Los creyentes se identificaban entre sí, durante el segundo siglo, dibujando en el suelo o en las paredes de las catacumbas en Roma la figura simple del pez.
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza;
y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos,
en las bestias, en toda la tierra,
y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. (Gn. 1:26)
Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar,
y echa el anzuelo, y el primer pez que saques,
tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero;
tómalo, y dáselo por mí y por ti. (Mt. 17:27)
En hebreo, “pez” es dag, דָּג, término que significa literalmente “retorcerse”. Se tradujo al griego como ikhthýs, ἰχθύς, que también significa “pez” o ikhthydion, ἰχθύδιον, que es el diminutivo traducido por “pececillo” en el Nuevo Testamento (Mt. 15:34; Mc. 8:7).
Existe también otra palabra griega para designar a los grandes animales marinos como las ballenas, cachalotes, orcas o delfines, se trata de ketos, κῆτος, de donde viene el término “cetáceo”.
Ésta es precisamente la palabra que se empleó para referirse al “gran pez” del libro de Jonás (Gn. 1:21; Job 3:8; 9:13; 26:12; Jon. 1:17; 2:1, 10), ya que tanto puede corresponder con el término hebreo dag, דָּג (pez) como con tannín, תַּנִּין, que significa “monstruo marino” (Gn. 1:21; Job 7:12; Sal. 74:13; 148:7).
Aunque existen más de cuarenta referencias al pez o a los peces en la Biblia, nunca se cita ninguna especie concreta. Se sabe que Salomón era un experto naturalista que disertaba sobre el mundo animal y sobre los peces (1 R. 4:33), sin embargo, resulta curiosa esta ausencia de información específica o el poco interés por tales animales acuáticos.
Sobre todo si se tiene en cuenta que los pueblos costeros del mar de Galilea o de las riberas del Mediterráneo y del mar Rojo, vivían preferentemente de la pesca y que también el río Nilo en Egipto era abundante en peces, que consumieron habitualmente los hebreos durante su estancia en este país y que, más tarde, encontraron a faltar en su larga peregrinación por el desierto (Nm. 11:5).
Quizás dicho desinterés se deba a la creencia hebrea de que los mares eran lugares peligrosos, poblados por seres monstruosos y maléficos. También el contacto con otros pueblos, como los filisteos, que creían por ejemplo en el dios mitológico Dagón, mitad pez y mitad hombre, pudo influir en esta aversión hebrea por los océanos, los abismos del mar y los seres que los pueblan (Sal. 104:25-26; 107:23-27; etc.).
A pesar de todo, los hebreos clasificaban los peces en permitidos y prohibidos para comer. La ley mosaica establecía claramente que se podían consumir, de entre los marinos y de agua dulce, “todos los que tienen aletas y escamas” (Lv. 11:9).
De ahí que, en los tiempos de Jesús, los pescadores del mar de Galilea distribuyeran el contenido de sus redes en cestas con peces buenos, mientras que los malos los arrojaban de nuevo al agua (Mt. 13:48).
De los peces que pescaban los hebreos en las costas mediterráneas no es necesario decir gran cosa ya que son los propios de este mar y ampliamente conocidos: sargos, doradas, bogas, lubinas, salmonetes, salpas, meros, escórporas y muchas otras especies eran frecuentes en sus redes.
En cuanto a los peces del rio Nilo, que conocieron durante su estancia en Egipto, también constituían un alimento fundamental, tanto para las numerosas especies de aves acuáticas como para los humanos.
Los hebreos no consumían aquellos ejemplares que carecían de escamas, como los siluros o peces gato, por ser impuros según las prescripciones del Levítico, pero sí todo tipo de percas, carpas, barbos, tilapias y otros ciprínidos.
El lago de agua dulce de Genesaret o mar de Galilea ha sido famoso desde la antigüedad por su variedad de peces. Tiene 21 km de longitud norte-sur por 12 km de anchura este-oeste, una profundidad máxima de 48 m y una superficie de 166 km2.
Está situado a 212 m por debajo del nivel del mar Mediterráneo, lo que le convierte en la masa de agua dulce más baja del mundo. Entre las numerosas especies existentes, contiene por lo menos unas 18 que son autóctonas, es decir, que sólo se encuentran en dicho lago.
Otras, sin embargo, han sido introducidas por el ser humano, procedentes de diversos lugares. Hay peces damisela (Pomacentridae), pequeños blénidos (Blennioidei), siluros o peces gato (Clarias macranthus) de casi un metro de longitud, barbos, tilapias, sardinas de agua dulce, etc.
El naturalista inglés del siglo XIX, H. B. Tristram, gran conocedor de Tierra Santa, enumeró unas 22 especies de peces propias del mar de Galilea, pero asegurando que debía haber muchas más.
En su “Historia Natural de la Biblia”, cita dos especies de la familia Blenniidae, siete de Chromidae, una de Siluridae y doce de la Cyprinidae.[1] A ciertas especies de peces, exclusivas de dicho mar interior de agua dulce, se les puso nombres científicos inspirados en algunos personajes bíblicos, tales como Chromis andreae, Chromis simonis, Chromis magdalenae y Chromis tiberiadis.
De esta última especie, se han podido observar bancos enormes de hasta 4.000 metros cuadrados de extensión. La mayoría de tales especies de peces pueden encontrarse también en el rio Jordán o en sus numerosos afluentes.
