El libro busca ofrecer una lectura en perspectiva al respecto de las consecuencias que creemos ha tenido el concurso de la religión americana en el quehacer eclesiástico y teológico evangélico de Latinoamérica.
Un fragmento de “La sombra religiosa americana. Cómo el Protestantismo de los EE.UU. impacta el rostro de la Iglesia Latinoamericana”, de José Luis Avendaño (Editorial Clie, 2021). Puede saber más sobre el libro aquí.
Quienquiera que se haya involucrado en el quehacer teológico formal, se habrá enfrentado en más de alguna oportunidad a la tan decisiva pregunta de si, al final de cuentas, todo aquel conjunto de tradiciones y saberes que constituyen esta actividad sirven al propósito de afirmar y clarificar, para cada nueva generación y aun para su propia vida, el mensaje central de la fe cristiana, a saber: Jesús, el Cristo, su vida, su mensaje, su muerte y su resurrección. Es cierto, no lo podríamos obviar; tan crucial interrogante le afecta a aquel hipotético sujeto en su condición de teólogo cristiano, le afecta, además, en relación con su particular especialidad teológica, le afecta en tanto suscriptor o simpatizante de una determinada escuela, le afecta también como hombre o mujer que vive y se desenvuelve en una específica cultura y sociedad, le afecta, claro está, como miembro de una particular tradición eclesiástica, pero le afecta aún más, en lo más cabal de su existencia cristiana, en la medida en que aquella pregunta no se reduce simplemente a un asunto de interés estadístico o estructural, sino a lo que aquel Jesús, crucificado y resucitado, le dice y lo compromete en lo concreto de su propia humanidad, y en el cómo el quehacer eclesiástico y teológico ha contribuido en preservar y esclarecer dicha realidad.
Sin embargo, esto que constituye una impostergable dilucidación personal, ineludible toda vez que el teólogo no discurre en torno a un principio divino general, sino en relación directa con el Dios de la historia y, más precisamente, su revelación, Cristo y su Palabra, podemos afirmar además que ha sido la pregunta que ha concitado a través de todos los tiempos los esfuerzos más sensibles de la Iglesia toda y de cada generación cristiana. Hállanse implicados en tal pregunta, por lo demás, y en todos sus esfuerzos de abordarla, dos dimensiones indisolubles del mensaje cristiano, esto es: los conceptos de identidad y de relevancia. Nos referimos con aquello de la identidad y la relevancia a aquel dialéctico movimiento que se establece en torno al mensaje fundante de nuestra fe, y que no es otro, respecto a lo primero, que la afirmación de su verdad, entendida como verdad revelada, que incluye el seguimiento de su despliegue en la historia de sus interpretaciones (1), como, al respecto de lo segundo, la preocupación por el impacto relevante de esta verdad, a modo de participación contextual.
Ya Paul Tillich, al comienzo de su Teología sistemática, podía afirmar abiertamente que la función más importante del quehacer teológico en cuanto órgano de la iglesia no es otra, sino “la afirmación de la verdad del mensaje cristiano y la interpretación de esta verdad para cada nueva generación” (2). Ciertamente, nadie podría negar que, en el esfuerzo por preservar la verdad insustituible del mensaje cristiano, su particular identidad, como mensaje que se distingue de todas las demás voces y anuncios de este mundo, y en el empeño a su vez por traducir esa inmutable proclamación a las oscilantes categorías de comprensión humanas, propias de cada cultura y generación, radica la labor teológica esencial de la iglesia cristiana.
Y, no obstante, ¿quién podría desconocer también en esta tarea tan fundamental al propio ser de la iglesia, aquello que asimismo le ha enfrentado a su mayor crisis y desgarramiento internos, toda vez que a esta no siempre le ha resultado labor fácil el discernimiento del correcto modo de relacionar la afirmación y la interpretación del mensaje de nuestra fe? ¿Quién no podría advertir, entre tanto, tras el fraccionamiento de una misma familia denominacional, la evidente polarización de sus bandos al enfatizar una dimensión a expensas de la otra, ora la de la identidad, ora la de la relevancia, de aquel mismo e indisoluble discurso cristiano?
