El gran discernidor

La valía de este hombre como consultor era incuestionable, resultó eficacísimo.

Ya a sus quince años un test psicológico le calificó como poseedor de un potente don de discernimiento espiritual.

De adulto alcanzó prestigio mundial y ejerció de guía de las naciones, los regímenes de gobierno del mundo fueron desapareciendo para dar paso a la incorporación de los políticos más idóneos seleccionados por éste figura.

Gobernadores, ministros, alcaldes, papas, ayatolás, lamas…, todos eran seleccionados por su pericial clarividencia.

Y no, no se equivocaba. Tanto es así que el mundo fue a mejor, unas décadas de prosperidad económica se sucedieron para bien de todos. Hasta los pobres se vieron beneficiados.

Conocer la naturaleza humana, su proyección, su potencialidad, sus capacidades, era una habilidad exclusiva no compartida que hizo de él un semidiós.

Cualquiera que se acercase a él no tardaba en recibir una certera valoración de su persona, de modo que las gentes le repelían, no querían tanta sinceridad precisamente por eso, porque acertaba de lleno.

Él y solo él podía hablar bien y mal de las gentes, en otras personas hablar mal sería murmuración, calumnia o difamación, pero en él era ciencia.

Las cosas iban así hasta que por circunstancias de la vida sintió la atracción de pasar varias noches en una jaima del desierto del Sáhara.

Algo le debería pasar a este hombre bajo las lonas y el cielo estrellado porque volvió mudo de aquella experiencia. Como consecuencia dejó de aconsejar y el mundo volvió a ser lo que era.

Reclamado por todos no había manera de que volviese a sus funciones discernidoras.

Pasado un año por fin hizo unas declaraciones.

― Conocía a las gentes pero no me conocía a mí por paradójico que parezca. Lo mejor para este mundo no es el buen gobierno de las naciones, sino que cada cual pueda conocerse y gobernarse a sí mismo.

Desde entonces dicen que se idiotizó de tal modo que sus consejos se limitaban a un “pasen unas noches en el desierto”, y de ahí nadie le sacaba.

P.S.: Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. (Oseas 2:14)