Tiempo de siega

Un virus mortal altamente contagioso llamado My-edo se propagó por todo el planeta.

En período de normalidad, anterior al virus, las gentes vivían y morían sin pena ni gloria, como sedados en una falsa burbuja de absurda infinitud. Pero las cosas cambiaron de la noche a la mañana.

Los contagiados empezaron a manifestar síntomas dispares y evolucionaban de modos diferentes según cada caso.

Unos eran víctimas de su letalidad, otros relativizaban sus efectos y a otros les quedaban secuelas físicas. My-edo se extendió de tal modo que todas las gentes fueron conscientes de su condición mortal.

Cada muerte se publicaba por los medios de comunicación y todos vivían atemorizados. Los científicos pudieron dar cuenta de ese virus y las autoridades tomaron medidas preventivas en la población para evitar su propagación.

Por el contrario, otros científicos instruían a las masas que tal virus no existía y que todo era un montaje del poder para esquilmar la población.

Unos y otros, aunque contrarios, pretendían inocular una dosis de temor en los ciudadanos con la que crear defensas naturales en el organismo. Un leve temor preventivo les podía proteger del poder del My-edo.

Igualmente los científicos que defendían la materialidad del virus, diseñaron unas vacunas con dosis mínimas de My-edo, posibilitando así que el organismo generase anticuerpos.

También los contrarios transferían temor a la población diciendo que las vacunas podían ser nocivas.

Superar el virus My-edo, todo consistía en eso, todos pretendían lo mismo: posibilitar la conciencia de los límites y caducidad de nuestra naturaleza humana para sacar algo bueno de ello. Como alguien dijo, “tomar conciencia de nuestra finitud nos puede hacer eternos”.

Lo decisivo de todo esto es que se produzca en el hombre un vuelco del corazón a Dios, que suele darse en situaciones límite. “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Dios el Señor, convertíos, pues, y viviréis”. “Dios aprieta pero no ahoga” también dice la sabiduría popular.

Él cuenta y anota cada día en el libro de la vida los que nacen de nuevo en una epidemia. Dios no es Dios de muertos, no los cuenta.