Más aún, si tuviéramos que someter a evaluación nuestro propio cometido como quehacer teológico y eclesiástico evangélico latinoamericano, en función de acceder a una armónica correlación entre ambas inseparables dimensiones de la fe, ¿diríamos que lo que ha primado aquí ha sido el saludable fluir dialéctico de ambas funciones o, simplemente, la exacerbación polarizante de una sola de ellas? ¿Podríamos afirmar que, en nuestro afán de una presurosa interpretación de aquel mensaje a la contingencia política, social o cultural de nuestra América Latina, y en el intento de destacar, claro está, su continua dimensión relevante, se ha sabido siempre preservar la afirmación de aquella revelada verdad y la referencia histórica de sus sistematizaciones, que resulta inseparable de su propia identidad? Y, a modo de indispensable contraparte, ¿podríamos constatar que, a aquella ferviente valoración por la verdad de este mensaje, incluso en su articulación doctrinal o confesional, le ha seguido siempre su eficaz internalización en las urgencias más vitales de nuestra vida social, cultural, continental?
Ahora bien, en la medida en que el hilo conductor que engarza cada uno de estos interrogantes se decanta en torno a aquel mismo principio de identidad y relevancia del mensaje cristiano, y al respecto del modo en que se ha de relacionar a ambos, permítasenos adelantar, en reacción a aquello, una declaración preliminar que resulte, al mismo tiempo, en propuesta programática de lo que a través de toda esta presentación intentaremos ensayar: ninguna contribución verdaderamente significativa al quehacer teológico y eclesiástico de América Latina podría darse por satisfecha en la actualidad con una comprensión de la fe cristiana que señale nada más que su carácter normativo y doctrinal, al margen de toda atención a su desarrollo histórico, como así también a su impostergable compromiso con la realidad contextual, pero, mucho menos, con permitir que sean aquella misma evolución y regionalidad las que configuren en exclusiva y prácticamente a priori el criterio de identidad. Empero, para que esta afirmación directriz logre articularse en lo concreto de una matriz social, cultural y continental, y sortee así los límites de la correcta pero abstracta declaración de principios, debe antes seriamente considerar la evidente complejidad que ofrece en la actualidad el escenario evangélico de América Latina.
Un escenario, tanto eclesiástico como teológico, mucho más diversificado y complejo que el de hace treinta años, y en el que confluyen, solo por nombrar algunos de sus actores más notorios y en principio virtualmente antagónicos, desde el fundamentalismo, las ortodoxias, el pentecostalismo autóctono, los recientes movimientos neopentecostales y los grupos emergentes, hasta la teología de la liberación, las teologías del genitivo (3) y los incipientes bloques progresistas. Y, sin embargo, más allá de la diversidad de expresiones y modalidades, no siempre fáciles de reconocer o clasificar, que se dan cita en el contexto evangélico de nuestro continente, creemos posible advertir dos tendencias preponderantes que, aunque sean disímiles en su origen y muchas veces excluyentes entre sí, convergen no pocas veces en el curso de su desarrollo en similares comportamientos polarizantes. Ambas tendencias giran, a nuestro juicio, también en torno a la dimensión de la identidad y la relevancia del mensaje cristiano, pero la mayoría de las veces exacerban, no obstante, una sola de estas inalienables funciones. Llamaremos a este movimiento unidireccional: verdad (identidad) en postergación de la contextualidad (relevancia), y contextualidad que condiciona ella misma a priori el criterio de verdad. Ciertamente, qué duda puede haber de que en el cuidado por no encallar en ninguna de estas aporías reside en parte aquello que le permitirá al quehacer teológico y eclesiástico evangélico de nuestro continente desarrollar una sana relación dialéctica entre ambas fundamentales dimensiones de la fe cristiana –la identidad y la relevancia– que, junto con la continuidad y fidelidad hacia su acervo histórico (teología in oratione obliqua), posibilite a su vez la iluminación creativa y desafiante del presente (teología in oratione recta) (4).
