Ante un Dios que es infinitamente verdadero, bueno y bello, la libertad del hombre no queda anulada. El drama de la existencia es que el ser humano ha perdido a Dios y como consecuencia camina solo, guiado por la nada.
El profesor italiano Giulo Petri dice en el libro Movimientos espirituales que es difícil dar una definición del existencialismo. No lo creo tan difícil. Aunque huellas del existencialismo se han querido ver en los escritos de antiguos filósofos griegos, Platón y Aristóteles, el fundador de la moderna escuela existencialista fue el filósofo danés Soren Kierkegaard (1813-1855). Para este filósofo de apellido impronunciable, “la existencia precede a la esencia”, de manera que “el hombre no es más que lo que llega a ser o lo que hace de sí mismo”. “La existencia posee una determinación fija, está abierta a todo y esto es precisamente la libertad, por lo que el hombre es absolutamente responsable de lo que personalmente es”.
En nuestros tiempos se ha hablado de escritores existencialistas ateos como Marleau-Ponty, Eugen Fink, Martin Heidegger, Karl Jasper y Jean Paul Sartre entre centenares o miles más. También se ha citado a Albert Camus, pero sin razón suficiente.
En su libro La crisis religiosa de nuestro tiempo, el filósofo francés Desquegrat dice que el ateísmo moderno ha abierto un frente existencialista contrario a la fe cristiana.
En Londres, la periodista británica Ariane Sherine, atea, emprendió una campaña en junio del 2009 con el objetivo de dar a conocer el ateísmo existencialista. Por las calles de la capital británica se vio un autobús con un letrero que decía: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”. El anuncio condenaba a los ateos al infierno. Indignada, escribió un artículo al periódico The Guardian proponiendo la puesta en marcha de otro autobús en sentido contrario. Obtuvo una respuesta abrumadora y logró que por las calles de Londres circulara un nuevo autobús con este mensaje existencialista: “Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. En poco tiempo ochocientos autobuses paseaban la consigna por diferentes ciudades del Reino Unido.
El mensaje sugerido por la señora Sherine era fiel reflejo de la doctrina existencialista. Dios no existe. El paraíso está en la tierra. Según Ernesto de Diego, en el cuarto tomo del Diccionario Sopena de Literatura, el “existencialismo ateo saca todas las consecuencias del ateísmo”. “Para el existencialismo no hay naturaleza espiritual. El hombre es el que se hace y define sin necesidad de creer en Dios ni acudir a la Biblia”.
Después de la Segunda Guerra Mundial, hacía 1945, Sartre repite el grito del loco que Nietzche retrató en el libro tercero de La Gaya ciencia: Dios ha muerto. Y aquella Europa destrozada en lo material y en lo espiritual, anegada en una corriente atea, lo cree. Dios ha muerto. Nos ilumina una nueva aurora: la voluntad existencial que caracteriza al hombre en general en su voluntad de ser dios de sí mismo sin necesidad de alzar sus ojos hacia las alturas. El existencialismo ateo predica que nuestra existencia humana proviene de la nada. No venimos de Dios ni a Dios vamos, como quieren hacernos creer dos grandes filósofos alemanes existencialistas, ya citados, Karl Jasper, a quien la lectura de Kierkegaard le llevó al existencialismo, y Martin Heidegger, que expuso sus ideas existencialistas en obras tales como Carta sobre el humanismo y Sobre la cuestión del ser.
Otros dos grandes filósofos con etiqueta existencialista surgen en Francia después de la Segunda Guerra Mundial. Los ya mencionados Albert Camus y Jean-Paul Sartre.
Que Albert Camus estuvo encuadrado en la corriente existencialista nadie lo duda. Partidarios del existencialismo citan como ejemplo, entre otros, estos dos libros: El extranjero y El mito de Sísifo. He leído las obras completas de Albert Camus, uno de mis héroes literarios, nacido, como yo, en el norte de África y, como yo, hijo de madre española y padre francés. Continúo leyendo todo lo que sobre él aparece. Camus, Premio Nobel de Literatura en 1958, vio en el existencialismo el absurdo de la vida, pero no una doctrina teológica que ponía al ser humano por encima del Ser divino.
A un hombre hispano-francés, nacido en la región más pobre de Argelia, donde hubo de recorrer el itinerario del hambre, según confesión propia, no se le puede reprochar que en sus escritos se planteara el verdadero sentido de la vida. Pero siempre se mantuvo en principios cristianos. En el tercer tomo de sus Obras Completas escribe Camus: “Cristo ha venido a resolver dos problemas principales, el mal y la muerte. Ni el mal ni la muerte son ya absolutamente imputables, puesto que Él está desgarrado y muere”. (Página 54).
Esto no es existencialismo. Esto es espiritualismo. Un espiritualismo que proyecta la existencia de Dios, el origen divino del ser humano, los valores del alma, la perspectiva de eternidad.
El pensamiento de Sartre en este tema es muy distinto al que se atribuye a Camus. El suyo sí era un existencialismo radical. Uno de sus libros, El existencialismo es un humanismo, bien pudo haberlo titulado El existencialismo es un ateísmo. De este libro copio la siguiente frase: “Al hombre no puede salvarle ni siquiera una prueba verdadera de la existencia de Dios”.
Johannes B. Lotz, profesor de filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma, citado en otro lugar de este trabajo, dice a propósito del filósofo francés en su segundo tomo de El ateísmo contemporáneo, también mencionado con anterioridad: “Las restantes reflexiones de Sartre tienen marcada la misma trayectoria: la negación de Dios. El hombre como mera existencia determinante”.
El existencialismo ateo es una fuga permanente de Dios; su propuesta es un futuro sin esperanzas, una fe reducida al polvo de la tierra. Ante un Dios que es infinitamente verdadero, bueno y bello, la libertad del hombre no queda anulada. El drama de la existencia es que el ser humano ha perdido a Dios y como consecuencia camina solo, guiado por la nada. Habría que separar el tema de Dios del tema de la religión y guiar nuestros pasos por los caminos que nos llevan al Eterno. Solo a Él. Estamos viviendo una situación de catástrofe: pandemia, terremotos, huracanes, guerra, fría o caliente, continuas amenazas nucleares, hambre y pobreza, crisis económica, crisis política. Ante tales situaciones buscamos a Dios y nos refugiamos en Él o nos hundimos en el caos.
Quienes sostienen que Dios ha muerto y ponen en su lugar el existencialismo ateo, ¿por qué tanto ocuparse de Él en libros, en congresos, debatirlo en ponencias, discutirlo en libros? Si Dios no existe, déjesele en paz. Si ha muerto, ¿qué sentido tiene ocuparse tanto de un cadáver?
Dios existe. Lo decía el filósofo francés René Descartes en el siglo XVII: “La existencia de Dios es más cierta que el más cierto de todos los teoremas geométricos”.
Dos mil años antes de Descartes lo dijo el apóstol Pablo: Dios existe y lo tenemos a nuestro lado. “Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos”. (Hechos 17:28)
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