A menudo, las mujeres eran obligadas a abortar por sus amos (si eran esclavas) o por sus maridos. El aborto fue condenado por la Iglesia primitiva y los padres de la Iglesia, así como por una serie de concilios eclesiásticos.
Un fragmento de “El diseño de Dios para la mujer”, de Sharon James (2021, Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.
1. ¿El cristianismo es una buena noticia para las mujeres?
La razón por la que Jesucristo vino al mundo fue para destruir las obras del diablo (1 Jn 3:8). En la cruz comenzaron a revertirse los efectos de la caída (Gn 3:15), incluida toda crueldad e injusticia, ya sea contra mujeres, hombres o niños.
La bendición del Salvador quitó la maldición (IsaacWatts).
Allí donde se ha extendido el verdadero cristianismo, el pueblo de Dios ha reflejado el corazón de Dios y ha obedecido su mandato de buscar la justicia y rescatar a los oprimidos (Is 1:17).
(i) El ministerio de Cristo
La vida humana se consideraba de poco valor y prescindible en el Imperio romano. Las multitudes que asistían a los combates de los gladiadores aplaudían mientras miles de seres humanos sufrían muertes agónicas. Séneca, el respetado filósofo romano del siglo I, escribió con aprobación: «Ahogamos a los niños que al nacer son débiles y anormales»2. Se concedían derechos y dignidad a los ciudadanos libres, pero no se esperaba que losesclavos o los pobres fueran respetados.
En cambio, la enseñanza constante de la Biblia es que despreciar a cualquier ser humano es despreciar a su Creador (Pr 14:31; Stg 3:9). Jesús desafió los prejuicios de su cultura, incluidos los relativos a las mujeres. Piensa en lo que ocurrió cuando se encontró con tres mujeres despreciadas por su entorno.
Había una mujer que sufría una hemorragia vergonzosa, dolorosa e incurable. Las leyes religiosas de la época la declaraban impura todo el tiempo. Nadie podía tocarla. El estigma y el aislamiento eran insoportables. Ella sabía que Jesús podía ayudarla. Haciendo acopio de todo su valor, se acercó sigilosamente a él entre la multitud y le tocó. Ni siquiera tenía la confianza necesaria para pedir la sanación, pero Jesús elogió su fe, la llamó «hija», la sanó y la bendijo (Lc 8:43-47).
Luego estaba una conocida «pecadora», probablemente una prostituta, rechazada por los sectores más respetables de la sociedad. Ninguna persona decente la tocaría. Los líderes religiosos desviaban la mirada cuando ella pasaba, y su desprecio daba a entender que Dios también la despreciaba. Pero Jesús le ofreció un nuevo comienzo. Llorando de arrepentimiento, gratitud y amor, se armó de valor para entrar en una cena y derramar un costoso perfume sobre los pies de Jesús. Él ignoró las miradas hostiles de los demás comensales, la perdonó y la bendijo (Lc 7:36-50).
Otra mujer llevaba dieciocho años lisiada. Los más distinguidos y religiosos estaban seguros de que era por causa del pecado. Ella no tenía estatus alguno. La igualdad de derechos para los discapacitados era inimaginable. Jesús la curó y declaró que era digna de ser «hija de Abraham» (Lc 13:10-16).
Jesús también desafió las expectativas relativas a la segregación. En aquella época, a las mujeres no se les enseñaba junto a los hombres. Pero María y su hermana Marta acogieron a Jesús en su casa de Betania. Él les enseñó a ellas y a otras mujeres. El grupo de personas que acompañó a Jesús durante su ministerio incluía a mujeres a las que había curado y que ayudaban con sus propios medios a mantenerlo (Lc 8:1-3; Mr 15:40-41). La ley judía no permitía el testimonio de una mujer en los tribunales, pero Jesús hizo caso omiso de tal discriminación cuando MaríaMagdalena tuvo el privilegio de anunciar la resurrección: «Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor» (Jn 20:17-18).
(ii) La enseñanza de Pablo
En la sociedad romana había calado la idea de que las mujeres eran inferiores. Pero no solo las mujeres: era socialmente aceptable que los hombres libres utilizaran a las mujeres, a los jóvenes, a los niños y a los esclavos para su propia gratificación. Los niveles de violencia sexual eran indescriptibles. De los cerca de setenta millones de personas que había en el Imperio romano, alrededor de una séptima parte de ellos, diez millones, podían ser esclavos. Los hombres libres podían utilizar, y así lo hacían, a sus propias esclavas, sin tener que pagar prostitutas. «La prostitución era la porción del sistema esclavista al que tenían acceso los hombres pobres»3. El «comercio sexual» estaba rodeado de terribles abusos, ya que los servicios sexuales de jóvenes y mujeres se vendían por sumas insignificantes.
