En una época en la que el debate sobre la esclavitud estaba en el orden del día, Charles Spurgeon fue un abolicionista activo, amigo personal de Harriet Beecher, autora de “La cabaña del tío Tom”, con la que se carteaba.
Un fragmento de la “Biografía de Charles H. Spurgeon”, de Juan C. de la Cruz (Editorial Clie, 2021). Puede saber más sobre el libro aquí.
Tras doce años excavando en las galerías del pensamiento de Charles Spurgeon extrayendo uno a uno los diamantes de su obra magna “El Tesoro de David”, y aspirando verterlos al idioma de Cervantes sin que pierdan en el proceso un solo quilate de la elocuencia y fulgor espiritual con que el “príncipe de los predicadores” las talló, escribir el prólogo para una biografía suya es un honor y privilegio, pero a su vez, mucha responsabilidad.
Se corre el riesgo, casi inevitable, de la parcialidad. De no contemplar y valorar el trabajo de investigación del autor a la luz objetiva de la realidad histórica, sino bajo la influencia de conceptos estereotipados que uno se forja sobre el personaje a lo largo de miles de horas de ahondar en sus escritos, y que a menudo genera entre autor y traductor una extraña simbiosis que hace difícil distinguir incluso cuál de los dos es el que habla.
No ha sido el caso con esta recopilación biográfica admirable llevada a cabo por el doctor Juan Carlos de la Cruz, del personaje que tan acertadamente describe como: “un hombre extraordinario con resultados extraordinarios”. El Charles Spurgeon que analiza y detalla en estas páginas coincide plenamente con el que yo me había forjado, hasta tal punto que me atrevo incluso a matizar la cita de John Piper con que cierra la primera sección del libro: “La época de Spurgeon”. Piper ve al gran predicador «más que como un meteoro como parte de una constelación de grandes pensadores cristianos”. Estoy de acuerdo, pero olvida mencionar que de esa constelación, Spurgeon fue “alpha”, la estrella principal.
Las tres secciones que siguen, dedicadas a “La familia, infancia, educación, conversión, bautismo, matrimonio e hijos” de Spurgeon conducen al lector a la conclusión inevitable de que el niño nacido en Keveldon el 19 de Junio de 1834, no era común y corriente: tenía una inteligencia, una afición por la lectura, una memoria, una facultad de síntesis, una capacidad de trabajo, un don para la oratoria, una voz, una entrega a los demás y una coherencia excepcionales. En pocas palabras, uno de esos brotes singulares que surgen tan solo cuando la ejecución de los planes divinos lo estima necesario.
Las demás secciones van dedicadas a describirnos los aspectos ministeriales, espirituales y humanos de la vida del gran predicador: “La vida ministerial de Spurgeon”, “La predicación de Spurgeon”, “La teología de Spurgeon”, “Spurgeon y la enseñanza teológica”, “La producción literaria de Spurgeon”, “El trabajo y esfuerzo de Spurgeon”. Cierra el autor con una interesante “Recopilación cronológica” de los hechos más notables en su vida, con unas pinceladas sobre “Los últimos días de Spurgeon”, una “Conclusión analítica”, y tres anexos o apéndices: uno sobre “La eclesiología de Spurgeon”, otro sobre “Cómo entendió Spurgeon la relación entre el ministerio pastoral y el diaconal”, y una transcripción de “El sermón más famoso y difundido de Spurgeon”. Poco, por no decir nada, se queda en el tintero. Una biografía del “príncipe de los predicadores” actualizada que sintetiza los aspectos más notables expuestos por biógrafos anteriores a los que añade el autor su toque particular y enriquece con su estilo divulgativo. De lo mejor entre los diversos trabajos biográficos que he tenido ocasión de leer sobre este hombre excepcional.
Pero la excepcionalidad nunca es bien recibida en el contexto social; y la coherencia tiende a ser mal interpretada. Como bien señala Juan Carlos de la Cruz, desde los mismos comienzos de su ministerio: el éxito sin precedentes de un joven “intruso” de provincias, con poco más de veinte años, suscitó profundas envidias entre los mediocres de la casta clerical londinense. Su coherencia le impidió dialogar y transigir con el liberalismo de su época, abocándole a enconadas controversias que le aportaron un alud de enemigos y acabaron por minar su salud y acortar su vida. Y le valió además la fama de hombre intransigente, adusto y poco tratable, “el último de los puritanos”. Un análisis más amplio, como aporta aquí el autor, demuestra que semejante enfoque no es más que una visión sesgada de su personalidad, puesto que numerosas facetas de su vida prueban que era una persona abierta y progresista en materia de derechos sociales, comprometida a nivel personal y financiero en ayudar a los necesitados, y un activista avanzado a su época en todo cuanto entendiera que no minara la autoridad de la Palabra o socavara el mensaje de la Cruz.
