No puedo dejar de repetirme la pregunta que hace unos días me planteaban. ¿Por qué la generación a la que pertenezco está tan desilusionada con la vida? En mi mente, la pregunta ha mutado hacia otras composiciones que contemplan más matices. Por ejemplo: ¿por qué la generación a la que pertenezco, satisfecha en sus comodidades, está tan desilusionada con la vida? O también: ¿por qué la generación a la que pertenezco, postindustrial y en cierto sentido todavía predigital, está tan desilusionada con la vida?

Nací en 1992, por lo que me corresponde ser un tardomilenial. A una infancia enmarcada en el contexto de la primera edición del Club Super3, el conocido programa infantil de televisión de Cataluña, y de los juegos de ordenador en disquetes, le siguió una adolescencia que coincidió con el boom de las redes sociales y una juventud en la que la universidad no ha resultado ser la garantía que nos decían, ni tampoco la incorporación al mercado laboral. 

Sin duda, la crisis económica de 2008, la consecuente escasez de oportunidades y la evolución de los debates sociopolíticos marcados por una polarización creciente, han afectado las expectativas que podían tenerse de la vida a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990. Pero también está claro que hay más.

La miniserie de televisión alemana MaPa refleja muy bien que cuando los ideales se elevan a una especia de categoría moral con capacidad para ordenar no solo nuestro pensamiento, sino el conjunto de nuestras vidas, esto acaba produciendo sorpresa, que en muchos casos no es más que desilusión respecto a lo que se había creído o imaginado. Algo que, combinado con la rápida difusión que ofrecen las nuevas plataformas y dispositivos digitales, ahonda más en esa dolorosa distancia entre lo soñado y lo real.

[photo_footer]El amor de 'MaPa' está definido por esa relación marcada por el rechazo a lo tradicional, en la que la pareja se muestra políticamente incorrecta entre sí, pero acepta un discurso ideológico en su relación con el resto del mundo. / Fotograma de la serie, Filmin[/photo_footer]

Una existencia borrosa

Puede que la reflexión que plantea el argumento de la serie sea más reducida, pero al acabarla no he podido evitar pensar en todo esto. Me ha resultado fácil identificarme con el agotado y abstraído protagonista de MaPa, un padre que enviuda cuando su bebé tiene apenas seis meses. Y no por el componente paternal, ni por la experiencia concreta con la muerte, sino por su actitud ante todo lo que le rodea.

A medida que la historia se desarrolla, se ponen de manifiesto los ideales de libertad y tolerancia comunes que cualquier joven de treinta años en Europa puede tener hoy. Una predisposición a censurar todo lo que tiene que ver con lo que se identifica con un ámbito religioso o tradicional. Un carácter de tolerancia que lleva a ponerse siempre del lado del que se identifica como vulnerable (aunque el concepto de vulnerabilidad se ha redefinido con mucha carga política). Una necesidad de sospechar en todo momento contra cualquier rasgo de apariencia, que acaba provocando una honestidad insensible y desgarradora. Pero todos esos ideales se desmoronan cuando se aplican a lo concreto, a los casos personales que ofrecen los personajes secundarios que van apareciendo en la trama.

Así, el ex-párroco que ahora oficia bodas civiles y que despertaba la sospecha de pedofilia en unos jóvenes que han crecido acostumbrados a ver los escándalos en la Iglesia Católica, resulta ser un religioso liberal que fue expulsado de su oficio sacerdotal después de enamorarse de una monja. La comedia se entremezcla con la ternura, eso sí lo hace bien MaPa, para romper algunos tópicos y reforzar otros.

O, también, el barbudo y afable propietario de un negocio local que lleva en su mochila pegatinas de ‘Refugees welcome’, acaba siendo la voz de una generación más antigua que clama por una acogida con condiciones, previa adaptación a los valores y el estilo de vida autóctonos. De nuevo, la desilusión que deja un ideal, que se basa en una declaración de intenciones, en algo simplemente ‘correcto’, cuando se concreta en la realidad del caso particular.

Al final, la intención de romper con todo aquello que se ha identificado como herencia de la tradición ha dado paso a una desilusión devastadora. Una especie de existencia borrosa que no se siente a gusto del todo consigo misma, y que tampoco sabe ahora gestionar la desilusión que supone ver insatisfechas muchas de los suposiciones que se formulaban ya en la infancia.

[photo_footer]Los ideales del joven protagonista se ven desafiados en cada personaje que aparece. / Fotograma de la serie, Filmin[/photo_footer]

Una dedicatoria especial a la muerte

La muerte es uno de los pocos elementos fijos en la herencia intergeneracional, y sin embargo tengo la sensación de que también es de los más variables en su forma de vivirla. En MaPa, reflejo actual de la juventud tardomilenial, tiene un lugar especial, ya que el protagonista es un joven viudo con un bebé. No obstante, baila entre lo trascendental y lo secundario, entre los ataques de pena del protagonista y el olvido en su intento por seguir adelante con la crianza y el trabajo.

En realidad, la muerte sigue trastocándolo todo. Sigue siendo como una especie de referencia en nuestra vida humana. Convivimos con ella con cierta naturalidad, pero nos incomoda oír hablar de ella, no sabemos cómo gestionarla cuando ocurre cerca de nosotros, como les pasa a los amigos y a los compañeros de trabajo del protagonista de MaPa, y no podemos evitar sentirnos extraños cuando sucede en el espacio de nuestras vidas y afecta a nuestros seres queridos. Quizá sea la gran desilusión de esta vida, en cierto sentido.

Para muchos, en cambio, la muerte también es algo que está sujeto a ideales. De hecho, siempre se ha vinculado un componente de honor a una determinada forma de morir, diferente con el transcurso de las épocas. Sin embargo, la Biblia nos habla de la muerte como un elemento propio del mal que es derrotado con la resurrección de Jesús. De manera que ya no es una cuestión de valentía en los últimos suspiros, ni de uniformes impecables, ni una expresión de amor sujeta al romance. Se trata de una todavía dolorosa consecuencia del pecado, pero que Dios no ha dejado sin resolver, sino que por medio de Cristo la ha convertido en una garantía de una esperanza eterna y que, lejos de desilusionar, consuela.