La mercantilización del sexo se llevaba a cabo con toda la eficacia despiadada de una operación industrial, en la que el cuerpo no libre soportaba las presiones de la insaciable demanda del mercado. En el burdel, el cuerpo de la prostituta se convertía, poco a poco, «en un cadáver»4.
Los padres solían entregar a sus hijas como esposas mientras aún eran niñas. Los hombres podían obligar a sus esposas a abortar o a abandonar a los hijos no deseados (especialmente si estaban enfermos, eran discapacitados o eran mujeres). No se esperaba que los maridos fueran fieles a sus esposas. Era habitual que utilizaran a esclavos jóvenes o a esclavas y, además, que tuvieran amantes. En este contexto, la insistencia de Pablo en una norma de moralidad única para hombres y mujeres (1 Co 7:1-6), y su llamamiento a los maridos a amar y cuidar de sus esposas (Ef 5:25-33) fue revolucionario. Las estrictas exigencias de castidad fuera del matrimonio y de fidelidad dentro de él eran tan escandalosas y contraculturales en el siglo I como lo son hoy en día. Estas exigencias eran liberadoras y vivificadoras en comparación con la explotación y el abuso que sufrían tantas personas en aquella época.
Pablo fue generoso en sus elogios a sus colaboradoras en la obra, mujeres como Febe, Priscila, María, Trifena, Trifosa y Pérsida (Ro 16:1-7,12-13). Evodia y Síntique «combatieron juntamente [con Pablo] en el evangelio» (Fil 4:2-3). Vivió de acuerdo a su convicción de que «en Cristo Jesús» «no hay varón ni mujer» (Gá 3:28).
(iii) La expansión del cristianismo
¿Por qué se extendió el cristianismo con tanta rapidez durante los tres primeros siglos? Su ética de compasión y cuidado de todos, su respeto por toda vida humana, así como la dignidad y el valor que el cristianismo otorgaba a las mujeres fueron factores importantes. Su mensaje, predicado también con el ejemplo, dio lugar a comunidades radicales que ofrecían amor y cuidado. El sociólogo Rodney Stark pinta un panorama desolador de la miseria, el caos, el miedo y la brutalidad de la vida en el mundo urbano grecorromano.
A ciudades llenas de personas pobres y sin hogar, el cristianismo les ofrecía una base de apego inmediata. A ciudades llenas de huérfanos y viudas, el cristianismo les proporcionaba un nuevo y más amplio sentido de familia. A ciudades desgarradas por las luchas étnicas, el cristianismo ofrecía una nueva base para la solidaridad social. Y a ciudades que se enfrentaban a epidemias, incendios y terremotos, el cristianismo les ofrecía eficaces servicios de enfermería5.
Los cristianos destacaban por su compasión, que contrastaba con la cultura circundante. El emperador Juliano el Apóstata (que gobernó entre los años 361 y 363) se lamentaba de que los cristianos, a los que odiaba, mostraran amor y compasión, mientras que sus compatriotas paganos no lo hacían, y dijo: «Los impíos galileos alivian tanto a sus pobres como a los nuestros»6.
El primitivo apologeta cristiano Tertuliano (c. 55 – c. 240 d. C.) señaló que los cristianos daban de buen grado a la iglesia, la cual, a diferencia de los templos paganos, no gastaba las donaciones en gula:
Porque [los fondos] no se toman de allí y se gastan en fiestas, borracheras y comilonas, sino en mantener y enterrar a los pobres, en suplir las necesidades de los niños y niñas sin recursos y sin padres, de los ancianos confinados en casa y también de los que han naufragado...7
El contraste ético con la cultura pagana fue una de las razones por las que la Iglesia primitiva creció a pesar de las persecuciones. Dionisio, un obispo cristiano del siglo III, describió el comportamiento de los paganos durante la plaga de Alejandría en el año 250 aproximadamente:
Apartaban a todo aquel que empezaba a estar enfermo, y se mantenían alejados incluso de sus amigos más queridos, y arrojaban a los enfermos a las vías públicas medio muertos, y los dejaban sin enterrar y los trataban con total desprecio cuando morían. [Por el contrario,] muchos de nuestros hermanos [...] no escatimaban [...] y visitaban a los enfermos sin pensar en su propio peligro, y los atendían con asiduidad [...] y luego, a veces, morían con mucha alegría [...] cargando con las enfermedades de sus vecinos, y asumiendo de buen grado la carga de los sufrimientos de los que los rodeaban8.