Esa diversidad de formas y expresiones que a la sazón dan forma al variopinto escenario evangélico de América Latina, y cuya complejidad en cuanto al análisis no podría ser desconocida, discurre, no obstante, y a pesar de todo aquello, bajo un determinado horizonte espiritual y de sentido –lo evangélico–, y este bajo una particular fuerza histórica e ideológica, que le ha insuflado su contenido –los grupos y movimientos misioneros que han sido gestores de la evangelización en nuestro continente, con casi total hegemonía entre estos, aquellos provenientes de los Estados Unidos–. Tales grupos y movimientos, en efecto, han sido no solamente responsables por la introducción del protestantismo en América Latina –y ya al nivel de empresa misionera, enhorabuena– o de aquello que en tan alta medida se tiende a afirmar y a comprender en nuestro medio como lo evangélico, sino además por el modo en que se ha llegado a establecer en el mismo la relación entre la dimensión de la identidad y de la relevancia del mensaje cristiano. Sea necesario, por tanto, y a la luz de estas fundamentales afirmaciones, realizar dos importantes clarificaciones, tanto en relación con lo que queremos mentar por lo evangélico, como por el alcance que pretendemos asignarle a aquello de las dimensiones de la identidad y la relevancia dentro de este contexto específico. Al respecto de la relación con lo evangélico, o si se quiere, con el concepto aquel de iglesia evangélica, no es sorpresa para nadie el hecho de que el término puede bien prestarse (y se ha prestado) a más de una ambivalencia o confusión. En efecto, mientras por lo general en Alemania o en muchas iglesias luteranas de Europa, la iglesia luterana es, por antonomasia, la iglesia evangélica, y bajo este término es conocida, entre tanto que a otras confesiones o denominaciones cristianas se las designa específicamente por su nombre –por ejemplo: iglesia católica, iglesia bautista, iglesia pentecostal, etc.–, en el mundo anglosajón, lo evangelical hace referencia a aquellas facciones del protestantismo estrictamente de cuño conservador, cuando no directamente fundamentalistas, y generalmente refractarias tanto a la actividad ecuménica y al diálogo con otras religiones, como al involucramiento en el área de lo social y lo político. Por otra parte, sabido es que no pocos cristianos evangélicos en América Latina preferirían no ser clasificados bajo aquella particular designación de lo evangélico, sino directamente como protestantes, en la medida en que tienden a asociar lo primero con aquellas corrientes cada vez más vaciadas de las fuerzas históricas características de la Reforma –teológicas, litúrgicas, espirituales–, como rendidas ya a las peculiares formas de un evangelicalismo o protestantismo reconvertido según la cultura y el espíritu religioso de los Estados Unidos, aunque, por lo demás, sean muy conscientes de que las tales resultan ser, en este concierto latinoamericano, las corrientes realmente más representativas, sino directamente hegemónicas. Tal reclamo, que al menos desde el punto de vista del análisis formal bien podría hallar justificada razón, se estrella, sin embargo, con las delimitaciones de su propia descripción, en el sentido de que, reconocido el hecho de que son precisamente estas corrientes y no otras las que predominan en el protestantismo de América Latina, no es posible en consecuencia distanciarse tan fácilmente de aquella designación, incluso si se concediera el caso de que la misma podría resultar, para algunos, reduccionista o abiertamente incómoda.
