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La perfección cristiana y sermones selectos, de John Wesley

Lo que me propongo en este escrito es ofrecer un listado sencillo y claro de los pasos que seguí durante muchos años para abrazar la doctrina de la perfección cristiana.

FRAGMENTOS 19 DE AGOSTO DE 2021 20:00 h
Portada del libro.

Un fragmento de “La perfección cristiana”, de John Wesley, de la Biblioteca de Clásicos Cristianos (Abba, 2021) . Puede saber más sobre el libro aquí.



1. Lo que me propongo en este escrito es ofrecer un listado sencillo y claro de los pasos que seguí durante muchos años para abrazar la doctrina de la perfección cristiana.



Se lo debo a esa gente que desea conocer la verdad según está en Jesús. Solo ellos están interesados en este tipo de cuestiones. A ellos lo declararé manifiestamente tal como es y me esforzaré en mostrar, de un periodo a otro, lo que he enseñado y por qué. 



2. En 1725, a los veintitrés años, conocí la obra Rule and exercises of holy living and dying (Normas y prácticas de la vida y muerte santas), del obispo Taylor. Leerla me conmovió mucho, especialmente cuando expone la pureza de intenciones.



Al instante decidí dedicar toda mi vida a Dios: pensamientos, palabras y acciones. Me convencí de que no había término me dio: o entregaba toda mi vida (no solo parte de ella) como sacrificio a Dios, o se la ofrecía al diablo.



Ninguna persona seria lo pondrá en duda. ¿O acaso habrá algún punto intermedio entre servir a Dios y al diablo? 



3. En 1726, di con La imitación de Cristo, de Kempis. Al leerlo, la naturaleza y la amplitud de la religión interna, la del corazón, se me aparecieron con una luz más brillante que nunca.



Entendí que entregar hasta mi vida a Dios (suponiendo que fuera posible) y quedarme ahí no me aprovecharía de nada a menos que le ofreciera todo mi corazón. Comprendí que la sencillez de intenciones y pureza de afecciones, tener una sola voluntad en todo lo que decimos y hacemos y un solo deseo como gobernante de toda actitud eran «las alas del ama», sin las cuales esta jamás podrá ascender al monte de Dios. 



4. Un año o dos más tarde, me llegaron a las manos Christian perfection (Perfección cristiana) y Serious call (Llamado serio). Me convencieron más que nunca de la absoluta imposibilidad de ser solo medio cristiano.



Decidí que, por la gracia (era totalmente consciente de que la necesitaba), me volvería absolutamente devoto a Dios y me entregaría en cuerpo, alma y existencia. 



Ningún hombre entendido dirá que estoy yendo demasiado lejos. ¿Acaso Él, que se entregó por nosotros, merece algo menos que la entrega de todo lo que tenemos y somos? 



5. En 1729, empecé a estudiar la Biblia, en lugar de leerla sin más. Se convirtió para mí en el único estándar de verdad y modelo de religión pura. Cada vez era más clara la luz de la indispensable necesidad de tener la mente de Cristo y andar como Él anduvo. Y de tener esa mente no de forma parcial, sino total. 



Y de andar como Él, no en muchos o la mayoría de asuntos, sino en todos. Y esa fue la luz con la que en ese momento entendí que la religión consistía en seguir a Cristo de manera uniforme y conformarse total, externa e internamente a nuestro Maestro.



Nada me aterraba más que doblar esa norma a mi experiencia propia o la de otras personas y permitirme alejarme en lo más mínimo del gran ejemplo de nuestro Señor. 



6. El 1 de enero de 1733 prediqué delante de la universidad en la iglesia de St Mary’s sobre la circuncisión del corazón, que resumí con las siguientes palabras:



Es esa disposición habitual del alma la que, en los escritos sagrados, se conoce como “santidad”, e implica directamente lavarse de la “inmundicia de carne y de espíritu” y, en consecuencia, recibir esas virtudes que tuvo Cristo Jesús, “renovarnos en el espíritu de [nuestra] mente” para ser “perfectos, como [nuestro] Padre que está en los cielos es perfecto” (vol. V ). 



En ese mismo sermón, también apunté lo siguiente (ibid., pp. 207-208): 



El cumplimiento de la ley es el amor. No solo es el «primero y gran mandamiento», sino que los resume todos. Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza», se comprende en esta palabra: amor. En Él se encuentran la perfección, gloria y felicidad; es la ley real de cielo y tierra. «Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas». Ese bien perfecto será tu único y último objetivo. 



Una sola cosa desearás, porque lo merece: abrazar a Aquel que todo lo llena en todo. La felicidad de tu alma residirá en unirte con el que la creó, gozar de comunión con el Padre y el Hijo, unirse «al Señor» y ser «un espíritu... con Él. Una determinación perseguirás hasta el fin de los tiempos: disfrutar a Dios ahora y en la eternidad. Desearás otras cosas solo en la medida en que te ayuden a conseguir eso.



Amarás la creación porque te conduce al Creador. En cada paso que avances, que esta sea la línea que trace tu meta. Que todo afecto, pensamiento, palabra y acción se subordinen a ello. Que cualquier cosa que desees, temas, bus- ques, rehúyas, hables o hagas persiga el único objetivo de la felicidad en Dios, la fuente de tu ser. 



Acabé con estas palabras (ibid., p. 211): 



Este es el resumen de la perfecta ley, la circuncisión del corazón. Que el espíritu regrese al Dios que lo dio, con todo su compendio de afectos. No aceptará otro sacrificio de nuestra parte más que el del corazón. Ofrezcámoselo a través de Cristo en llamas de amor santo». Que ninguna criatura comparta espacio con Él, porque es Dios celoso. No dividirá su trono con otros: reinará sin rival. Que no se admitan más designios ni deseos que los que lo tienen a Él como objetivo final.



Esa es la forma en la que anduvieron los hijos de Dios antaño, que aún desde la tumba nos exhortan: Vivid solo para alabar su nombre; que todos vuestros pensamientos, palabras y obras se inclinen a su gloria; llenaos el alma con amor por Él para que solo lo améis a Él y a lo que os acerque a Él. Tened intenciones puras en el corazón y considerad siempre su gloria en todo lo que hagáis. Solo entonces tendremos “la mente de Cristo”.



En todo movimiento del corazón, palabra de la boca y obra de las manos «busquemos únicamente la relación con Él y su deleite»; no pensemos, hablemos ni hagamos nada para satisfacer nuestra propia voluntad, sino la del que nos envió; sea que comamos o bebamos o cualquier cosa que hagamos, hagámosla para la gloria de Dios. 



Dicho sermón fue el primero de todos los escritos que he publicado. Esa era mi perspectiva de la religión en aquel momento, y ya entonces no vacilé ante el término perfección.



Sigo con la misma visión, sin haber implementado adiciones o recortes materiales. Y creo que ningún hombre entendido y que crea en la Biblia podrá objetar nada contra ella. ¿Qué podrá objetar sin contradecir claramente la Escritura? ¿Qué parte eliminará sin borrar alguna parte de la Palabra de Dios?


 

 


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