El quebrantahuesos, que era un animal impuro para los judíos, aparece sólo dos veces en el Antiguo Testamento,
Y estas son de las que no podréis comer:
el águila, el quebrantahuesos, el azor, (Dt. 14:12)
La palabra hebrea peres, פֶרֶס, que significa literalmente “quebrantador”, aparece sólo dos veces en el Antiguo Testamento (Lv. 11:13; Dt. 14:12) y ambas se refieren al mismo animal impuro para los judíos, el buitre barbudo o quebrantahuesos (Gypaetus barbatus).
Es un ave rapaz robusta de la familia Accipitridae, con la cola larga en forma de rombo, que vuela mediante aleteos ocasionales, profundos y lentos, lo que le permite planear bastante rato sin mover las alas.
A diferencia de los demás buitres, el quebrantahuesos tiene la cabeza cubierta de plumas. Esto se debe a que no introduce la cabeza en el interior de los cadáveres, como hacen las demás especies.
En los individuos inmaduros, las plumas de la cabeza son de color negro pero en los adultos se tornan blancas. Una franja negra de plumas rodea los ojos y se dirige hacia el pico formando unos bigotes que cuelgan por ambos lados del mismo.
El nombre vulgar se debe a la costumbre de tomar huesos o caparazones de tortuga para soltarlos desde gran altura con el fin de que se partan en pedazos más pequeños al chocar contra las rocas.
Son las únicas aves capaces de comer verdaderamente huesos (osteófagas). Cuando los demás depredadores han consumido las partes blandas de sus presas, acuden los quebrantahuesos para aprovechar el esqueleto.
Son capaces de tragar y digerir trozos de hueso de hasta 20 cm de longitud. Si son mayores, los lanzan desde el aire para romperlos en pedazos más pequeños que puedan engullir. También consumen ratones y pequeños lagartos que cazan a la carrera.
El quebrantahuesos es un ave amenazada, protegida y reintroducida en diferentes lugares de Europa (Pirineo y Alpes), aunque todavía quedan ejemplares en el norte de África, el Gran Valle del Rift, Sudáfrica, Grecia, Asia Menor y hasta el Himalaya.
En Israel ya hace tiempo que se extinguió, aunque al parecer algunos ornitólogos observaron ejemplares inmaduros, en el año 2016, que sobrevolaban el mar Muerto.
Con las alas extendidas, pueden alcanzar los tres metros de envergadura y su peso oscila entre los 4,5 y los 7 kilos. El color rojizo y amarillento de las plumas del pecho que presentan algunos ejemplares se debe a la costumbre de bañarse en barro rico en óxidos de hierro, ya que su verdadera coloración es blanca.
Son aves que se comunican entre sí sobre todo variando la coloración de sus ojos y erizando el plumaje de la cabeza.
Tienen el iris de color amarillo y la esclerótica roja pero cuando están excitados, se les inflama esta última capa ocular apareciendo aún más roja de lo habitual, a la vez que erizan las plumas de la cabeza.
La zona de nidificación del quebrantahuesos se suele encontrar en lugares muy escarpados con cuevas y frecuentes esqueletos de animales. Si éstos escasean pueden abandonarla para regresar algún tiempo después con sus capturas.
Son capaces de sobrevolar regiones de hasta 30 km2 en busca de alimento. Cada macho se une a una sola hembra, al alcanzar la madurez sexual, y ambos permanecen unidos el resto de sus vidas.
La hembra suele poner en el nido un par de huevos, que incubarán macho y hembra indistintamente. De la misma manera, al nacer los pollos, serán alimentados por ambos progenitores.
Sin embargo, ninguno de los padres intervendrá para impedir que uno de los dos polluelos termine por matar al más débil. Esto lo hacen también las águilas y parece ser un comportamiento habitual en épocas de escasez de alimento.
Las causas de la desaparición de esta singular ave en muchos países son la caza ilegal, la ingesta de cebos tóxicos, la electrocución en redes de alta tensión, los impactos accidentales con los tendidos eléctricos, la presencia humana creciente en áreas de montaña así como el abandono de la ganadería, entre otras.
Se conocen dos subespecies de quebrantahuesos: una que habita en las montañas del norte de España, noroeste de África y hasta el centro de noreste de China (Gypaetus barbatus barbatus); y otra propia del este y sur de África, así como del sudoeste de Arabia (Gypaetus barbatus meridionalis).
La manera que tenían los hombres y mujeres de la antigüedad de ver y entender a los animales era muy diferente a la que generalmente se tiene hoy. Sin embargo, hay sentimientos que no han cambio mucho.
Es evidente que la simpatía que se tiene hacia un perro o un gato es fundamentalmente distinta de la que se pueda tener por los piojos susceptibles de parasitar a tales mascotas, aunque todos sean animales.
De la misma manera, para el hombre de la Biblia existía también esta ambivalencia emotiva. Los pastores vivían unidos a su rebaño y sus ovejas conocían su voz (Jn. 10:27) pero, a la vez, los lobos, osos o hienas constituían amenazas contra las que había que luchar para proteger a los animales domésticos.
A pesar de esta realidad, aunque el mundo animal se dividiera para los hebreos entre limpio y sucio, puro e impuro, comestible y desdeñable, lo cierto es que al ser creación divina existe también una comunión universal entre todos los seres de la naturaleza.
Las palabras dichas a Pedro en el Nuevo Testamento: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común (Hch. 10:15) vienen a confirmar precisamente que esto es así.
Por consiguiente, para la fe cristiana, el respeto al ser humano y a su dignidad singular debe extenderse también de manera proporcional hacia cada uno de los demás seres vivos de la creación.
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