Precisamente, y ya que lo que nos ocupará a lo largo de todo este recorrido será el influjo de las corrientes evangélicas de los Estados Unidos en América Latina, es indispensable ofrecer algunas breves especificaciones sobre la comprensión que en aquel país se tiende a establecer de lo evangélico, como así también el modo en que nosotros utilizaremos tal término en relación con nuestro propio medio latinoamericano. Tal como hemos señalado anteriormente, en el contexto anglosajón, y aquí específicamente estadounidense, el término evangelical hace referencia general a aquellas corrientes del protestantismo que bien podrían amparar a aquel gran espectro de cristianos y comunidades protestantes caracterizados por una teología y una visión sociopolítica de la vida que podría oscilar entre lo explícitamente conservador y lo abiertamente fundamentalista, y que, en opinión de P. F. Knitter (5), incluiría básicamente a los sectores declaradamente fundamentalistas, a los evangélicos más moderados en relación con ese mismo fundamentalismo y a los tradicionales grupos pentecostales y sus recientes derivaciones neopentecostales. Según el mismo autor (6), las divergencias entre todos estos sectores estarían puestas más bien en lo relativo a la intensidad de su experiencia potenciadora del Espíritu y a la forma en que los énfasis característicos del fundamentalismo pudiesen estar presentes, sea de un modo más moderado o de uno más radicalizado, más que en el orden de una diferenciación sustancial en cuanto al fondo de su teología misma. Se trataría, por lo demás, de una línea que concitaría un enorme contingente de cristianos en los Estados Unidos, y que, a juicio del propio Knitter, de considerar la población protestante afroamericana –agreguemos también aquí, desde luego, la población de inmigrantes evangélicos hispanos y asiáticos, algo que generalmente no se tiende a incluir–, llegaría a bordear o a superar incluso el 40 por ciento de la población estadounidense. (7)
[…] Quisiéramos por último señalar brevemente la forma en que hemos decidido dividir este trabajo. En el primer capítulo, nos ocuparemos de analizar aquella expresión del protestantismo de los Estados Unidos que hemos definido ya como bloque evangelical, y cuya propensión general, amén de las explicaciones ya referidas anteriormente, se orienta según nuestra opinión hacia una evidente radicalización de la dimensión de la identidad. Desde luego, en la medida en que de este bloque han emergido aquellos grupos y corrientes cuyas fuerzas misionales y espirituales han resultado prácticamente fundantes y hasta el día de hoy sostenedoras del protestantismo en América Latina, lo que le confiere en tan alto grado su inconfundible caracterización, orientaremos nuestro esfuerzo precisamente al análisis de estas, aunque destinemos, no obstante, una mayor atención en este espacio al movimiento fundamentalista. La razón de proceder así apunta a la importante fuerza misional que de suyo siempre ha definido al movimiento fundamentalista y a su innegable influencia en nuestro propio contexto evangélico, incluso en cuanto modalidad de pensamiento que trasciende lo estrictamente teologal para integrar sendas visiones en lo relativo a la cosmovisión política, cultural o de sociedad; esta metodología considera además que, como rectamente ha señalado P. F. Knitter, en este bloque evangelical las diferencias a observar guardan más bien relación con la dinámica asignada al Espíritu que con una diferenciación sustancial del fondo teologal mismo. En consecuencia, las variaciones oscilan en cuanto a los grados de moderación o radicalización en que se expresen entre estos grupos los énfasis característicos de la teología fundamentalista. Dentro de esta primera sección, también consideraremos, aunque no exista una ligazón o un punto de contacto evidente y directo con el fundamentalismo propiamente dicho, algunas expresiones de la ortodoxia y asimismo de los actuales movimientos emergentes, en cuanto expresiones de la religión americana que, a pesar de sus diversos orígenes y matices, constituyen de igual modo, en nuestra opinión, ejemplos concretos de corrientes posicionadas en torno al radicalismo de la dimensión de la identidad. Ciertamente, no lo debemos olvidar, nuestro mayor interés en todo este esfuerzo descriptivo será el análisis y la reflexión al respecto del impacto y las consecuencias que todas estas corrientes han tenido o tendrán –pensando aquí en el caso específico de movimientos más recientes, como el neopentecostalismo o los grupos emergentes– en el quehacer eclesiástico y teológico evangélico de América Latina y, en última instancia, en su configuración contemporánea. Sin embargo, también quisiéramos comprender en esta parte los orígenes mismos de la American Religion, explicitar con mayor profundidad sus énfasis, sus contenidos y los modos en que los mismos han sido internalizados tan profundamente en el mundo evangélico de nuestro continente, la mayoría de las veces de una forma completamente inadvertida para el grueso de su población, aun cuando han arrastrado consecuencias decisivas y fundamentales. Para ello, en efecto, se hará indispensable referirnos siquiera indirectamente a los dos grandes despertares espirituales de los Estados Unidos y a los primeros contactos del protestantismo de aquel país, a modo de esfuerzos misionales, con América Latina.