En una época en la que el debate sobre la esclavitud estaba en el orden del día, y prestigiosas instituciones teológicas y renombrados teólogos evangélicos defendían Biblia en mano la posesión de esclavos como algo legitimado por las Escrituras, Charles Spurgeon fue un abolicionista activo, amigo personal de Harriet Beecher [1811-1897], autora de “La cabaña del tío Tom”, con la que se carteaba. Y en plena batalla entre esclavistas y abolicionistas cedió el púlpito de su congregación a un esclavo huido de una plantación en Carolina del Sur, desoyendo la opinión de todos sus allegados que le aconsejaban: «Charles, mantengámonos al margen, piensa que muchos pastores son propietarios de esclavos, sería ofenderles». Pero tales consejos no encajaban con la coherencia del “príncipe de los predicadores”, aún a sabiendas que ello le costaría una campaña de desprestigio y un “boicot” a sus sermones y libros. Entre 1876-1878 tuvo como alumno del Preacher’s College a Lewis Thomas Johnson, un ex-esclavo.
En una época de revolución industrial en la que era habitual trabajar seis jornadas de hasta más de doce horas por sueldos miserables que apenas alcanzaban para malvivir, Spurgeon defendió los derechos de las clases trabajadoras, fundó casas de acogida para viudas y huérfanos, y cuando comentó las palabras del Salmo 73:8: “y arrogantes oprimen y amenazan” no se retuvo al escribir: «A pesar de que las clases trabajadoras van ganando derechos día tras día, todavía son muchos los que se refieren a ellos como si pertenecieran a un orden inferior no muy lejano al de los animales. ¡Que Dios perdone a los miserables que piensan y se expresan de esa manera! Todos los seres humanos han sido creados iguales por Dios y puestos en este mundo para que convivan en integridad y sinceridad unos con otros. Por tanto, todo aquel que abusa de su prójimo o le perjudica en cualquier forma, quebranta la ley natural y la ley divina».
En una época clasista en la que era habitual que miles de niños trabajaran en fábricas sin acceso a la educación, reservada solo para familias más o menos pudientes, y en la que estaba en pleno apogeo el lema pedagógico plasmado por el pintor español Francisco de Goya [1746-1828] en su famoso lienzo titulado: «La letra con sangre entra», Spurgeon se muestra contrario a los castigos físicos, y, al comentar las palabras del Salmo 34:10: “Venid, hijos, oídme; el temor de Jehová os enseñaré” aconseja: «Hemos de ganarnos la voluntad de los niños con métodos atractivos de enseñanza: lograr, como dice el salmista, que “vengan” por su propia voluntad, no forzarlos con sistemas coercitivos ni reprenderlos con palabras ásperas».
En una época en que las mujeres no tan solo no tenían derecho al voto, sino tan siquiera a tener propiedades, en la que “el movimiento sufragista” hacía sus primeros intentos, comentando el Salmo 128:3: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa” expone: «Hay quienes interpretan estas palabras del salmista como que la esposa debe permanecer “clavada a las paredes de la casa” como una parra. Pero en Palestina no existe tal costumbre, ni es agradable imaginar a una esposa creciendo fija, atada a un muro, confinada al recinto de ladrillos y mortero de la vivienda de su marido. No, lo que quiere decir es que si la buscas, la encuentras en la casa: lo cual no quiere decir que tenga que permanecer confinada en la casa, sino que la casa es su actividad principal. El esposo cristiano se siente dichoso de tener a su esposa como igual, porque ella le pertenece a él y también él le pertenece a ella, y en esta igualdad, la casa pertenece a ambos». ¡Palabras absolutamente revolucionarias para un comentarista cristiano a mediados del siglo XIX!
Y así podríamos seguir enumerando una extensa lista de paradigmas en los que Charles Spurgeon se alejó radicalmente de lo comúnmente aceptado y políticamente correcto en su época, como sus conceptos sobre el poder de la oración en la sanidad de los enfermos, que practicaba abiertamente; su defensa del derecho a expresar en el culto con euforia sentimientos de gozo y alegría; sus ideas sobre la conversión de los judíos y la restauración material del Estado de Israel; y un largo etcétera.
Charles Spurgeon fue en cierto modo un anticipo de lo expresado en la famosa “oración de la serenidad” atribuida a Reinhold Niebuhr [1746- 1828] que me permito parafrasear: «Señor, concédeme valor para cambiar aquello que puede y debe de cambiar; firmeza para defender aquello que no puede ni debe cambiar, y sabiduría para entender la diferencia». En lo que hace a las dos primeras peticiones fue absolutamente coherente; y obtuvo la sabiduría necesaria para la tercera: entender la diferencia, de una intensa vida de oración, faceta poco conocida de la vida de Spurgeon, pero absolutamente crucial en su ministerio, y a la que Juan Carlos de la Cruz dedica la más extensa y enjundiosa de las secciones de su obra: “Spurgeon y la oración”.
Estoy convencido que Charles Spurgeon tiene mucho que enseñarnos en la lucha por superar la profunda crisis de identidad teológica y denominacional que el cristianismo evangélico está enfrentando en esta primera mitad del siglo XXI, y que su legado ideológico y literario está destinado a jugar en ella un papel primordial. Por ello, la aportación biográfica de Juan Carlos de la Cruz es valiosísima. No me queda, pues, sino concluir con palabras extraídas de su libro con las que cierra la sección dedicada a “La teología de Spurgeon”:
«¡Tenga Dios a bien en su Absoluta Soberanía darnos épocas semejantes, avivamientos semejantes, hombres semejantes y resultados semejantes!».
Eliseo Vila, Presidente de Editorial CLIE
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