A veces se subestima el concepto de pecado y se trata como algo demasiado general y abstracto, perdiendo así un amplio espectro de matices.
Una de las grandes decepciones que ha causado Netflix en los últimos años es el anuncio del fin de la serie de investigación criminal Mindhunter, aunque desde enero de 2020 la compañía habla de una tercera temporada sin fecha prevista de inicio. No es de extrañar que la decisión enfureciese a muchos espectadores y se convirtiese en la ‘comidilla’ de los blogs y las plataformas de seriéfilos.
A nivel audiovisual, es una de las mejores producciones que se han sacado en los últimos años. Gente conocida del ámbito audiovisual no se cansan de decirme que, en Mindhunter, la fotografía y el sonido dan muestras de un tratamiento muy minucioso de los detalles. Si a eso se le suman la dirección y producción de David Fincher, el director de películas como Seven, El curioso caso de Benjamin Button o la más reciente Mank, y el guion de Joe Penhall, que también escribió The road, donde Viggo Mortensen interpreta a un padre en un extraño contexto apocalíptico, y Doug Jung, conocido por Star Trek Beyond, la serie, cuanto menos, presenta sus garantías.
Pero, sobre todo, es justo destacar la historia, que mezcla la ficción y la realidad con un equipo de investigadores del FBI que se dedican a entrevistar a asesinos en serie con el objetivo de comprender más a fondo los procedimientos criminales y utilizar ese conocimiento para resolver casos actuales (en la década de 1970, donde se desarrolla la historia).
[photo_footer]Los protagonistas de la serie no son los asesinos en serie, sino un pequeño equipo de investigadores del FBI que se entrevistan con ellos para elaborar protoclos de prevención. / Fotograma de la serie, Netflix.[/photo_footer]
Algo que llama la atención de la serie es la cantidad de personajes históricos relacionados con el crimen que se presentan a través de las entrevistas que llevan a cabo los investigadores del FBI. Pocas series integran tal cantidad de figuras reales en sus ficciones, como es el caso de Broadwalk Empire, que trata sobre las luchas entre las mafias estadounidenses en la época de la ley seca, la década de 1920.
Entre las representaciones que se incluyen en Mindhunter están las de Dennis Rader; conocido como el asesino BTK por su forma de matar; Edmund Kemper, conocido por asesinar a jóvenes estudiantes y acabar matando también a su madre, que le había maltratado de pequeño; Wayne Williams, principal sospechoso de la oleada de asesinatos de menores negros en Atlanta entre 1979 y 1981; Charles Manson, líder del grupo ‘La familia Manson’; y otros como David Berkowitz, Montie Rissell o Jerry Brudos.
Las historias son realmente impactantes y los detectives encarnan el gran dilema de hasta qué punto se puede uno sentar a hablar con alguien que ha matado intencionalmente sobre cómo lo ha hecho y porqué lo ha hecho. Algo que me pareció también brillante en la serie es que no intenta plantear escenarios idílicos, con conversaciones enlatadas y en los que los detectives han superado ya todos los prejuicios que sus investigados podían ocasionarles. Mindhunter retrata bien en sus protagonistas, los detectives, la angustia que genera observar de cerca semejantes muestras de salvajismo y frivolidad, y de qué manera este capítulo de la realidad humana resulta realmente perturbador.
[photo_footer]Los casos de los asesinos en serie son casos reales que ocurrieron en Estados Unidos. Uno de los rostros más conocidos que se interpreta en la serie es el de Charles Manson. / Fotograma de la serie, Netflix.[/photo_footer]
Uno de los personajes más desapercibidos es el de Greg Smith, que interpreta Joe Tuttle. Se trata también de un detective del FBI que se suma más tarde al equipo de investigación como su cuarto integrante. Sin embargo, su adaptación es compleja. Y parte de esa complejidad tiene que ver, o al menos así se quiere transmitir en la serie, con su cosmovisión cristiana. De hecho, hay un momento en que la psicóloga Wendy Carr, también integrante del equipo, le pregunta si está familiarizado con términos como ‘el bien’ y ‘el mal’, ‘el pecado’ y lo que considera como otros absolutos religiosos. Y ante la pasividad de Smith, Carr le sugiere que quizá con esa cosmovisión no pueda encajar en el proyecto.
Lo peor es que la suposición no se basa en un prejuicio religioso, sino en la actitud del propio Smith. A ratos parece interpretar a ese tipo de cristiano que solamente sabe compungirse ante la realidad del mal en la tierra, y que para contrarrestarlo intenta vivir como en una especie de aura espiritual. Pero también, en ocasiones, es ese tipo de cristiano que simplifica el concepto de ‘pecado’ y lo utiliza para formular una explicación sencilla y deshumanizada de lo que ocurre a su alrededor.
Lo cierto es que, a veces, se subestima el concepto de pecado y se trata como algo demasiado general y abstracto, perdiendo así un amplio espectro de matices. Y esos matices son necesarios si queremos también aproximarnos a la realidad en la que nos encontramos. El mal no es una masa homogénea y sencilla, sino que es algo complejo, cargado de diversidad y de matices, que exige un esfuerzo también de sensibilidad.
En la descripción que se ofrece en Romanos 1, a partir del versículo 18, el texto bíblico ofrece uno de sus ejemplos con los que observa de forma detallada la vasta realidad del pecado. Y, precisamente, el esfuerzo de ello tiene un doble propósito: remarcar nuestra incapacidad para revertir algo tan profundo, y recordar que hay una justicia de Dios ante un mal tan inmenso, y que llega a todos los que creen mediante la fe en Jesús (Romanos 3:22).
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