En el segundo capítulo, abordaremos aquellas expresiones de la religión americana cuya directriz se orienta, por el contrario, hacia una notoria polarización de la dimensión de la relevancia, y que hemos consentido en comprender bajo aquella figura de las mainline churches. Valgan aquí, por supuesto, las mismas matizaciones que presentábamos al respecto del bloque anterior. Cabe señalar además que ampliaremos en este capítulo nuestro análisis al respecto de esta particular propensión a radicalizar la dimensión de la relevancia más allá de los límites exclusivos de la religión americana, para dedicar un generoso espacio a quehaceres teológicos tan característicos de esta posición como lo son –y con el agregado además de constituir un producto, como se afirma, nativo de nuestra reflexión– ciertas teologías del genitivo y, desde luego, la teología de la liberación. Volviendo, empero, al tema concreto de la religión americana, nos ocuparemos a su vez de desarrollar nuestra convicción de que no solo existe una sola y exclusiva expresión de esta, como tantas veces se ha dado por sentado sin mayor constatación, asociándola particularmente con el bloque evangelical, y dentro de este específicamente con el fundamentalismo, los movimientos pentecostales y neopentecostales y, desde luego, las tendencias políticas de derecha, sino también una expresión caracterizada por la radicalización del discurso horizontal y relevante, el deleite por la dinámica contracultural y la plena identificación con el programa de la izquierda cultural. Una expresión que tiende a legitimar, sino directamente a cristianizar, precisamente en cuanto modalidad religiosa, prácticamente todo aquello que aparece contenido en la agenda progresista, al tiempo que busca censurar lo que desde el bloque evangelical es tenido por norma de fe y conducta, en la medida en que se le enrostra a este un proceder no solamente evasivo al respecto de las urgencias de los tiempos, sino además “fundamentalista” y “radical”. Precisamente en este punto intentaremos demostrar que, a despecho de tan evidentes y en primera instancia irreconciliables antagonismos que aquí nada más hemos podido enunciar, nos hallamos en presencia de distintas expresiones y énfasis, pero con un mismo fondo religioso, ideológico y cultural –esto es, la American Religion– que ambos bloques, incluidas sus llamativas remarcaciones, comparten por igual. Cubriremos también, y siempre dentro de esta línea de la religión americana que exacerba la dimensión de la relevancia y el discurso horizontal, el modo en que la misma, bajo el soporte directo de ciertas tendencias políticas y sociológicas, ha venido ejerciendo durante un tiempo considerable una influencia ideológica importante en cierta parte de la educación superior de los Estados Unidos, sus métodos y publicaciones en general (aunque aquí nos detendremos específicamente en lo teológico). Observaremos, por último, la manera en que, a partir de esta injerencia, tal tendencia ha venido insinuando una cada vez más incipiente presencia en el concierto evangélico de América Latina, precisamente entre aquellos sectores que le otorgan un carácter directriz y referencial a aquella línea teológico-educacional.
