Embalsamado en vida

Parir tres hijos no había sido difícil para aquella mujer. Criarlos, educarlos, vestirlos, alimentarlos le pareció la mejor ocupación de una madre.

Y como broche final asegurar el destino eterno de sus almas. Ello no quita que hubo de bregar duramente, aunque cosechando también todo lo bueno que sembró.

Pero ¡alto! Hubo algo que le superó: su marido.

Un hombre aniñado, inmaduro, formal, tibio, caprichoso. Toda una vida para parir a ese hombre que no acababa de salir de ningún vientre. Un fruto que ni maduraba ni caía del árbol.

Toda la vida de una mujer dedicada a rescatar su alma perdida.

Cuando ya eran muy mayores, la mujer desistió por fin de preocuparse por su destino eterno y se dedicó a preservar al máximo su existencia corpórea.

Así que con esmero le proveyó de una presencia pulcra: traje de domingo, corbata, zapatos de cuero, cinturón con hebilla de oro, calcetines de ejecutivo, calzoncillos Abanderado, gemelos de oro en camisa, cadena de plata en pecho, anillo reluciente, todo el vestuario estaba conjuntado y perfumado como toque final con Varón Dandy. Y sin salir tan arreglado de casa no salía.

Él ni se daba cuenta, pensaba que si las cosas eran así es que así debían ser. Era insensible a la Gracia como piel de cocodrilo.

Ese fue el consuelo de aquella pobre mujer, preservar el cuerpo de su amado como fetiche la mayor parte del tiempo…, embalsamarlo en vida.

Moraleja: Si tu mujer se esmera preparando tu atuendo, ¡¡NO LO PERMITAS, POR DIOS!! ¡¡TE ESTÁ CONDENANDO EN VIDA!!