La plaga de los piojos

Entonces Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón:

Extiende tu vara y golpea el polvo de la tierra,

para que se vuelva piojos por todo el país de Egipto. 

Y ellos lo hicieron así; y Aarón extendió su mano con su vara,

y golpeó el polvo de la tierra, el cual se volvió piojos,

así en los hombres como en las bestias;

todo el polvo de la tierra se volvió piojos en todo el país de Egipto. 

Y los hechiceros hicieron así también,

para sacar piojos con sus encantamientos; pero no pudieron.

Y hubo piojos tanto en los hombres como en las bestias. 

Entonces los hechiceros dijeron a Faraón:

Dedo de Dios es éste. Mas el corazón de Faraón se endureció,

y no los escuchó, como Jehová lo había dicho.

(Ex. 8:16-19). 

La palabra hebrea ken, כֵּן, que aparece en el Antiguo Testamento, se empleaba para referirse a los piojos o a las garrapatas. Proviene de kanán, כנן, que significa literalmente “sujetar”, mientras que el plural kinnim, כִּנִּים, aparece en Éxodo 8:16, 17, 18 y en Salmos 105:31. Se tradujo en la Septuaginta por skniphes, σκνῖφες y en la Vulgata por sciniphes. La descripción de la tercera plaga de Egipto, en el libro de Éxodo, es el pasaje donde más se mencionan los piojos y en el que se especifica que estos molestos parásitos atacaban tanto a los humanos como a las bestias.

En las regiones calurosas y húmedas que bordean el rio Nilo proliferaron desde siempre estos pequeños insectos. De ahí la costumbre egipcia de rasurarse la cabeza y depilarse todo el cuerpo, que era obligatoria sobre todo para los sacerdotes, con el fin de evitar los piojos y otros insectos indeseables. 

El piojo del ser humano (Pediculus humanus) es un insecto sin alas (áptero) perteneciente a la familia Pediculidae que parasita sobre todo a los niños y adolescentes. Se conocen dos subespecies: P. h. humanus (también llamado P. h. corporis) y P. h. capitis. La primera se encuentra principalmente en el cuerpo y en la ropa, mientras que la segunda está en el pelo de la cabeza, pestañas y barba. Ambas provocan pediculosis, es decir, una irritación de la piel, con picor intenso en el cuero cabelludo o en el resto del cuerpo. Tienen características similares, suelen medir de uno a dos milímetros y, por tanto, son visibles a simple vista. Bajo las lentes del microscopio se ven traslúcidos y de color amarillento tirando a marrón. Dicha trasparencia permite observar la sangre así como otras estructuras internas. Las patas terminan en agudas uñas curvadas que les permiten agarrarse bien a los cabellos o a la ropa. Las antenas son cortas y los ojos diminutos. Son insectos que no experimentan metamorfosis o cambios corporales durante su desarrollo.

Ponen huevos (conocidos como liendres) que se pegan o aglutinan a los pelos o a la ropa. Cada individuo puede poner unos 10 huevos al día y un total de 300 a lo largo de su vida ya que sólo viven un mes o un mes y medio. Estos huevos eclosionan en una semana y de ellos salen pequeños piojos muy parecidos a los adultos. Se alimentan succionando sangre mediante sus piezas bucales diseñadas para ello. Hay también otro piojo parásito humano que es la ladilla (Pthirus pubis) y vive entre el vello púbico. La enfermedad más grave que pueden transmitir los piojos es el tifus exentemático, debido a un microorganismo semejante a un virus, llamado rickettsia. Su transmisión se produce porque los fluidos corporales o los excrementos del piojo de la ropa penetran a través de pequeñas heridas o rasguños de la piel humana y entran en contacto con la sangre. Esto ocurre al rascarse instintivamente y aplastarlos contra la piel, por lo que los médicos desaconsejaban antiguamente tal práctica. 

En el texto bíblico de Éxodo 8:16-19, se explica que Dios dijo a Moisés que le mandara a Aarón extender su vara y golpear el polvo para que la tierra se cubriera de piojos, y que éstos molestarían tanto a las personas como a los animales. Los magos egipcios, en esta ocasión, no fueron capaces de hacer lo mismo que Aarón y no tuvieron más remedio que reconocer que aquella tercera plaga había sido producida por el dedo de Dios. Sin embargo, a pesar del testimonio de sus propios súbditos, el faraón no los escuchó y endureció su corazón. El escepticismo de algunas personas no tiene límite, incluso aunque se las provea de numerosas evidencias. Quien no quiere creer, cierra su mente a cualquier testimonio que contradiga su incredulidad.

Esto es lo que ocurrió también con algunos de los que presenciaron el milagro de la resurrección de Lázaro. Lo vieron con sus propios ojos pero cerraron su mente y su corazón a lo que eso significaba. Se trata del eterno problema de la rebeldía humana. De ahí que en el libro de Hebreos se enseñe que “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (He. 11:6). El Altísimo, en su infinita sabiduría, se mostró a los humanos mediante esa delgada línea que permite, a quienes tienen fe, verle en el diseño de su creación y, a la vez, hace posible que quienes no la tienen, sean libres para negar su existencia. Dios no se esconde, es el hombre quien lo viene haciendo desde el principio de los tiempos.