En el tercer y último capítulo, intentaremos ofrecer una lectura en perspectiva ya final al respecto de las consecuencias que creemos ha tenido el concurso de la religión americana en el quehacer eclesiástico y teológico evangélico de nuestro continente. Se comprende plenamente aquí que la misma es expresión de un genio cultural mucho más global –la American way of life–, y por eso se considerarán las consecuencias que este genio trasvasado precisamente por medio de este canal religioso-espiritual –la American Religion– ha tenido también para la vida social y cultural de América Latina. Por supuesto, el esfuerzo será aquí no solamente detenernos en aquel conjunto de elementos disgregantes y escindidos de la American Religion, y que resultan a nuestro parecer enormemente decisivos a la hora de intentar explicar aquel tan profundo desgarramiento entre la dimensión de la identidad y de la relevancia que caracteriza al mundo evangélico de América Latina, sino también poder reconocer aquellas fuerzas espirituales y vitales consustanciales a esta, y que han llevado a convertirla en una de las expresiones del cristianismo con más conciencia y vigor misioneros. No podríamos cerrar este capítulo final sin dejar de ofrecer al menos una muy tentativa propuesta al respecto de cómo creemos que podría ser posible, para el quehacer teológico y eclesiástico latinoamericano, avanzar hacia la consecución de una correcta articulación dialéctica entre las dimensiones de la identidad y la relevancia de la fe cristiana, sin cuya verdadera relación orgánica, el mensaje cristiano o pierde su fondo y consistencia o pierde su real impacto y aplicabilidad en el mundo. A este propósito, nos será de gran utilidad cotejar el esfuerzo de otras esferas del pensamiento latinoamericano, como lo es el proyecto de una filosofía hispanoamericana, asimismo involucrado, y acaso con una mayor conciencia de su urgencia y necesidad, en la tarea de posibilitar una mayor correlatividad entre lo universal y lo circunstancial, en este caso, del quehacer filosófico, con el fin de lograr una reflexión y una acción que, al tiempo que fiel y responsable con el destino histórico de lo latinoamericano, su circunstancialidad, lo sea también con la plena conciencia de ser parte de un gran acervo tradicional, y de las problemáticas planteadas por el ser humano sin las exclusiones o particularidades de una determinada regionalidad, a saber, lo universal. […]
Finalmente, si el contenido de este trabajo sirve de alguna manera al propósito de proporcionar mayores elementos de juicio y recursos al mundo evangélico de América Latina, a fin de que este pueda relacionarse de una forma mucho más lúcida y contribuyente con su herencia misionera y su ininterrumpido influjo –el innegable conjunto de posibilidades que ella posee, pero al mismo tiempo sus elementos altamente disonantes y confusos–, me sentiré ya suficientemente recompensado por este libro.
(1) No se está sugiriendo con tal afirmación, claro está, que Escritura y tradición han de gozar de la misma autoridad, tal como lo hiciera ya el Concilio Tridentino en su primer decreto conciliar (cf. H. Dezinger, Enchiridion symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Herder, Barcelona, 1960, 1501), sino, más bien, se intenta indicar aquí que aquel conjunto de interpretaciones y sistematizaciones en desarrollo histórico, en la medida en que su compromiso esencial ha sido la iluminación de aquella verdad escritural para una determinada coyuntura histórica y cultural, constituye para la iglesia el gran legado de su pensamiento y, en consecuencia, de su identidad. A tal legado, que, por lo demás, no puede ser comprendido ni como tradición repetitiva ni anquilosada, menos aún ponderado de tal modo que llegue a eclipsar la verdad escritural, toda vez que él mismo, correctamente entendido, no ha pretendido ser más que testimonio histórico de un determinado esfuerzo hermenéutico y teológico por traducir aquella revelada verdad, le habremos de denominar en lo siguiente, simplemente, como historia del pensamiento cristiano.
(2) Teología sistemática I. La razón y la revelación. El ser y Dios, Sígueme, Salamanca, 1982, 15.
(3) Ha sido, hasta donde nos resulta posible saber, Hans de Wit, en su útil libro, En la dispersión el texto es patria. Introducción a la hermenéutica clásica, moderna y posmoderna (Universidad Bíblica Latinoamericana, San José, 2002), el que ha utilizado por primera vez, al menos en español, el término teologías del genitivo, o mejor dicho, hermenéuticas del genitivo, para hacer referencia a aquellas teologías o hermenéuticas latinoamericanas epígonas de la teología de la liberación y que, tal como la sintaxis del caso genitival lo refiere, harían referencia al elemento de definición de su quehacer, a saber: teología del indígena, de la mujer, de la tierra, etc.
(4) Ambas funciones de la teología –in oratione obliqua e in oratione recta– son desarrolladas ampliamente por B. Lonergan en Especializaciones funcionales constitutivas del método teológico (en, Método en teología, Sígueme, Salamanca, 2006, 132 ss.). Véase, también, E. Araya, Funciones de la teología, en, Introducción a la teología sistemática. Prolegómenos, CTE, Santiago, sin fecha de publicación, 11 ss.).
(5) Introducción a las teologías del mundo, Verbo Divino, Navarra, 2002.
(6) Ibíd., 70.
(7) Op. cit., 71.
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