Imagina, iglesia, de Neil Hudson

Un fragmento de Imagina, Iglesia, de Neil Hudson (Andamio Editorial, 2020). Puede saber más sobre el libro aquí.

Muchas de las historias que aparecen en este libro hablan, realmente, de personas que descubrieron que tenían un contexto para la misión, un lugar de misión, allí donde ya pasaban tiempo: una abuela que se dio cuenta del ministerio que realizaba con su nieta, un empleado de una fábrica que descifró cómo Dios podía usarlo en su trabajo, o un líder de iglesia que comprendió lo importantes que podían ser los lugares de trabajo de la gente.

Con el término “lugar de misión” nos referimos al contexto donde cumplimos el llamamiento de Dios a relacionarnos con personas no cristianas de forma misionera. Por supuesto, estamos llamados a ser misioneros en todos los aspectos de la vida y a crecer en la imagen de Dios estemos donde estemos, pero normalmente hay un lugar concreto o un grupo de gente que sentimos que Dios nos guía a bendecir y alcanzar. A menudo están en el lugar donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo: el colegio, el trabajo, el barrio, un gimnasio o un club. Pero no siempre es así: una persona descubrió que su campo de misión estaba en el supermercado de su barrio. Era lo bastante pequeño como para que ella pudiera conocer a los cajeros y empleados, y era lo suficientemente tranquilo como para hablar con ellos a veces. Ella era una cliente habitual, de modo que podía construir relaciones allí.

Por supuesto, a lo largo de nuestras vidas, estos lugares cambiarán (el colegio, la universidad, el trabajo, el hogar, el vecindario), pero, sea cual sea nuestra edad, nuestro estado civil, nuestra salud y nuestra región, siempre tendremos un lugar de misión donde nos relacionamos con un propósito misionero con aquellos que no conocen a Jesús.

Y es en estos lugares cotidianos donde se desarrolla el drama del reino de Dios y el señorío de Jesús frente a una cultura dominante que ofrece anestésicos a las personas desorientadas para que dejen de pensar en los grandes asuntos de la vida y la fe. Es difícil seguir al carpintero de Nazaret cuando tu cabeza está llena de cotilleos sobre famosos. Pero el evangelio ofrece a los discípulos la perspectiva de que el gobierno de Dios obra en los hogares, oficinas, barrios, pueblos y ciudades de la vida cotidiana. Estos lugares pueden ser o no importantes para el resto de la sociedad, pero son importantes para el reino de Dios.

Esta es la tarea encomendada a quienes forman parte de la iglesia: animarnos unos a otros a no caer en una retirada fácil de los lugares de misión para refugiarnos en las actividades de la iglesia. Si perdemos terreno allí, ¿cómo va a avanzar el reino de Dios?

Por lo tanto, la pregunta para todos los cristianos es: ¿qué significa para mí vivir llevando fruto aquí?

Si nos lo tomamos en serio, esto afectará a nuestras oraciones, nuestras acciones, nuestras reacciones a los acontecimientos y nuestras esperanzas. En los tiempos antiguos, los cristianos animaban a la gente a creer que tenían una vocación y que debían seguirla. La tragedia de la iglesia cristiana es que la vocación a menudo se ha visto limitada a la obra del cuerpo ministerial y no como un llamamiento para todos.

¿No es posible que, aunque no hayamos elegido trabajar en un supermercado por ser el empleo más gratificante del mundo, se haya convertido en un espacio vocacional para aquellos que trabajamos por un propósito más alto? Fue así cómo Pablo ayudó a los esclavos a encontrarles sentido a sus circunstancias (Colosenses 3:22-25).

Cuando pensamos de esta forma, nuestras situaciones se convierten en un lugar donde vivimos según el llamamiento que Dios tiene para nosotros. Encontramos, tímidamente, formas de invitar a Dios a estas situaciones.