Hay una especie endémica muy parecida a las sardinas marinas, conocida vulgarmente como “sardina de Galilea” (Acanthobrama terraesanctae), perteneciente a la familia Cyprinidae, que puede alcanzar unos 25 cm de longitud.[2]
Algunos autores creen que esta especie es la que se menciona en la multiplicación de los panes y los peces (Mt. 14:17; Mc. 6:38; Lc. 9:13; Jn. 6:9). De hecho, todavía hoy se siguen pescando toneladas de estas sardinas cada noche, de ellas se hacen conservas y forman parte de la dieta habitual de muchos israelitas.
Otra especie famosa en el mar de Galilea es Sarotherodon galileus, un pez cíclido llamado vulgarmente “pez de San Pedro” (y que no hay que confundir con otro pez de San Pedro, el Zeus faber del Mediterráneo).
Su aleta dorsal es muy larga y recuerda la forma de un peine. Puede alcanzar los 40 cm de longitud y un peso aproximado de un kilo y medio. Los restaurantes que bordean el lago de Tiberíades lo sirven frito con patatas a los turistas, por lo que constituye un plato típico de la zona.
En ocasiones, se dice que este fue el pez que, al pescarlo Pedro, descubrió en su boca la moneda para pagar el impuesto del templo, tal como Jesús le había dicho (Mt. 17:24-27).
Sin embargo, esta especie suele alimentarse de plancton microscópico y no acepta ningún otro alimento, menos aún si éste viene clavado en un anzuelo. Por tanto, es poco probable que el pez de San Pedro sea el que pescó el apóstol.
Algunos pescadores del mar de Galilea creen que el barbo (Barbus longiceps) tiene más posibilidades de serlo ya que hasta hoy se viene pescando con anzuelo y carnada de sardina. Es un pez propio del Jordán y del mar de Galilea, con la boca grande y capaz de alcanzar el medio metro de longitud.
Los hebreos tuvieron también contacto con los peces del mar Rojo, a través de golfo de Eilat o de Áqaba y supieron desde antiguo que eran muy diferentes a los del Mediterráneo y, por supuesto, a los dulceacuícolas del mar de Galilea o del río Nilo.
En sus aguas más calientes existen aproximadamente unas 1.200 especies de peces, entre las que destacan grandes ejemplares como los tiburones de punta blanca. Son animales que, por lo general, presentan colores vistosos y se mueven con destreza entre las más de 400 especies de corales existentes en el bentos.
El 10% de los peces del mar Rojo son exclusivos de dicho ecosistema marino y no se encuentran en ningún otro mar del mundo. Actualmente, algunas especies invasoras están penetrando en el Mediterráneo a través del canal de Suez, poniendo en peligro los ecosistemas de este mar cerrado.
Los cristianos de los primeros siglos usaron el símbolo del pez como un acróstico del Señor Jesús. Con las letras que componen el nombre de este animal acuático en griego (IKHTHYS, ΙΧΘΥΣ) se formaba la frase: “Ἰησοῦς Χριστός Θεοῦ Υἱός Σωτήρ, Iesûs Khristós Theû Huiós Soter”, que significa “Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador”.
Se cree que esta frase, que resume tan bien la identidad y misión de Cristo, se originó probablemente en Alejandría como una especie de protesta rebelde contra la persecución y tiranía de los emperadores que perseguían al cristianismo y pretendían que el pueblo los considerase como divinos.
Los creyentes se identificaban entre sí, durante el segundo siglo, dibujando en el suelo la figura simple del pez (en latín, piscis) o en las paredes de las catacumbas en Roma.
Eran conscientes de parecerse a los peces pues, igual que ellos, nacían mediante el agua del bautismo. De ahí que a los bautisterios se les empezara a llamar “piscinas”. Finalmente, este simbolismo cristiano del pez dejó de usarse después de la muerte de Constantino.
En la Iglesia católica de la Multiplicación de los Panes y los Peces, en Tabgha, lugar próximo a Cafarnaún, existe un famoso mosaico de finales del siglo V o principios del VI d. C., que representa un canastillo de panes rodeado por dos grandes peces.
Según la tradición, en este lugar se produjo el famoso milagro de Jesús. No obstante, los dos peces en cuestión no parecen ser del mar de Galilea, a cuyas orillas está construida la iglesia que visitan hoy miles de turistas.
La cuestión es que todos los peces propios de este inmenso lago poseen solamente una única aleta dorsal, mientras que los que aparecen en el mosaico tienen dos aletas.
Los arqueólogos creen que el artista que realizó el mosaico de Tabgha probablemente fue extranjero y empleó modelos de peces de otros lugares, pero no del mar de Galilea.
¿Pueden pasar sed los peces a pesar de vivir rodeados de agua? La respuesta es afirmativa. Los peces necesitan agua dulce como los animales terrestres. El problema de los peces marinos es que el agua que les rodea posee una concentración de sales superior a la del agua de las células de su cuerpo.
Esto podría matarles según la ley de la ósmosis (el agua tiende a salir de las células con poca concentración salina hacia el mar que es más concentrado). Sin embargo, el creador dispuso que el exceso de sales del agua marina que absorben los peces se pudiera eliminar adecuadamente por las branquias y la orina.
La actitud de algunas personas recuerda la de ciertos peces. A pesar de vivir rodeados por las múltiples evidencias de un Dios inteligente que nos ha creado, prefieren “pasar sed” y no aceptan su existencia ni le reconocen como tal.
Sin embargo, el Señor Jesús sigue diciéndoles: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar (Mt. 11:28).
[1] Tristram, H. B. 1883, The Natural History of the Bible, London, p. 282-294.
[2] Nelson, J., 1994, Fishes of the World, 3a. edición, John Wiley and Sons, New York, Estados Unidos.
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