lo que más hemos deseado en esta vida.

Y así parece que pasó con Tracio, que en el más allá fue a parar al “paraíso de la Navidad”.

Todo eran árboles adornados, pesebres humanos, adornos luminosos, ángeles cantando aquí y allá, corales masivas, los niños de San Ildefonso cantando premios, banquetes interminables además de barquillos y mantecados.

Quedó deslumbrado, jamás imaginó tanta dicha eterna.

Pero pronto apareció el pero. De entre las gentes herederas de la misma gloria pascual, encontró unos conocidos de dudosa catadura.

“¿No es ese mi vecino Francesc que iba dejando figuras de “caganers” en los belenes de las iglesias?”

“¿Y no es ese Camilo que se pasaba el rato fumando en la puerta de la iglesia?”

“Además, ¿no es esa Olga que hacía bromas de mal gusto con la zambomba?”.

“¡Una eternidad con gente así! ¡No, por Dios!”

Enseguida se personó en Dirección para exponer su queja.

— Ha debido haber un error, hay gente en el paraíso de la Navidad que no es digna de él.

— ¿Quiénes?

Tracio entregó una lista de hasta veinte personas.

— No, estoy leyendo en el libro de la Navidad y todos figuran. Y usted, ¿cómo se llama?

— Tracio Tercio.

— Pues el que no figura es usted. Espere, estoy consultando sus datos informáticos y al parecer tenía como destino el “paraíso Halloween”.

— ¿Qué me dice?

— Mire señor Tercio, por ser error nuestro, haremos una excepción con usted y puede quedarse aquí si lo prefiere.

— Jamás, ¡junto a semejantes individuos!

Y allá que fue, se acomodó e intentó encontrar lo bueno de Halloween. Aunque claro…, celebrar la muerte y los muertos eternamente al final resultaba repetitivo y cansino.

Pero todo, todo menos ver cómo gozaban sus indignos vecinos.

El caso es que las personas cambiamos y pasados unos años, cansado de tanto olor a muerto y reflexionándolo un poco mejor se dijo: “Me pasaré un día de estos por el paraíso de la Navidad, ¿qué tal estarán mis vecinos?”

Cogió unos cuantos regalos que encontró por allí, unas pocas calaveras, y para allá que fue. Empezó a saborear qué era eso de la Navidad.

P.S.: Elije mientras puedes.