El aborto estaba muy extendido en la sociedad grecorromana. Además de destruir la vida del niño, era peligroso para la madre. A menudo, las mujeres eran obligadas por sus amos (si eran esclavas) o por sus maridos. El aborto fue condenado por la Iglesia primitiva y los padres de la Iglesia, así como por una serie de concilios eclesiásticos. Esta ética de respeto a la vida salvó a innumerables niños no nacidos y a sus madres.
Muchos filósofos paganos aprobaban el infanticidio (el asesinato de los recién nacidos), y este se practicaba comúnmente en la sociedad grecorromana. Los primeros cristianos se oponían a ello y rescataban y cuidaban a los niños siempre que podían. Benigno de Dijon fue un cristiano del siglo II que fue martirizado en Épagny porque «cuidó, apoyó y protegió a varios niños deformes y lisiados que se habían salvado de la muerte tras abortos fallidos y abandonos»9. La influencia cristiana hizo que los emperadores romanos prohibieran el infanticidio a mediados del siglo IV10.
Los primeros cristianos vivían en una cultura en la que una élite privilegiada de varones tenía acceso sexual al resto de la población. Esto creaba un enorme abismo de explotación y sufrimiento. Cuando se rompen las normas de Dios en cuanto a la moral sexual y la vida familiar, suelen ser las mujeres y los niños los que más sufren. El poeta del siglo II Juvenal retrató una sociedad en la que un gran número de personas eran peligrosamente adictas a un comportamiento sexual cada vez más extremo. Nada resultaba vergonzoso ni estaba prohibido11. Las obras de teatro celebraban el incesto, la tortura física para gratificarse, la pedofilia y el bestialismo.
Los primeros cristianos fueron contraculturales al oponerse a estos excesos. Resistirse a la inmoralidad sexual era a menudo uno de los factores que conducían a la persecución, pero aun así se resistieron. Hay registros de mujeres esclavas que fueron asesinadas por rechazar las insinuaciones sexuales de sus amos12. Agustín de Hipona, a principios del siglo V, dijo en su obra La ciudad de Dios que los romanos despreciaban a los cristianos precisamente porque estos se oponían al estilo de vida sexual desenfrenado de los romanos13. Con el tiempo, la influencia cristiana llevó a una visión más elevada de la dignidad y la santidad del matrimonio. La ética sexual distintiva de los cristianos era igualadora y no opresiva. Era «la perfecta ley, la de la libertad» (Stg 1:25).
En el año 306, Constantino se convirtió en César de la parte occidental del Imperio romano. En el año 313 promulgó el Edicto de Milán, que por primera vez otorgaba al cristianismo un estatus legal en el Imperio romano. Una vez fue emperador, inició protecciones legales para las mujeres y el matrimonio, así como reformas sociales como la abolición de la crucifixión, la prohibición de los juegos de gladiadores, la emancipación de los esclavos y la disuasión del infanticidio14. La insistencia cristiana en la fidelidad matrimonial sirvió cada vez más para proteger a las mujeres, al igual que la prohibición del divorcio arbitrario. Los cristianos se oponían a la práctica de casar a las niñas. También se oponían a la prostitución. Debido a la influencia cristiana, en el año 374 el emperador Valentiniano derogó la patria potestas, de mil años de antigüedad. Los maridos perdieron el derecho a decidir sobre la vida y la muerte de su familia, incluidas sus esposas15. Eso significó que las prácticas culturales que las acompañaban, la manus (que ponía a la mujer casada bajo el dominio absoluto del marido), y la coemptio (que daba al padre el derecho de vender a su hija al marido), también decayeron. Los cristianos reconocieron la validez del matrimonio aunque el padre no hubiera dado su consentimiento, y esta práctica también se extendió. Las mujeres empezaron a obtener derechos de propiedad y recibieron el derecho de tutela sobre sus hijos (que antes se consideraban posesión del padre)16. En el año 428, el emperador cristiano Teodosio II prohibió el uso de la coacción en la industria del sexo17. Fue totalmente revolucionario que durante el reinado de Justiniano (527-565) los esclavos pudieran acusar a sus amos de delitos sexuales18.
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