El ángel Gabriel

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.

Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.

Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.

Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Entonces María dijo al ángel:

―Verás, Gabriel, no te lo tomes a mal, no es por hacerte un feo, pero tal como están las cosas mejor lo dejamos. En Galilea, no sé si estás al corriente, carecemos de mínimos para garantizarnos el sustento. Además, necesito tiempo para labrarme un futuro profesional para cuando mi pareja y yo afrontemos la separación. El rollete “salvar el mundo” ya va conmigo, pero ¿cómo le digo esto de JESÚS a mi pareja con las ganas que tiene de viajar ahora que tenemos tiempo? Además, pertenezco a un grupo de mujeres avanzadas de época, que nos estamos cuestionando ese gran condicionamiento biológico que tenemos las hembras de parir y cargar con criaturas. Aspiramos a gozar la independencia del varón, igualdad de privilegios…

Maria se extendía profusamente ante un sorprendido ángel Gabriel. Se preguntó si esa era la María a la que tenía que bendecir y consultó sus papeles. “¡Cáspita!, ésta no es, ¡maldita sea, me he equivocado!”

Y la dejó con la palabra en la boca para dirigirse a la verdadera María, la que llegó a ser madre del Mesías. ¡Uf! ¡Qué susto!