Los ateos de la Biblia eran ateos prácticos. No negaban a Dios con razonamientos científicos o filosóficos, simplemente se apartaban de Él.
En la primera parte de la Biblia abundaban lo que hoy llamaríamos ateos, con la diferencia de que aquellos autores los denominaban idólatras.
En el mundo de San Pablo el ateísmo estaba muy extendido. Cuando escribe la epístola a los Romanos aborda el tema en tono acusatorio. Los seres humanos de aquél entonces, aunque carentes de la revelación positiva de Dios, tenían conocimiento de Él, puesto que “lo que de Dios se conoce les es manifiesto”. Sin embargo se entregaron a un ateísmo degradante: “Profesando ser sabios se hicieron necios. Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles…. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador”. Estos ateos del primer siglo cristiano eran “murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, lujuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia”. (Véase Romanos 1:18-31).
Pocas veces se ha escrito una denuncia tan descarnada y a la vez realista del ateísmo como esta que hace la Biblia.
Los ateos de la Biblia no habían leído libros de ciencia, de filosofía o libros escritos por autores ateos. Karl Marx no había nacido. Los ateos de la Biblia eran ateos prácticos. No negaban a Dios con razonamientos científicos o filosóficos, simplemente se apartaban de Él.
“Dicen, pues, a Dios: Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento de tus caminos” (Job 21:14).
Cuando los judíos del Antiguo Testamento negaban a Dios no negaban su existencia, como los ateos de nuestros días. Negaban su intervención en la vida de los seres humanos:
“El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos” (Salmo 10:4).
Dos versículos de los Salmos califican a los ateos de personas necias:
“Dice el necio en su corazón: no hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien” (Salmos 14:1; 53:1).
En el vocabulario nuestro de todos los días llamamos necia a una persona ignorante, tonta o presumida. Pero en la Biblia tiene un sentido religioso. Necia es la persona que no busca a Dios. Una forma de ateísmo.
El necio de los Salmos 14 y 53 es el ateo que cree encontrar la felicidad en todo cuanto la tierra ofrece. La frase hebrea “dice en su corazón” equivale a “pensar”. Al ateo de estos dos Salmos se les llama “necio” porque no dirige sus pensamientos a Dios ni le preocupa el tema religioso.
Tal como lo afirman los Salmos 14 y 53, los ateos pueden decir “no hay Dios”. ¿Pero puede el ateo negar la dimensión del infinito? Cuando decimos que somos seres finitos, ¿no estamos sugiriendo que existe Uno que no lo es, un Infinito?
La Biblia encuadra el ateísmo con una proposición de fe. La fe bíblica consiste en la aceptación de un Dios personal, creador del cielo y de la tierra. Por la fe nos unimos a Dios. La segunda parte de la Biblia añade a la fe la aceptación de Jesús como el Mesías. Jesús es la revelación del Padre, Dios estaba en Cristo durante su permanencia en la tierra, afirma San Pablo. Para el autor de la epístola a los Hebreos, en la segunda parte de la Biblia, la fe es “la convicción de lo que no se ve”, la firme garantía de lo que no vemos, pero lo esperamos, “la certeza de lo que se espera” (Hechos 11-1). La fe, en oposición al ateísmo, “es el bien más precioso de que se puede disfrutar en este mundo”, según el Premio Nobel francés Anatole France.
El camino para unirnos a Dios a través de la fe es cerrar la mente al ateísmo porque la fe es don de Dios, no del razonamiento ateo.
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